Mundo X

C1: La Mañana de la Presidenta Elara

El sol, filtrándose a través de los paneles solares que cubrían la ciudadela de Neo-Veridia, bañaba la suite presidencial con una luz suave y dorada. La Presidenta Elara, una mujer de treinta y cinco años con una mirada penetrante y una disciplina férrea forjada desde la infancia, despertó sin necesidad de alarma. Su cuerpo, entrenado para la eficiencia, reconocía el ciclo natural del día.

A su lado, en un espacio designado en la habitación, un hombre joven llamado Kael ya estaba despierto. Sus movimientos eran silenciosos y precisos mientras se levantaba de su esterilla. Kael, con sus treinta y siete años, había sido asignado a la familia de Elara desde su pubertad temprana como asistente, y su educación se había centrado en el servicio doméstico de alta calidad y en el mantenimiento del orden en el hogar de su futura líder. No sentía humillación en su rol; era el propósito para el que había sido formado, la pieza esencial que permitía que el engranaje de la sociedad funcionara sin fricción.

Elara se sentó en el borde de su cama, y Kael se acercó con una túnica de seda ligera y fresca. Se la ofreció con una reverencia respetuosa, pero sin servilismo.

—Buenos días, Presidenta Elara —dijo Kael, su voz calmada y uniforme.

—Buenos días, Kael —respondió Elara, su tono profesional pero no frío—. ¿Cómo amaneció el sistema de seguridad perimetral?

—Sin incidencias, Presidenta. Los drones de vigilancia han completado su ciclo nocturno sin anomalías. El suministro de energía se mantiene en un noventa y ocho por ciento de su capacidad óptima.

Mientras Elara se vestía, Kael preparaba su desayuno: una mezcla nutritiva de granos energéticos y frutas cultivadas en los jardines hidropónicos de la ciudadela. Su movimiento era eficiente, cada gesto calculado para optimizar el tiempo y el resultado. No era solo un sirviente; era un guardián del bienestar de su líder, un facilitador de su labor.

Elara se sentó a la mesa, mientras Kael le servía el desayuno y se retiraba a un discreto rincón, listo para atender cualquier necesidad. Observó por la ventana el fluir ordenado de la ciudad. Vehículos autónomos deslizándose por vías designadas, mujeres en trajes de trabajo dirigiendo operaciones, y hombres moviéndose con propósito en sus tareas asignadas. Todo funcionaba a la perfección, un ballet social coreografiado con precisión milimétrica.

La educación de Elara había sido rigurosa. Desde niña, había sido instruida en historia, política, economía, y las complejas interrelaciones que mantenían a Neo-Veridia en su estado de orden y prosperidad. Había aprendido sobre la necesidad de la estructura, sobre cómo la especialización de roles garantizaba la supervivencia y el progreso de la especie. Y también había aprendido sobre la importancia de la continuidad, la necesidad de mantener la población y la fuerza laboral equilibrada.

Hacía años que el momento de su reproducción había pasado, había sido en el momento adecuado en su vida, había sido una decisión estratégica, planificada y natural, no un acto de pasión descontrolada. Ella y Kael, como muchas otras parejas de su generación, habían crecido en sus lugares de crianza y educacion, sus vidas unidas por el servicio y la compatibilidad. La familiaridad y el respeto mutuo creaban un vínculo que hacía que esa naturalidad fuera posible, sin la carga de la sumisión o la inferioridad que otras sociedades antiguas habían impuesto. Era simplemente parte del ciclo de la vida, la contribución de cada uno al gran proyecto de Neo-Veridia.

Mientras terminaba su desayuno, Elara repasó mentalmente la agenda del día: una revisión de los planes de expansión agrícola en el Sector Gamma, una sesión con el comité de ética sobre la reciente asignación de nuevos reproductores, y una audiencia con la Embajadora de la Confederación del Norte. Cada tarea era un eslabón más en la cadena de perfección que ella, como Presidenta, debía mantener y fortalecer.




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