Mujer de alas.

Capítulo 35

Lily. 

Está oscuro. 

No tengo idea de qué hora es. Y tampoco es que importe. 

La cabeza me martillea, como si un taladro me estuviese perforando de un lado a otro. Incluso así, en la oscuridad, siento cómo todo sigue dando vueltas. 

Un brazo pesado me rodea la cintura, y una suave respiración me calienta la espalda desnuda. 

No sé cómo llegué aquí. No sé lo que hice, ni a quién tengo detrás, pero considerando mi actual estado no es difícil imaginarlo. 

Huele a cigarro, no como si alguien hubiese fumado recientemente, sino como si el olor ya estuviera adherido a todas y cada una de las superficies disponibles. Arrugo la nariz, tratando de ignorarlo, pero unas súbitas náuseas me hacen ponerme de pie bruscamente y correr a la primera puerta que veo. Afortunadamente, es un baño limpio común y corriente. 

Cuando por fin termino de vaciar mi estómago, me enjuago la boca con el agua del lavabo y examino mi rostro en el espejo colocado encima. 

Estoy casi transparente. Unas ojeras oscuras y arrugadas acunan mis ojos, más pequeños y apagados que de costumbre. Mi boca tira hacia abajo y tengo el cuello cubierto de marcas oscuras, amoratadas y bastante vergonzosas.  

Maldigo por lo bajo y me froto con las palmas todavía mojadas.  

—Mierda. 

Suspiro. 

Una corriente de aire me hace temblar, y soy de nuevo consciente de que no tengo puesto nada encima. 

Regreso a la recámara y busco mi ropa esparcida por toda la habitación. No soy capaz de encontrar mi blusa ni mi pantalón, por lo que asumo que tal vez eso quedó en otro lado de la casa. 

—¿Te vas tan pronto? —una voz ronca pregunta desde la cama. Él se acomoda poniéndose sobre su espalda, flexiona sus brazos y me mira con pereza. 

Exprimo mi cerebro, tratando de recordar su nombre, pero es una tarea imposible. Es atractivo, casi hermoso, pero se ve mucho mayor que yo. Al menos unos quince años más grande. No es que esté en contra, pero normalmente solo me meto con sujetos que puedo manejar. Este hombre no entra en esa categoría. Podría doblarme solo con sus manos si quisiera. 

Me gustaría decir que quiero golpearme por mi propia estupidez, pero lo cierto es que no estoy ni un poco alarmada. No me preocupa lo que pueda hacerme.  

No me importa. 

—Tengo asuntos que atender —respondo. 

El hombre sonríe ligeramente—. ¿A las cuatro de la mañana? 

Me encojo de hombros—. Tengo horarios extraños. 

Su sonrisa se amplía—. Ven aquí, cariño. 

—Ah, yo creo que no —digo, mientras localizo el resto de mi ropa colgada de la cerradura de la puerta. Me dirijo ahí y la tomo. Está fría, casi tanto como si estuviera mojada. Me pongo los pantalones con rapidez, y estoy pasándome la blusa por la cabeza cuando escucho al hombre moverse. 

Siento su toque, cálido y suave. Me respira en la nuca, y poco a poco desciende hasta mi cuello. Aparta mi maraña de cabello y reparte pequeños besos en mi piel expuesta.  

Es tentador, el sucumbir al temblor que mi cuerpo empieza a sentir. Pero por hoy, por esta noche, ya no lo necesito. 

Me aparto de él, sin poder recordar si traje mi teléfono o no.  

No lo encuentro a la vista, y decido que, si está aquí, tampoco importa demasiado.  

Me dirijo de nuevo hacia la puerta, pero antes de poder siquiera tocarla, el hombre me sujeta del brazo y me detiene. Me levanta el rostro con su mano libre y me acaricia los pómulos huesudos con la punta de sus dedos. Su mano sigue bajando, y se detiene cuando alcanza los moretones en mi cuello. Lo rodea, dándome apretones pequeños e indoloros. 

Me mira directamente a los ojos. 

—¿Regresarás? —pregunta. 

—Sé dónde vives —respondo, sin inmutarme y sin decirle que esta será la única vez que nos veremos. 

Él evalúa mis palabras, y sé que nota que podría obligarme a quedarme, a hacer lo que él quisiera y yo no lo detendría. No lucharía.  

—Muy bien —finalmente cede y me suelta—. Ve con cuidado. 

No estoy segura de si es una amenaza, pero de nuevo, ¿y qué si lo fuera?  

No le replico de vuelta y simplemente sigo mi camino. 

La puerta está cerrándose a mi espalda todavía, y yo ya estoy llorando. 

*** 

Nicole. 

—Ella se niega a hablarme —digo—. No sé nada de lo que está haciendo, no responde a mis llamadas, si la acorralo en su trabajo solo me ignora, ni si quiera sé dónde diablos está viviendo. 

—¿Y estás atacándome a mí porque...? 

—Tú sabes —replico—. Por favor, dime donde encontrarla. Ella necesita ayuda. 

—Lo hace —Kat responde—. ¿Pero tu piensas que puedes ayudarla? 

Arrugo la nariz—. Por supuesto que si —escupo, ofendida. 



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En el texto hay: romance, drama, ficcion

Editado: 03.01.2021

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