Mujer de alas.

Capítulo 14

Nicole.

La chica que me devuelve la mirada en el espejo no se parece a mí. A lo que era.

No puedo creer que ahora mismo tengo casi la misma edad que Lily tenía cuando todo pasó. No puedo aceptar que ella haya hecho todas esas cosas con tal de protegerme, cuando yo no soy capaz ni de ir y darle la cara.

Roberto decía que mi hermana era cobarde, pero yo nunca lo creí.

—¡Daniel ya está aquí! —la tía Helen grita desde la sala.

Mi corazón da un brinco, pero soy consciente de que no siento el mismo entusiasmo que antes de saber que Lily ya estaba afuera.

Trato de sonreírme a mí misma, pero lo que sale es más bien una mueca desganada.

Mi cabello cae en una cascada lacia y negra por mi espalda hasta casi rozar mi cadera. Naturalmente es rizado, como el de Lily y el de mi madre, pero a Daniel le gusta más cuando lo llevo lacio.

Llevo puesto un vestido que la tía Helen me regaló hace un par de años. Antes me llegaba por debajo de las rodillas, pero con el paso del tiempo el dobladillo ha pasado a rozar hasta la mitad de mis muslos. Es de un bonito color azul cielo, tiene una cinta blanca que acentúa mi cintura y unas mangas cortas cubiertas de encaje. Lo uso tan a menudo que ya luce un poco desgastado, pero no tengo el corazón para deshacerme  de él.

—¿Nic, me has oído? —la tía Helen pregunta desde el otro lado de la puerta de mi habitación.

Recompongo mi expresión lo mejor que puedo.

—Si —respondo, tomando mi bolso negro del tocador—. Ya voy.

Helen nunca ha traspasado la barrera que impuse con respecto a mi privacidad, y creo que eso es lo que más me gusta de ella. Cuando supe que no viviría con Natalia y su familia estaba destrozada. Me daba miedo que Helen resultara ser igual que Roberto, pero una vez más, tuve suerte.

Helen no es Lily, pero siempre trató de hacerme sentir cómoda y querida. Al principio fui grosera y difícil, pero cuando me di cuenta de que ella en verdad se interesaba por mí y me cuidaba porque quería, dejé de ser su dolor de cabeza.

Somos cercanas, y la quiero muchísimo, pero nuestra relación no es como lo era la que tenía con mi hermana.

Abro la puerta, encontrándome a la tía Helen con una expresión paciente y ligeramente divertida en su rostro. Ella no ha cambiado nada. Tal parece que los años no le han pasado encima, y me pregunto si este es el aspecto que tendré cuando llegue a su edad.

Somos tan parecidas que las personas que no nos conocen piensan que ella es mi madre.

—¿Qué tal estoy? —pregunto.

Helen me da una barrida rápida de abajo hacia arriba. Su boca se crispa en una sonrisa suave y asiente conforme—. Perfecta.

No puedo evitar sonreír.

—Gracias —respondo, y una vez que he vuelto a comprobar que todo está en donde debe, la tomo de la mano y la arrastro conmigo al primer piso de la casa.

La sala está tan ordenada como siempre. Hay dos sillones blancos que están perfectamente paralelos el uno del otro, cada uno con sus respectivos cojines en tonos grises y amarillos que rompen un poco con la pulcritud del ambiente. En medio, entre ambos sillones, está una pequeña mesa de madera oscura y suave que Helen normalmente usa para colocar su taza de café cada vez que se pone a leer un libro.

Las lámparas que parecen brotar del techo lucen como lágrimas, claras y cristalinas.

El suelo de madera oscura y natural cruje cuando mis sandalias hacen contacto.

Y ahí, en medio de todo, está Daniel.  

Su piel bronceada e inmaculada parece estar resplandeciendo bajo la luz amarilla de las lámparas. Lleva el cabello oscuro casi a rape, y aunque lo hace parecer un poco rudo, eso no disminuye la dulzura de sus rasgos.

Sus ojos son tan azules que seguramente ni el cielo podría igualar el color.

Sin embargo, no son sus ojos lo que me hace perder el aliento, ni su cuerpo de infarto o su manera tan dulce de hablarme.

Eso queda en segundo plano.

Su sonrisa es otro cantar.

Me lleva a un mundo que nunca creí poder conocer. Es como si me elevara, centímetro a centímetro hasta tocar las nubes con las puntas de mis dedos, como si no pesara más que una pluma y el viento me arrastrara a su merced.

Ese es exactamente el tipo de sonrisa que Daniel posee.

Nunca nadie me ha parecido más apuesto, excepto tal vez Mauro.

—Estás preciosa, Nic —dice.



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En el texto hay: romance, drama, ficcion

Editado: 03.01.2021

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