Y ahí me quedé tirada en el suelo pensando en que era un error. Pero me levanté y me recosté de la cama para pensar en Ms Oyola. Y me puse a buscar en mí mente que la hacía rara o diferente a lo que es ser una maestra ordinaria. Eso me calmaba un poco ya que ella era la única que se preocupaba por mí. Podía decir que a su lado yo ya no sentía miedo.
Todos la admiraban incluso yo. Ella tiene la habilidad de resolver cualquier problema. Cosa increíble de un ser humano.
Cuando se necesitaba respecto, respeto ella daba. Cuando se necesitaba seriedad ella la daba. Y cuando se necesitaba felicidad su sonrisa siempre ahí estaba.
Primero; Ms Oyola tiene una esperanza que nadie tiene, siempre cree en que se puede y yo admito que he usado esa esperanza que me enseñó aunque muchos estudiantes no se dieran cuenta.
Segundo: Ella tiene un amor por todo. Que incluso su amor a creado escudos en su corazón para que así este sea fuerte y no lastimado. Y mientras nos enseñaba lo hacía con amor y yo admito haber usado ese amor para ser más fuerte.
Tercero; ella todo lo soporta osea tiene una tolerancia que va más allá de la de alguien normal. Incluso puede llegar a tener los peores estudiantes del mundo y así mismo los amará. Porque ella también a enseñado a ser tolerante y yo he usado esa tolerancia para hacer mí sufrimiento más pasivo.
Yo me quedé sorprendida porque de verdad Dios se pasó con esto. Yo no me percaté de lo que teníamos por maestra era un ángel.
Ms Oyola enseña la habilidad de ser tres personas a la misma vez. Ser esperanza, amor y tolerancia. Una combinación perfecta indestructible. Y quien escucha sus palabras y le atiende llevará consigo ese espíritu.
(...)
Al siguiente día la estuve solamente mirando y me daba mucha tristeza la decisión que yo había tomado. Una decisión de la que no habría vuelta atrás, solo diré el suicidio.
Luego de clases, al salir, cuando bajaba las escaleras del salón en que estaba venía subiendo mi maestra, Oyola. La miré cuando se detuvo solo un escalón frente a mi y me miró con rareza.
-¿Miriam, qué te sucede?-Me preguntó dulcemente y yo solo la miré.
-M-me voy.-Le dije sarcásticamente como quién dice me vinieron a buscar ya. Pero también me refería a que me iba de este mundo.
-Oh, entonces adiós.-Me dijo mientras no sé por qué razón abrí mis manos para darle un abrazo pero no pude hacerlo sino que me aparté de ella. Algo en mí me pedía que la abrazara pero no me atreví.
-Eh, nos vemos mañana Miriam.-Dijo y yo suspiré. “Te veré mañana pero desde otro lugar muy lejos” quise decir pero solo lo pensé.
Y no le contesté por lo que se quedó mirándome lo lento que bajaba y se preguntaba tal vez porqué no le dije adiós pero no quería decirle, era mi maestra de salón hogar tenía todo el derecho de saber de mí pero algo en mí me decía que no podía decirle que me quitaría la vida.
(...)
Cuando llegué a mi casa mi madrastra no estaba, solo mi padre. Entré y le besé en la frente para luego entrar al baño y tomar un frasco de aspirinas. Me las llevé al cuarto, me senté en mi cama y me las tomé todas. Si las aspirinas quitan el dolor físico, podrían quitarme el de mi corazón y así ya no sufrir ¿no? Solo dije mientras me recosté y dejé el frasco vacio en mi mesita de noche. Cuando pasaron los minutos comencé a sentirme mal. Mi sufrimiento estaba a punto de culminar.
En esos instantes de oscuridad cuando mis ojos se comenzaron a cerrar por el envenenamiento, comencé a ver la luz negra del fin de mi sufrimiento o al menos eso pensé cuando mi imaginación me atrapó en una escena que no podía describir.
¿Había muerto, estaba en coma, o qué me sucedía? Solo me llené de miedo, aun así todavía no me arrepentía...