Mujer de alas.

Capítulo 31.

Lily.

―Tienes que estar bromeando ―Oliver trata de contener su sonrisa, pero es una cosa imposible cuando evidentemente le divierte tanto mi situación. Su rostro atractivo se ilumina y se echa a reír sin ningún reparo―. ¿Tú y Mauro?

Asiento, dejando que un poco de gravedad se cuele en mi expresión.

―¿En qué estabas pensando? ―inquiere, riéndose todavía.

Resoplo, frustrada―. Ese es el maldito problema ―rezongo―. No estaba pensando.

―¿Hace cuánto que ocurrió, exactamente? ―pregunta.

Me encojo de hombros―. Un par de semanas, supongo.

Oliver observa mi rostro con atención―. No te importa, ¿verdad?

Suspiro con teatralidad, estirando mis pies a través de la cama en cuya superficie nos encontramos recostados―. No especialmente ―respondo―. No fue más que una pequeña aventura.

―Ajá ―Oliver eleva la cejas, y sus bonitos ojos oscuros se iluminan―. ¿Y cómo es que hasta ahora me entero?

Ruedo lo ojos―. No es que esté muy orgullosa ―alego―. No tenía muchas ganas de irlo gritando al viento.

Oliver se ríe, incrédulo―. Debo suponer que su relación no está en los mejores términos, entonces.

Es mi turno para reír―. ¿Cuándo ha sido diferente de eso, de cualquier forma?

Él frunce el ceño, con la diversión evaporándose de su rostro―. ¿Fue así de malo? ―inquiere.

No puedo mirarlo cuando respondo―. La simpatía que ves ahora no es más que un profundo sentimiento de culpabilidad.

―No lo parece ―él replica.

―Lo es ―aseguro.

Oliver busca mi mano entre las sábanas. Su toque es cálido y tan reconfortante que me gustaría poder encerrar la sensación en un frasco, tener la posibilidad de abrirlo y de recordar lo bueno que puede ser.

El vivir.

―¿Es difícil para ti? ―cuestiona―. ¿El tener que convivir con ellos?

Me gusta cómo pronuncia la palabra ellos. Como si supiera la interminable distancia que hay entre nosotros. Entre la familia de Nicole y yo.

Familia.

Me duele el estómago solo de pensarlo.

―No ―miento.

Oliver resopla, y de un movimiento se coloca encima de mí, sosteniendo su peso sobre sus codos. Su calor es agradable y el roce de su piel morena me hace despertar un poco.

Toma mi rostro y me obliga a mirarle. Sus ojos me atraviesan, indagando.

―Sé cuándo mientes ―dice, pero antes de que pueda responderle me besa profundamente en los labios.

Cuando termina, empieza a repartir pequeños besos en mi cuello y mi clavícula, y un terrible sentimiento de nostalgia me sobreviene y me ahoga como una ola gigante.

―Odio cada segundo ―digo, sorprendiéndome un poco al notar que estoy llorando.

Oliver besa mis lágrimas, contemplándome con una ternura inesperada.

―No pares ―le ordeno.

Y él me escucha.

***

―Te ves terrible, Nic ―musito.

Ella sonríe―. Mira quien habla ―replica, echándome una mirada aireada y ofendida―. Además, desde tu posición, este no es mi mejor ángulo.

Reacomodo mi cabeza en sus piernas―. No digas tonterías ―replico―. Ambas sabemos que tú no tienes ángulos malos.

Nicole sonríe, pero no es la sonrisa que estoy acostumbrada a recibir.

―Dispara ―digo. Ella se pone tan pálida como un muerto―. Perdona ―me apresuro a disculparme―. No fue intencional.

Nicole hace un gesto afirmativo con la cabeza, pero no dice nada.

Estoy a punto de ponerme a presionarla por respuestas cuando ella se estira, elevando sus brazos por encima de su cabeza y sus mangas se quedan abajo revelando su piel. Y junto con su blancura, un horrible moretón. Me levanto tan rápido que pareciera que un resorte acaba de impulsarme.

―¿Qué demonios te pasó? ―pregunto, sujetando su brazo con firmeza.

Ella lo arranca de mi agarre―. No fue nada ―dice―. Un pequeño accidente, eso es todo.

―No me digas ―alego―. ¿Qué, se te cayó una maldita pesa encima del brazo?

―No empieces, Lily ―Nicole suspira.

Pero yo ya estoy furiosa.

―No soy idiota ―le recuerdo―. Sé la diferencia entre un golpe intencional y un accidental, así que no me vengas con mentiras, Nicole.

―¡No te estoy mintiendo! ―ella grita. Su respiración se vuelve rápida y sus ojos echan chispas―. Un zoquete me empujó en la calle y detuve un poco mi caída con mi brazo, ¿de acuerdo?

Examino su moretón. No es muy grande y ya está llegando a un tono púrpura, casi azulado, pero su forma es alargada, como si una palma grande hubiera apretado con demasiada fuerza.

―Si fue así, ¿por qué no me dijiste?

Nicole entorna los ojos―. ¿Por qué? ―escupe―. ¡Mírate, ya estás haciendo un drama de ello!

Sus palabras me duelen, tanto como si hubiese estampado su puño en mi rostro. Ella se da cuenta, suelta un suspiro entrecortado, y con los labios temblándole me abraza. Es casi cómico, ella rodeándome con sus brazos largos y estilizados como si fuera una niña pequeña.

―Lo siento ―susurra―. Lo siento mucho, no quería hablarte así.

Yo asiento, pero no soy capaz de responderle.



#12318 en Joven Adulto
#4385 en Novela contemporánea

En el texto hay: romance, drama, ficcion

Editado: 03.01.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.