Evangeline no pudo hacer más que sonreír forzadamente, sin responder ni negativa ni afirmativamente, y como era propio de si misma ideo una excusa absurda que la sacara de la situación y escapo del lugar. Y así hasta llegar hasta la cena evito mirar hacia la dirección de esos ojos que sabían estaban sobre ella. Sentia su mirada quemando sobre su piel, era ese sexto sentido que muy aparte de su vanidad le decía que no le quitaba los ojos de encima.
En el jardín, largas mesas estaban dispuestas con elegntes manteles bordados, todo finamente arreglado desde la vajilla hasta las servilletas. Las luces de las velas y el delicioso aroma que desprendian junto a las abundantes rosas en el lugar, hacían el ambiente más embriagador y romántico de lo usual.
Sin darse cuenta de como acabo en la mesa principal, lo cual no era de extrañarse sino fuera por la compañía de Sebastian junto a su padre. Viendolos interactuar Evangeline no comprendio como es que su padre actuaba con tanta familiaridad con una persona que no conocían desde hace mucho.
Sabia que su padre era un hombre generoso, pero también era muy reservado, sus pocos amigos eran del resultado de años de relaciones comerciales. Era desconfiado por naturaleza y no entregaba su amistad ciegamente.
Fuera como fuera trato de soportar la sensación de incomodidad en su interior y de ignorar la vocecita que le susurraba que esto era un intento de su padre de conseguirle esposo. No, lo mejor seria concentrarse en lo que importaba.
La comida era deliciosa, una entrada y tres platos, todos sus favoritos, lo único que le hizo fruncir el ceño fue aquella ensalada de melloco al que por supueto le dio unos bocados solo para no parecer quisquillosa.
Antes de que se cortara el pastel, y aun entretenidos en sus conversaciones, al lugar arribaron un grupo de músicos, tocando el requinto y guitarra entraron cantando.
Sabia que tarde o temprano llegarían, era otra tradición de su padre, que, apasionado por la música, siempre le traía serenata en su cumpleaños. A su lrededor se posaron los músicos, dedicndole un repertorio completo de canciones que termino cuando estos callaron y la orda de aplausos los obligo a detenerse.
Sin mediar palabra previa, Evangeline miro a Sebastian pararse de su asiento.
—Me gustaría pponer un brindis para la señorita Evangeline—. Tomando una copa la alzo invitando a todos a hacer los mismo. —Esta noche no solo celebramos el nacimiento de una mujer tan ejemplar, sino también su fuerza, su belleza y todo lo que la hace ser quien es ella. Hoy se cumplen veintidós años desde que el mundo vio la luz de su estrella más brillante. Por este y los siguientes cumpleaños, de los que espero seguir siendo parte. Salud por ella.
El choque de las copas envolvió el lugar y fueron el fondo de los pensamientos de Evangeline que revoloteaban furiosos bajando hacia sus mejillas que involuntariamente quisieron sonreír. No era la primera vez que le dedicaban palabras bonitas, pero si la primera vez que las escuchaba con esa intensidad, con ese fulgor que avasalla el alma y roba suspiros. La manera de mirarla únicamente a ella como si no existiera nadie más. Nadie más que ella.
Sin mediar palabra alguna prefirió levantarse de la mesa y charlar con los demás invitados que ya estaban dispersos nuevamente entretenidos en diferentes cosas.
—Le agradezco sus amables palabras señor Montenegro, no podría haber verbalizado yo mejor mis pensamientos. Para mi, mi hija Evangeline es mi bien más preciado, lo más importante en el mundo. Todo lo que soy y todo lo que tengo es para ella.
En cuanto Evangeline se alejo el señor Beaumont encendio un tabaco que extrajo de su saco, hábilmente lo encendio y le dio una calada.
—No hay nada que me importe más que ella, todos estos años ha sido mi vida entera, jamás toleraría que le hicieran daño por más mínimo que fuera. Se ve uste como un hombre inteligente señor Montenegro, por eso me agrada y espero que entienda lo que le estoy diciendo.
Sebastian lo comprendía muy bien. Hace semanas cuando lo conoció se lo había dicho, antes de conocerlo ya lo sabia. Edmund Beaumont tenia una única debilidad, su hija. Sabia que le estaba buscando esposo pero que no había un candidato ganador. Aún.
—Entiendo perfectamente señor Beaumont, Evangeline es digna de todo ese cuidado y más.
Mirandolo de manera complice el señor Beaumont se paro y se dirigió a charlar con los demás invitados.
La noche cayó rápidamente y, en medio de un ambiente festivo, los invitados comenzaron a retirarse uno a uno: algunos regresaron a sus casas, otros se dirigieron a sus habitaciones dentro de la finca.
Evangeline algo mareada y adormilada fue llevada por su nana hasta su habitación donde apenas alcanzo a quitarse sus tacones y lanzarlos contra una esquina antes de caer rendida.
Antes de arrojarse a los brazos del Morfeo, una inexplicable sonrisa florecio en sus labios acompañados de la imagen de unos profundos ojos verdes que la miraban intensamente, como con posesión casi como el deseo mismo.
En el extremo opuesto de la casona, Sebastian se encontraba sin el menor atisbo de sueño. No podía dormir.
Todas las energias las tenia puestas en escribir una carta para ella. Si ella, a la que hacia pocos minutos había visto pero avasallaba todos sus pensamientos. Deseaaba poder tomarla yá en sus brazos y reclamarla para si mismo, es más, si de el dependiera la arrastraría al altar mañana mismo.