Mueren Las Promesas

Capítulo 2: Sueños de rosas y encaje

Las mañanas en San Jose de la Plata eran siempre las mismas y nunca cambiaba nada, era un total bullicio. A pesar del cerramiento de la gran casa en la que vivía, Evangeline no podía ignorar el ruido que se filtraba por las paredes del patio en el que tomaba el sol todas las mañanas.

Evangeline era una mujer ya en sus casi 22 años que, a pesar de los intentos de su padre de encontrarle marido, no había querido. Se negó vehemente siempre a todos y cada uno de los pretendientes que le eran presentados, y es que no había manera de que los acepatara. No señor.

Era imposible.

No tenía nada en contra del matrimonio; de hecho, en lo más profundo de su ser, anhelaba encontrar un compañero de vida. Un hombre que pudiera estrecharla en sus brazos de manera que, por un instante, se sintiera frágil y protegida, aunque ella no necesitara dicha protección, ni fuera precisamente frágil. A menudo, se sorprendía a sí misma fantaseando con la imagen de un bello vestido de novia, un largo velo y una brillante corona adornando su cabeza. Sí, lo sabía, su ramo sería de rosas rojas, aunque no fuera lo más tradicional, y un violín marcaría el paso de su marcha nupcial. Al fin y al cabo, era una romántica empedernida, de pies a cabeza, aunque a veces no lo quisiera admitir.

Sin embargo, los hombres que había conocido no eran para nada su tipo. Unos eran demasiado arrogantes, creyendo que el mundo giraba a su alrededor; otros, faltos de ambición, conformándose con lo mínimo. Algunos intentaban impresionarla con palabras vacías y gestos superficiales, pero ninguno lograba despertar en ella ese anhelo profundo de sentirse verdaderamente comprendida. Había quienes la veían solo como un trofeo, una figura hermosa, sin detenerse a descubrir la riqueza de su espíritu. Otros, en cambio, se fijaban más en la fortuna de su padre y en la posición ventajosa que su apellido podía brindarles. Para ellos, ella no era más que una llave a sus propios deseos de poder y estatus, y eso la repugnaba profundamente. Por más que quisiera, ninguno de esos hombres había logrado tocar su alma ni hacerla soñar con ese futuro que tanto imaginaba.

Ella deseaba un hombre como los que tanto aparecían en sus libros, de esos que escribían largas cartas de amor a mano y cantaban serenatas bajo el balcón en noches estrelladas. Un hombre que la sorprendiera con flores todos los días y le dedicara los poemas más dulces, tan embriagadores como el vino. Alguien que no temiera expresar su amor con gestos sinceros y románticos, como si el tiempo no hubiera pasado y el amor cortés aún reinara en el mundo.

No obstante, no solo buscaba dulzura y romanticismo; deseaba que ese hombre también tuviera carácter, alguien capaz de sostenerse firme cuando la vida lo exigiera. Un hombre con una voluntad fuerte, pero que al mismo tiempo poseyera un alma limpia y noble, libre de la corrupción que había visto en tantos otros. Necesitaba a alguien que la desafiara de manera saludable, que pudiera estar a su altura no solo en el amor, sino en la vida. Alguien que no solo la hiciera sentir amada, sino también segura, respetada y admirada.

De lo contrario, prefería quedarse solterona para siempre, antes que compartir su vida con alguien que no cumpliera con sus sueños y expectativas más profundas. De todas formas, seria una solterona rica y bella.

No la hecharía su padre ¿Verdad?

Aparto esos pensamientos absurdos en cuanto vio venir a su nana.

—Mi niña hermosa, ya no es hora de estar tomando el sol, casi es medio dia, la mañana se fue hace mucho tiempo y tu sigues aqui— le reprendio su nana regañándola vehementemente.

—¡Nanita linda! Estoy disfrutando un poquito del aire— dijo con una sonrisa, cerrando los ojos mientras sentía el calor del sol en su piel—. Por fin, después de tanto esfuerzo, me pude recibir de la carrera. Déjame estar al sol un ratito más, no seas malita— coqueta como era, se abrazó rápidamente a la cintura de su nana, aun estando sentada en el camastro.

—Además, mira, mira cómo estoy de pálida— añadió con un tono de dramatismo juguetón, señalando sus brazos—. Demasiado blanca, cualquiera que me viera se asustaría y pensaría que soy un fantasma.

Su nana, con una mezcla de ternura y paciencia, soltó una risa suave, como si estuviera acostumbrada a los pequeños caprichos de su niña, a quien había cuidado desde que era una bebé.

—No me pongas esa carita muchachita, vamos ahora mismo que el almuerzo ya esta servido. Tu padre llamo y dijo que ya estaba en la ciudad, pero tuvo que pasarse antes por la hacienda— tomadas del brazo la arrastro al comedor.

—¿Algo nuevo que contar?

—El señor Beaumont está tan ocupado que la última vez que almorzó contigo, no sé si tú eras una niña o aun te llevabas las manos a la boca comiendo tierra.

—¡Ay, nana! —respondió ella entre risas—. No exageres, papá siempre ha sido así. Aunque, ahora que lo dices, no lo veo desde hace semanas. Los negocios lo tienen absorbido, como siempre. Supongo que es lo que toca cuando uno es dueño de medio pueblo.

—A veces me pregunto si sabe lo grande que te has vuelto —dijo la nana, mirándola con dulzura extendiendo una mano para acariciar su mejilla—. Tan linda, tan independiente... pero él sigue tan inmerso en su trabajo que parece olvidar que ya no eres esa niña que lo esperaba en la puerta.

Evangeline sonrió, aunque en el fondo esas palabras le removieron algo de tristeza. Ella adoraba a su padre, pero sabía que, para él, su hija quedaba en segundo plano frente a los negocios que eran su vid. Aun así, había aprendido a vivir con esa realidad, su padre se empeñaba en trabajar para darle todo lo mejor




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