Mujer de alas.

Capítulo 18

Nicole.

Esto no debería de estar pasando. No ahora.

Papá no debería estar aquí.

Acepto su abrazo y su beso porque de ninguna manera haría algo para herirlo, pero estoy aterrada de lo que Lily pueda pensar.

—Hola, cielo —me saluda, pero de inmediato nota de que algo no cuadra—. ¿Qué sucede? ¿Te sientes bien?

No soy capaz de responderle. Unos segundos después siento las manos de Nat sobre mis hombros.

—Diego —ella saluda a mi padre, y aunque trata de ocultar su nerviosismo no es una buena mentirosa—. Pensé que no vendrías —dice, y suena un poco a una acusación.

—Si bueno, al final pude escaparme —él dice, sonriendo con tranquilidad—. Pero no luces muy contenta con eso.

Nat traga saliva y evita a toda costa mirar hacia dónde está mi hermana—. Debiste llamar.

Papá la observa sin comprender, pero no tarda mucho en darse cuenta del horrible silencio que se ha adueñado de la estancia. Mira a través de nosotras, buscando la respuesta en los demás invitados.

Sé cuándo sus ojos se topan con mi hermana. Sus pupilas se dilatan, su gesto se suaviza y su boca se abre en un movimiento lento y sorprendido. Noto, con cierto temor, la forma en la que sus rodillas están temblándole.

Me obligo a girarme y clavo la vista al otro lado de la estancia. Lily mira fijamente a papá, como si estuviera en un trance del cual le es imposible escapar. Pero no hay ninguna emoción en su rostro. Ni sorpresa. Ni miedo. Ni siquiera odio.

Solo vacío.

—¿Lily? —la voz de papá se quiebra, igual que una copa de cristal dejada caer al suelo por accidente.

No hace falta nada más que eso para despertarla.

Lily tuerce la boca en una mueca que no disimula ni un poco el desagrado que siente. Se acerca, con pasos firmes y pausados. Se ve tan pequeña que es imposible saber que ella es la mayor.

Lleva puesto un vestido holgado de un azul profundo que le deja las piernas y los brazos al aire. Sus pies están enfundados en unos sencillos zapatos de piso negros, atados a sus tobillos con una delgada tira de terciopelo.

Sin embargo, a pesar de que parece alguien mucho más joven, sus ojos no la dejan mentir. Dentro de ellos hay más vivencias y dolor de las que alguien que le doble la edad debería tener.

Su paso airado se detiene cuando llega a nuestro lado. Pero ella no mira a papá, me mira a mí.

Es como si el espacio que él está ocupando fuera totalmente invisible. Inexistente.

Lily no habla, no hace amago de pronunciar una palabra si quiera, pero no lo necesito. Su expresión me lo dice todo.

Devastación absoluta. Traición latiendo en sus ojos furiosos. Rabia contenida en sus labios apretados, como si estuviera obligándolos a permanecer sellados.

Nadie podría notarlo, pero yo sí puedo ver que está tratando de hacer que sus manos dejen de temblar. No como las de papá, de nervios, sino de pura ira.

Se detiene solo un segundo, pero tengo tiempo de sobra para saber que nunca la he visto más enojada.

Ni siquiera cuando Roberto vivía.

Lily sigue caminando, ignorando a la gente que se interpone en su salida. Pasa al lado de Nat y ella no parece notarla. Pasa junto a Fernando y Julia, quienes la miran con lástima, pero es como si ella fuera la única en la estancia.

«He estado sola la mayor parte de mi vida», dijo.

Estoy tan ocupada sintiéndome culpable, que no puedo detener a papá cuando sale disparado en su dirección.

La alcanza, sujetándola firmemente del brazo.

Lily se congela, y lentamente gira su rostro hacia él.

Ver su parecido hace que el corazón se me parta.

—No me toques —ella escupe la palabras, gélidas y tajantes.

Papá se paraliza, como si fuera un niño que ha sido atrapado haciendo una travesura.

Mi hermana no se revuelve. No se aleja. Simplemente espera a que mi padre se retire. Parece que ha pasado una eternidad hasta que él da un paso atrás, soltándola, dejándola irse y cerrando la puerta en un movimiento suave.

Nadie se mueve. Nadie habla.

Y yo sé, con toda seguridad, que Lily no volverá a poner un pie en esta casa. Que ella probablemente nunca volverá a dirigirme la palabra.

La visión se me nubla, las rodillas se me doblan, pero antes de que toque el piso Nat me sostiene. Veo venir a Fernando, empujando a las personas que se le atraviesan en el camino. Me sujeta con suavidad, alejando a su madre.



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En el texto hay: romance, drama, ficcion

Editado: 03.01.2021

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