Historia dedicada a Floridaly
"Era hermoso, totalmente admirable como esa Ángela me sanaba de mis heridas físicas y emocionales. Era precioso como me miraba y abrazaba. Tanto que no podía dejar de verle a sus ojos. Era maravilloso cómo al fin de todo alguien se percató de mi existencia y me ayudó. Alguien que había desatado las cadenas del infierno que me esclavizaban cada día. Por fin esa persona por la que tanto le pedí a Diosito llegó para salvarme del sufrimiento. Comencé a sonreír por primera..."
-¡Miriam Zevalles Villafañe despierta que son las seis de la mañana y tienes clases! ¡No me hagas ir a buscarte con una paliza!-Desperté asustada y sudando, a pesar de que esos gritos provenían de mi arrogante madrastra no pude evitar sonreír por aquel sueño. Uno que ojalá hubiese sido real. O ojalá me hubiese quedado atascada en el, atascada en aquellas delicadas manos de esa Ángela que me salvaba.
-¡Que estas sorda o qué!-Apareció mi madrastra abriéndome la puerta. Entonces salté de la cama y me quedé parada mirándola cabizbaja.
-Perdón ya me voy a duchar. No me grites por favor.-Le dije mientras tomé mi toalla.
-¿Que no te grite? ¿Pues si estás sorda cómo no te voy a gritar? Anda muévete que no vas a llegar tarde porque ya verás. Si no quieres que se me salga el monstruo avanza.-Dijo mientras pasé por su lado para salir y me empujó haciéndome caer al suelo. Pero yo solo me levanté y seguí hasta el baño. Como ya no podía aguantar sus maltratos, pero si me quejaba me iría peor así que prefería quedarme callada.
(...)
Cuando llegué a la escuela y entre al salón una nueva maestra estaba acomodando sus cosas en el escritorio. De espaldas su cuerpo se me hizo raro. Pero cuando se volteó me sorprendí al notar que ella se parecía mucho a la Ángela del sueño que tuve. Pero no le tomé mucha importancia. Aquello había sido solo un sueño, nada más. Ella había puesto su nombre en la pizarra. "Ms Oyola" estaba escrito en tiza blanca. Entonces dejé mi mochila al lado de la silla y me senté solo a estudiarla.
Ella de baja estatura, delgada, y su piel demasiado blanca. Su cabello le llegaba al cuello, de color negro-rubio a la vez.
(...)
Dos días después de que ella se presentara y eso, me había parecido dulce y buena. Pero no podía soportar más fingirle que era una estudiante feliz y normal. Y como ya no aguantaba nada, el sufrimiento que vivía con mi madrastra era tanto que dejé de falsificar la sonrisa que le ponía. Y este segundo día apenas...
Me senté y baje mí rostro contra la silla. Entonces ella que se encontraba escribiendo en la pizarra notó de mi acto.
-¿Qué te sucede?-Preguntó echándome la mirada.
-Nada.-Le dije con lágrimas en los ojos.
-Miriam sé que te sucede algo tú no eres así, te conocí hace dos días y estabas de lo más feliz.-Espetó.
No le dije nada simplemente bajé mi cabeza. Sonó el timbre y todos llegaron. Durante la clase ella me miraba con ojos de pena. Y preguntaba sin hablar pero yo no podía decirle.
¿Cómo es que le diría? Osea no la conocía, no podía, no le iba a decir. Cuando la clase acabó, mientras me dirigía a salir me detuve al escuchar su voz llamarme.
-¡Miriam! Ven aquí.-Fui donde ella cabizbaja sin ganas siquiera de mirarla por miedo.
-¿Qué te sucede? No estás bien dime qué te pasa.-Espetó
-Maestra, eh, puedo decirle luego, tengo clase ahora...-Le dije pero evadiendo su mirada. Una mirada que de por cierto se parecía a la de aquella Ángela que me contemplaba en el sueño.
-Miriam, al medio día aquí, vamos a hablar.-Me dijo más como si fuera una orden. Asentí. Y me fui nada más sin decir otra cosa.
Pasó el medio día y se olvidó que tenía que hablar conmigo y yo más triste me puse. Pero a la hora de salida me fui a sentar en donde nadie me viera, sola triste, deprimente. Cuando escuché su voz miré en dirección a ella y la vi llamándome.
-Miriam, sube, ven tenemos que hablar.-Dijo desde lo alto de las escaleras.
Y me puse de pie, mientras me dirigía a su salón solo puedo decir que sentía que me iba a desmayar.
Eran demasiadas las cosas que estaban a punto de salirse de mi boca. Pero no podía hablar, estaría condenando mi vida. ¿Cómo le diría que me maltrataban, que sufría de acoso escolar? No lo sé ni tenía la más mínima de las ideas. Pero me digné en ir a su salón porque simplemente ella se preocupó.