Mujer de alas.

Capítulo 13

Lily.

Odio este estúpido cuadro.

No por el paisaje. Sino por lo mucho que me hace recordar mi vida anterior a la prisión. Lo mucho que me hace extrañarla a pesar de haber sufrido todo el tiempo.

Sin embargo, no puedo evitar venir a contemplarlo como una idiota masoquista. Aún despierta cierto grado de tranquilidad en mi interior, como si tuviera manos invisibles acicalándome y evitando que entre en erupción.

Los dueños son los mismos de antes, y aunque lo único que hago es ir y pararme frente al cuadro, sin siquiera pensar en entrar al resto de la tienda, ellos no me dicen nada. No hay reclamos. No hay odio. Me parece extraño, pero lo agradezco.

No estoy muy segura de qué haría si me negaran la entrada.

—¿Qué me dices de esta noche? —Rubén pregunta, sacándome de mis pensamientos.

Las últimas veces, él ha insistido en acompañarme a la tienda. No sé cómo es que llegamos a este punto. Uno en el que le confié esta pequeña parte de mí.

—Estoy ocupada —respondo, distraída—. Pero gracias de todas formas.

—Te haría bien salir un poco, ¿sabes? —replica, sin ser grosero—. No puedes estar recluyéndote toda tu vida.

Él tiene razón, pero francamente la reclusión ahora mismo me va bien.

—Ya lo sé.

—Sólo son un par de horas —insiste—. Estoy seguro de que la pasarías bien.

Suspiro, desinflando mi humor del todo. Desde hace un par de semanas Rubén ha estado tratando de hacerme salir de casa, regalándome boletos para toda clase de eventos que cree que podrían gustarme. Obras de teatro, películas, conciertos. Pero últimamente me siento tan desolada que apenas puedo reunir la energía suficiente para ir a trabajar.

—Seguro que sí, pero no puedo —contesto.

Rubén suelta un suspiro—. Algún día tendrás que dejar de encerrarte.

Lo miro, hundiéndome en sus facciones tan inusuales y aterradoras.

—Después de todo —continua—. El sol no está hecho para la oscuridad.

***

No tengo idea de qué hora es. Mi celda está llena de sombras, amplias y tan oscuras que apenas puedo verme las manos si me las pongo delante del rostro. Hay pequeños halos de luz, colándose entre los barrotes que conforman mi encierro. Solo que no me alcanzan la piel. Es como si una barrera se interpusiera entre nosotros, impidiéndoles alcanzarme y darme alguna clase de calor. Alguna clase de consuelo.

El ruido empieza a llegar, y aunque me tapo los oídos no soy capaz de amortiguarlo ni un poco. Escucho los gritos, las burlas, las amenazas y las humillaciones como si estuvieran grabadas en un disco que ha sido fabricado exclusivamente para mí.

—No eres más que basura —escucho.

—Eres una vergüenza.

—Ignorante.

—Mal ejemplo.

—Mediocre.

Las voces se entremezclan tanto que soy incapaz de separar qué es lo que me dice una de la otra.

Luego se hace el silencio.

Y ya no son voces lo que escucho, sino pasos, lentos y deliberados que tienen por único objetivo anunciarme su llegada, como si gritaran: ¡Voy por ti!

La primera persona a la que veo es mi madre.

Es tan bonita que verla hace que el pecho se me parta de dolor. Mis recuerdos no le hacen justicia, y me encuentro bebiendo de sus facciones como un borracho su alcohol, con tragos grandes y desesperados.

Su piel es clara e inmaculada, justo como la nieve. Su rostro es dulce y absolutamente armonioso. Sus extremidades delgadas y elegantes. El cabello oscuro le cae en bucles desordenados alrededor de la cara hasta su cintura, y hace parecer que está flotando.

Ella me sonríe de medio lado, justo como mi memoria me recuerda una y otra vez. Pero cuando estoy a punto de devolverle la sonrisa, su gesto cambia.

Su expresión me es tan conocida que siento un nudo en el estómago. Sus ojos cafés se oscurecen hasta parecer casi negros, y no hay bondad, ni alegría, ni amor dentro de ellos.

—Débil —la palabra sale de sus labios en un suspiro.

—Inútil.

Las lágrimas empiezan a manar de mis ojos.



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En el texto hay: romance, drama, ficcion

Editado: 03.01.2021

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