Me pregunto cuál es el lado correcto, según Dariel, siendo que todo esto que hace es para derrocar a su propia familia. Es hasta gracioso; sin embargo, no deja de ser preocupante. Aún me da vueltas lo que dijo Anabella, y ni siquiera sé si en serio voy a plantearle eso a Allan.
―Hemos llegado, señora ―me avisa el conductor.
Miro por la ventana y observo la fachada del edificio donde Allan instaló sus oficinas. E incluso están las luces encendidas del noveno y diez. Observo la hora y Adela no demora en llegar. Ella es la directora de arreglos y decoración de los hoteles, y no imaginé a nadie más para que me ayude con eso. Le pido al conductor que estacione en la acera y de inmediato saco el teléfono y llamo a Allan.
―Ya llegué ―le digo.
―¿Y por qué no has subido? ―pregunta risueño.
―Recuerda que tu recepcionista me odia.
―Ya la aleccioné sobre ello, así que solo informa que eres mi mujer y te dejarán subir.
―¡Oye!
―¿No quieres que nadie más lo sepa?
Allan me hace resoplar.
―Muy gracioso, ya subo ―espeto y le cuelgo.
Le digo al conductor que se puede marchar y me bajo del auto, justo cuando llega Adela en su inconfundible escarabajo azul marca 1980, y que conserva muy bien con sus mimos y cuidados. Espero a que estacione y que baje de su Volkswagen y mientras lo hace veo un Lotus que se me hace conocido, pero me digo que es una coincidencia.
Ella me sonríe, apenas me ve, distrayéndome de eso y viene hacia mí. Es un poco mayor como mi madre, pero siempre se le nota lo enérgica que es. Además, que es una artista de la decoración.
―Hola, Louisiana.
Me saluda efusiva con beso en la mejilla.
―¿Cómo estás, Adela? Espero que no haya incomodado tus horarios con mi petición ―manifiesto y ella arruga el ceño risueña.
―Sabes que no, siempre me las apaño para mantener todo el trabajo en orden.
―Me alegra escuchar eso ―repongo indicándole que entremos al edificio.
―Tu esposo ha escogido un buen lugar.
―A mí también me lo parece ―admito sonriendo un poco.
Me anuncio en la recepción y esta vez solo me dicen que puedo subir; sin embargo, al ir hasta el ascensor, esa chica Beth viene saliendo. Camina muy apresurada y apenas me ve de reojo arrugando su gesto. Lo curioso es que, después de verla a ella, el que estoy segura es el dueño del Lotus, sale del otro ascensor.
―¿Dennis? Tú otra vez aquí ―le increpo.
―Solo pasé a saludar un rato y ya me voy ―me dice y luego de saludar a Adela se marcha apurado.
―Lo recodaba más pequeño ―me dice Adela.
―Es que ya no es un niño ―emito y ella ríe.
―Tienes razón ―repone.
Ambas nos metemos al ascensor y subimos hasta el noveno piso, y mientras lo hacemos, mi pensamiento vaga con las posibles razones por las que Dennis pasa a saludar a Allan, y me pregunto si es muy seguido. Adela tiene razón, él ya no es un chico, ahora viste de traje y corbata y empieza a verse como un empresario, además, que es más alto que papá y muy apuesto.
Llegamos y nos encaminamos a la oficina de Allan, a quien puedo ver hablando con alguien al teléfono. Cuando nos ve, no hace señas a través del vidrio, sin persianas ni cortinas que le esperemos, por lo que invito a Adela a sentarse en el lobby de la oficina y que solo tiene un sofá, que no había visto la última vez que estuve aquí.
―Me gusta ―expresa Adela dando un rodeo alrededor―, tienes buen espacio para hacer maravillas.
―Sin duda, lo hay ―emito y ella sonríe, porque aparte de tener lo necesario para que funcione la oficina, no hay mucho más.
Mi teléfono vibra con la notificación de un mensaje y es de Allan.
Enséñale todo, me demoro un poco todavía.
Miro hacia su oficina y me hace un gesto risueño, para que sepa que lo acaba de enviar, luego sigue con su llamada. La verdad es que no quiero pensar en con quién habla, pero algo me dice que luego me lo dirá, por lo que procedo a enseñarle todos los espacios que tiene, tanto en ese piso como el de arriba.
La idea es que Adele nos dé una guía sobre cómo aprovecharlos y ya luego yo me encargo del resto, que incluye escoger el mobiliario y los colores. Allan me dijo que tenía un arreglo de alquiler fijo y que tenía libertad para adornarlo como quisiera.
Mientras miramos, Adela me comenta que podría colocar en equis o en ye lugar, del mismo modo que hace cuando le encomendamos el trabajo de decoración o remodelación de una propiedad, solo que allí tiene el libre albedrío de ejecución.
―Sabes, es bueno que me hayas citado porque estoy algo preocupada ―comenta cuando estamos en el cuarto que podría ser de descanso.
―¿Por qué? ―pregunto imaginando cómo lo decoraría.
―Aún no me llega el contrato para la decoración de la nueva línea hotelera Stellar Beach ―explica.
Le miro con asombro.
―Esa línea de ejecución fue aprobada antes de mi matrimonio, y se supone que deberías estar trabajando en ello. Tengo entendido que los encargados de los acabados entregaron el trabajo hace un mes.