Sin duda, mi madre estaba feliz con la noticia, y el hecho de que Allan y yo firmáramos los papeles de divorcio de forma amigable ―entre comillas―, hacía que más sintiera alivio porque no tendríamos que llegar a un juicio, además de que las cláusulas estaban claras desde que se pactó el matrimonio.
Que Allan fuera el heredero de Roland, no era conveniente para ellos porque los capitales siempre estuvieron separados, por lo cual, esto no me sumaba ni un peso. Y esto se constituía en una muestra de la transparencia en cuanto a la fortuna de cada familia, que solo trabaja en alianza por las futuras ganancias. Lo que suma a ambos mientras el negocio prospere.
Hasta ese momento, la franquicia hotelera que hemos llevado juntos está bien posicionada, y esa es la razón por la que Amadeus se cansó de ser el segundón y quiere el mando totalitario. Dudaba que mi padre supiera el pequeño detalle de que Allan es el heredero de todo lo que posee su hermano, pero viendo su empeño y su alegría por conseguir que nos separáramos, es obvio que sí, y asumo que se lo contaron a Amadeus, y esa es la razón por la que quieren asegurarse de que se mantenga al margen, porque, aunque nuestras fortunas no se fusionan, si suman como un dígito más y esa es la desventaja que querían evitar.
Aún no sé cuáles fueron las razones de mi padre para dejarse engatusar de Amadeus y Dariel, pero fuesen las que fuesen, solo veo razones estúpidas, y una verdadera jugada de Roland. Hoy es el día de hablar con mis padres. No han sido días fáciles, porque mientras ellos festejan Alaska no hace más que recriminarme, y es porque no sabe nada de lo que nos jugamos bajo la mesa, no obstante, si siento el peso de haber firmado esos papeles.
Si miro hacia atrás, en el fondo siempre desee que fuera Allan, y si miro hacia el presente, hubo un momento en que lo detesté y en verdad ya no lo deseaba; sin embargo, eso fue como la catarsis que debía sufrir para que luego me diera cuenta de que era inevitable, por lo que esto se me hace difícil aún de digerir.
Por un momento había creído que era una broma, y no fue hasta que Heinz me citó para devolverme mi copia de los papeles firmados por él, que supe que también sabía cómo hacer las cosas de forma fría y calculada.
¡Qué mierda!
No obstante, esto me llevó a pensar si ya lo tenía planeado desde el principio. Han pasado dos semanas de ello, y es el tiempo en que sé que se ha estado recuperando, porque Alaska se ha encargado de informarme, así le haya dicho que no lo haga. Lo bueno es que me ha recalcado que Anabella no ha permitido que esa Rebeca ponga un pie allí.
―¿Puedo pasar?
Quien pregunta desde afuera de la puerta de mi habitación, es la abuela. Ella y el abuelo se quedaron conmigo en la casa que compartí con Allan, aunque la verdad es que sigo haciéndolo porque todas sus cosas están en su lugar y la única que insiste en que le envíe todo a Anabella es mamá, porque él se encuentra allá luego que le dieron el alta.
¡Qué diantres!
La nota escrita por su mano que vino con los papeles decía: no me busques, será un problema para mí si lo haces.
Arrugo la cara mascullando una maldición en su nombre, porque me siento como una pieza removible en ese plan tan calculado.
―Entra, abuela ―le digo.
Ella abre la puerta y entra sonriéndome, pero no tiene el mismo matiz vanidoso de mi madre. Es más, una sonrisa educada. Se sienta en mi cama sin dejar de mirarme.
―¿Pasa algo? ―pregunto.
―Sé lo que has hecho, pero sigo teniendo la duda de que has hecho lo correcto.
―Vamos, abuela, dijiste que me apoyarías si tomaba esta decisión.
―Lo hice, pero porque estaba enojada de que preciso tuvieras que casarte con ese chico problemático que solo te hacía maldades y desplantes, y aunque veo que lo ha hecho de nuevo comportándose como un idiota contigo, sigo sin convencerme de esta decisión.
―Ya está hecho, así que no quiero seguir hablando del tema ―digo volviéndome hacia el espejo del tocador.
Ella se incorpora y camina hacia mí donde puedo verla a mi espalda, así como alguna vez vi a Allan. Trago con fuerza.
―Sé que hay algo grande detrás.
―Seguro, mamá, debió contártelo.
―No me ha dicho nada, y esa es la razón por la que estoy inquieta.
―Entonces tal vez deban esterarse tú y el abuelo, el porqué hemos llegado a esto.
―¿Lo dices como si fuera un punto obligado?
―Algo así, abuela ―repongo, poniéndome en pie.
Ella no dice nada mientras me ve ponerme un poco de perfume y agarrar mi cartera. Salgo de allí y es inevitable no ver la habitación de Allan cerrada por casi más de tres semanas. El abuelo nos espera abajo. Ellos solo habían salido de su isla encantada por una semana, pero en el transcurso decidieron quedarse un poco más, y esta vez conmigo, y no en casa de mis padres.
―Te acompañaremos.
―Si así lo quieren, pero hoy no se los aconsejo.
―¿Por qué no? Será una cena como cualquier otra, además, es bueno estar en familia. Lo necesitas ―abuela dice, pero la verdad es que esta cena es parte del proceso.