Doce años habían pasado ya.
Doce años desde que Sebastián Montenegro había puesto un pie en San Gabriel de las Flores, un pequeño pueblo en el corazón del país.
Montado imponente en su caballo, fue la primera vez que los pobladores de San Gabriel lo vieron así. Vestido de pies a cabeza de forma lujosa, no volteo a mirar a nadie, pero su presencia hizo que cada persona en la calle inevitablemente lo mirara.
Todos estaban ante una leyenda. Una historia de dolor, odio y amor.
Una leyenda que había iniciado hace más de 40 años.
En San Gabriel de las Flores hace 40 años dos familias se enfrentaron por la legitimidad de unas tierras que tenían un gran cenote, no podían determinar los límites de la propiedad ni a quien le pertenecía propiamente. Don Gerardo Quintana y Don Rafael Montenegro poseían cada uno las haciendas más ricas de la región, ambos alegaban tener la razón. El resultado de años y años de pleitos no hicieron más que aumentar el odio y el resentimiento en ambas familias, y cuando la ley determino el límite de las propiedades quedando el cenote en las tierras Montenegro, la verdadera guerra comenzó.
No había persona en el pueblo que no supiera cuanto se odiaban las familias, no se podían ver, ni mucho menos coincidir en un mismo sitio. Tanto era su resentimiento que las fiestas del pueblo que eran financiadas por las personas más pudientes, tuvieron que dividirse. Se hacían dos fiestas diferentes, como si de una competencia se tratase, ahora cada cosa que se hacía era para demostrar quién era mejor.
Esta rivalidad llego incluso cuando de los hijos se trataba, Gerardo Quintana, se casó con una de las mujeres más bellas del pueblo, de buena familia y educada para ser una buena esposa, de ese matrimonio tuvo dos hijos una niña y un niño. A quienes crio a su imagen y semejanza: altivos y orgullosos.
Por otra parte, Rafael Montenegro se casó por amor con una mujer muy humilde que era maestra en el pueblo. Todos hablaban de su amor, nadie que los viera podía dudar de lo mucho que se adoraban. Pero la vida es muchas veces cruel y el día que trajo a su único hijo al mundo, ella se fue de él.
El dolor dejo herido y debilitado el corazón de Rafael, que con un carácter más suavizado se dedicó a criar solo a su hijo, y a su semejanza lo educo para ser generoso y honesto.
Rafael Montenegro tan generoso como quería que fuera su hijo, intento acabar con su rivalidad y la de Gerardo Quintana. Parecían haber llegado a un acuerdo, parecían estar en paz, pero fue por esa misma fecha que se desato la desgracia.
Un incendio que devoró todo a su paso en la residencia principal de los Montenegro, en medio de la noche trabajadores trataron incasablemente de apagar el incendio. Y de tan desastrosa noche, en la mañana solo pudieron sacar el cuerpo casi completamente calcinado de quien fue algún día Rafael Montenegro, que se fue una fría noche de octubre dejando a un niño de 10 años en la orfandad y una montaña de deudas que cubrir.
Si, deudas. Mismas deudas que en su mayoría estaban convenientemente a favor de Gerardo Quintana. Nadie lo creyó, los Montenegro por muchas generaciones amasaron una buena fortuna, a nadie le debían y la hacienda estaba pasando por uno de sus mejores momentos.
¿De dónde habían salido esas deudas? De todas las personas a las que pudo haberle pedido dinero, Gerardo Quintana era el último en la lista.
Sin embargo, nadie hizo nada, ni le cuestiono de frente. El único valiente que se atrevió a hacerlo fue su propio hijo, Sebastián Montenegro, un niño pequeño que con coraje fue capaz de pararse en la hacienda y reclamar justicia por su padre.
¿Qué podía hacer un huérfano de 10 años al que echaron a la calle tan pronto como enterraron a su padre? Nada.
Y así pasaron los años, y tan caprichoso como es el destino la hija de los Quintana y Sebastián Montenegro se enamoraron profundamente, ese niño que se crio solo por la caridad de unos pocos que se acordaban de la generosidad de su padre había crecido para ser un joven apuesto que se ganaba el pan trabajando de sol a sol en los viñedos. Humilde y pobre como era, tenía un orgullo tan grande como el odio que había en su corazón. Corazón que quedó prendado de Alicia Quintana, los rumores decían que se los veían paseando tomados de la mano en los atardeceres más hermosos de San Gabriel. El la adoraba con la misma intensidad con la que su padre un día amo a su madre.
Sin embargo, una vez más la vida le negaba la oportunidad de ser feliz a ese pobre infeliz de apenas 20 años. En aquella fiesta del pueblo hace doce años, después de haber sido herido en el orgullo y con una furia que haría temblar al mismo Satanás, Sebastián Montenegro juro no volver a San Gabriel de las Flores hasta ser capaz de que los Quintana se pusieran de rodillas a sus pies y recuperar todo lo que se le había arrebatado. Tanto odio en una sola mirada que Dios no lo perdonaría.
Y aquí estaba finalmente él, que había dejado de ser ese muchachito desarrapado que corría por lo viñedos aprendiendo a trabajar, que siempre miraba a todos como iguales.
La leyenda había regresado para continuar.
El galope del caballo resonó por la plaza y ente la muchedumbre no se detuvo hasta que llego frente a la iglesia. Saco una moneda del bolsillo y junto a las riendas del caballo se la dio a un muchachito que vagaba frente a la iglesia. Hizo una pequeña reverencia al entrar a la casa de Dios y sin más recorrió el camino que tan bien conocía hacia la oficina del cura. Sin molestarse en llamar entro decididamente y al ver al hombre canoso en sotana que estaba entretenido en unos libros, sonrió. Sonrió genuinamente como muy pocas veces hacía.