Mujer de alas.

Capítulo 1

Lily.

Yo sé que mi vida nunca será una odisea. Aquello sería demasiado bueno para ser verdad, y no soy de la clase de gente que se engaña a sí misma.

Es difícil, pero lidio con ello como puedo.

Hoy tengo dos turnos, uno en la cafetería de Luz y el otro en el bar en el que cubro a Romina. Será lo mismo dentro de dos días y todo el fin de semana.

Ya estoy agotada sólo de pensarlo.

Pero no tengo opción alguna. Escucho mi alarma sonando sobre mi buró. Me lamento internamente, pero me obligo a levantarme de todas formas.

Roberto no ha despertado, gracias al cielo, de haberlo hecho ya estaría hecha una paria.

Me baño tan rápido como puedo, ignorando lo mucho que me escocen los raspones que cubren mis rodillas.

Me pongo el primer conjunto de ropa que encuentro sin detenerme a pensar si combina.

Debería hacerlo. Pensar las cosas antes de hacerlas, pero ese siempre ha  sido mi problema. Es un fastidio, pues sé que de tener un filtro adecuado entre mi cabeza y mi boca probablemente no me meterían tantas palizas.

Me miro al espejo, sin sorprenderme de ver que tengo el pómulo tan morado como una maldita uva. Aún no está tan hinchado, así que el maquillaje puede cubrirlo perfectamente. Con el tiempo, me he vuelto toda una experta en ello.

Decido dejar el maquillaje para después del desayuno, justo igual que siempre. Sé exactamente el efecto que tendrá, y aunque parezca una estupidez, en el fondo funciona. Aunque él no lo demuestre, al ver lo que sus puños han hecho, sé que siente culpa. De la peor clase. Y como no soy capaz de vengarme de otra forma, esto me viene bien, por insignificante que parezca.

Miro el reloj de vuelta, y me doy cuenta de que he estado mirándome al espejo como una idiota por más de diez minutos.

No tengo el lujo de perder el tiempo.

Me apresuro a la cocina, siendo lo más silenciosa que puedo.

Roberto odia que lo despierte antes de las siete.

Saco los ingredientes del refrigerador para preparar su desayuno, y aunque siento la atractiva tentación de escupirle a su malteada, me abstengo. Le agrego las dos cucharadas exactas de azúcar, ni un grano más, ni un grano menos.

Lavo los vegetales que he sacado del refrigerador, los pico en trozos pequeños y los dejo preparados sobre la plancha para ya solo agregarlos a la sartén que pondré a calentar quince minutos antes de las siete.

Roberto odia que su comida no esté caliente cuando se sienta a comer.

Así que me limito a esperar mirando el reloj. Al dar la hora, ya he empezado a prepararlo todo. Cuando son las siete con diez minutos, él ya está doblando la esquina de la sala para llegar a la cocina, se sienta, inspeccionando que todo esté como él lo exige. Prueba la malteada, pero no hace ningún comentario. Toma un bocado del huevo revuelto que he preparado, lo mantiene en su boca por dos segundos, midiendo si está o no lo suficientemente caliente. De nuevo, vuelve a quedarse callado.

Pero claro, eso no dura ni de cerca lo suficiente.

—¿Qué haces ahí parada? —pregunta sin ningún tipo de amabilidad.

—Existo —respondo. Ha sido lo primero que se me ha venido a la cabeza.

Él parece no escuchar, porque se queda callado unos segundos.

—A este huevo le falta sal.

Antes, cuando era más pequeña, una afirmación como aquella me daba terror, porque eso significaba que había echo algo mal, lo cual tenía consecuencias.

Pero ya no soy esa niña asustada.

—Ponle más, entonces —replico.

Roberto odia que le den órdenes.

Veo cómo aprieta los dientes, pero se levanta, abre la alacena y saca la sal. La agrega al huevo y sigue comiendo en silencio.

Se ha despertado de buen humor, porque normalmente un comentario como ese ya me tendría sangrando en el suelo.

Termina su desayuno en silencio, se levanta y camina hacia mí. No me muevo. No parpadeo. No respiro. Pero alzo la barbilla sin una pizca de miedo en mi expresión.

Me mira, y por un segundo apenas perceptible veo lo que siente cuando nota mi cara mallugada. Culpa. Grande y terrible culpa. Casi sonrío, pero todavía no soy lo suficientemente estúpida para provocarlo a ese grado.

—Regresaré tarde, no prepares comida —dice, y al salir esas palabras de sus labios, la culpa se ha esfumado.

—Bien —respondo, porque él odia que no le conteste cuando me habla.



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En el texto hay: romance, drama, ficcion

Editado: 03.01.2021

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