En Neo-Veridia, la formación de sus ciudadanos comenzaba mucho antes de que vieran la luz del día, en la cuidadosa selección genética y la preparación de los hogares. Pero la verdadera forja de la sociedad ocurría en las guarderías y los centros de educación, instituciones diseñadas para moldear a cada niño y niña según su propósito predeterminado, garantizando el funcionamiento armonioso y eficiente del colectivo.
Desde que nacían, los niños y las niñas eran llevados a las Guarderías Centrales, instalaciones de vanguardia donde recibían atención médica, nutricional y de desarrollo las veinticuatro horas del día. Aquí, la separación temprana era fundamental. Los pequeños varones eran agrupados en alas separadas de las pequeñas hembras.
En las alas masculinas, la educación se centraba en el desarrollo de la fuerza física controlada, la manualidad fina, la disciplina y la obediencia. Se les enseñaba el arte de la eficiencia en las tareas domésticas: cómo preparar alimentos nutritivos y estéticamente agradables, cómo mantener la pulcritud y el orden en cualquier entorno, cómo gestionar los recursos del hogar con sabiduría y cómo ofrecer confort y apoyo a sus futuras líderes. Se les instruía en la historia de los grandes servidores, en las filosofías del servicio y en las artes de la paciencia y la discreción. Cada juego, cada lección, estaba diseñado para inculcar la idea de que su valor residía en su capacidad para servir y mantener el orden.
Por otro lado, en las alas femeninas, el currículo era radicalmente diferente. Desde muy pequeñas, las niñas eran expuestas a la historia del liderazgo, a la estrategia política, a las ciencias avanzadas, a la filosofía de la gobernanza y a las artes de la persuasión y la diplomacia. Se les enseñaba a pensar críticamente, a analizar sistemas complejos, a tomar decisiones difíciles y a liderar con visión y determinación. Sus juegos simulaban escenarios de toma de decisiones, sus lecciones incluían el estudio de constituciones y tratados, y su desarrollo físico se orientaba hacia la agilidad mental y la resistencia para las largas jornadas de liderazgo. Se les preparaba para ser las arquitectas, las administradoras y las guardianas de Neo-Veridia.
A medida que crecían, esta diferenciación se intensificaba. Los niños pasaban a Centros de Formación de Servicio, donde perfeccionaban sus habilidades en áreas específicas: servicio doméstico de élite, nutrición avanzada, logística de mantenimiento, e incluso, para aquellos con aptitudes destacadas, roles de asistentes administrativos de bajo nivel en los hogares de las mujeres de alto rango, siempre bajo estricta supervisión. Su educación continuaba enfocada en la excelencia de su función y en la comprensión profunda de las necesidades de las mujeres a las que servirían.
Las niñas, por su parte, ingresaban a Academias de Liderazgo, donde su educación se volvía aún más especializada. Se las preparaba para asumir roles en la administración pública, la ciencia, la tecnología, la defensa y todas las esferas de poder y decisión. La competencia era feroz, pero el sistema estaba diseñado para identificar y nutrir a las más capaces, asegurando que cada puesto de liderazgo fuera ocupado por la mujer más idónea.
La diferencia en la educación no era vista como una desigualdad, sino como la base de un funcionamiento social perfecto. Cada individuo, hombre o mujer, estaba perfectamente alineado con su propósito, contribuyendo al bien común de la manera más efectiva posible. Los hombres, formados para servir, encontraban su realización en la excelencia de su servicio, y las mujeres, formadas para liderar, encontraban su propósito en la gestión y el progreso de Neo-Veridia. Esta educación dual, tan distinta pero tan intrínsecamente ligada, era el corazón latente de la utopía que habían construido.