Caminaba despacio por un sendero serpenteante que le era desconocido. La oscuridad lo envolvía todo a su alrededor, y la única fuente de luz, era un claro rayo de luna que se filtraba a través de las copas de los árboles.
Le hubiese gustado poder poner su mente en blanco, poder borrar su memoria, pero los recuerdos, algunos dulces y otros muy amargos, se empeñaban en martirizarla.
Hacía mucho tiempo que tenía el corazón aprisionado con un sentimiento que lejos de producirle alegría, lo que le había proporcionado era dolor. No sabía cómo había podido llegar a pensar por un momento que se volvió fugaz por su duración en el tiempo, que aquello era posible.
A su mente acudió el recuerdo de aquel único y maravilloso día. Se detuvo un momento para saborear quizá por última vez las imágenes que aún en la distancia le producían sensaciones difíciles de olvidar. Se encontraba sumergida en la lectura de un voluminoso texto cuando la puerta se abrió repentinamente, dándole paso al hombre que le había robado el sueño, la tranquilidad y el corazón. Su súbita aparición produjo reacciones tan diversas como encontradas. Se le aceleró el pulso, pero se le detuvo el corazón. Se le ensanchó el espíritu, pero se le cortó la respiración. Su alma cantó de alegría, pero su mente le recordó que no le pertenecía. En un momento no sabía si causado por ella o por él, sus manos se rozaron, sus ojos se encontraron y en un choque violento sus labios se secuestraron.
El mundo giraba vertiginosamente a su alrededor mientras con sus fuertes brazos él acortaba la distancia entre sus cuerpos. Los segundos se convirtieron en minutos y ni siquiera la necesidad de oxígeno lograba separarlos. Él la besaba con el hambre resultado de muchas noches sin sueño con la memoria clavada en su recuerdo. El deseo creció de forma devastadora, obligándolo a exigir tanto como estaba dispuesto a dar. Sus manos se deshicieron con maestría de todo lo superfluo que le impedía sentir su piel.
Sus labios recorrieron con urgencia cada llanura, cada colina y cada curva de aquel cuerpo que había logrado poner en jaque su cordura. El sonido de su voz se había enroscado con saña en su cerebro hacía mucho tiempo para martirizarlo, pero ahora, esa misma voz gemía pegada a su piel, haciendo volar en pedazos todo vestigio de razonamiento. La hizo suya y nunca se sintió pertenecer a alguien como le pertenecía a ella. Sus cuerpos unidos en armonía perfecta, alcanzaron juntos la conjunción universal del principio de la vida.
Pero después de ese infinito momento de perfección, lo asaeteó el remordimiento, la culpa invadió su cuerpo y “su verdad” le envenenó el alma.
Y diciendo esto dio la vuelta, y sin mirar atrás desapareció. Ella tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo era demasiado tarde, solo alcanzó a ver su capa cuando se perdía en la noche. No podía creer que había alcanzado las puertas del cielo y ahora la lanzaban en caída libre hacia el infierno.
Pasaron muchos días con sus noches antes de que reaccionara, pero finalmente lo había hecho. O era la vida sin él, o era la muerte con él. Decidió que la vida sin él equivalía a estar muerta, así que mejor la muerte pero con él.
De ese modo había llegado hasta aquí. Se hallaba en un camino oscuro, indiferente a los posibles peligros que la acechaban solo por encontrarlo. Desechó los recuerdos y reemprendió el camino. La luz de la luna era cada vez más escasa y el camino menos visible, pero eso carecía de importancia, al fin y al cabo no tenía una idea clara de a dónde se dirigía.
Se sobresaltó al escuchar un aullido lastimero, pero caminó en esa dirección. Y entonces lo vio. Un animal enorme estaba tirado sobre la hierba. Se acercó con cautela, pero el animal la sintió y se puso al acecho. Lanzó un aullido espeluznante y avanzó hacia ella. Pensó que había llegado el momento, pero el animal se detuvo clavando sus ojos en los de ella. Se quedó petrificada y por un momento su cerebro se detuvo. Escuchó otra vez el aullido, y al minuto siguiente el animal se abalanzó y la derribó contra un árbol. Cuando recuperó la conciencia, vio horrorizada que el enorme lobo que hacía un momento la había derribado, ahora estaba enzarzado en una lucha con otro de su especie. Unos minutos después el animal yacía ensangrentado unos metros más allá.
El lobo volvió acercarse, pero parecía temerle más él a ella que ella a él. La luz se hizo en su cerebro y desapareció el temor.
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Editado: 26.09.2021