La luz tenue del amanecer se filtraba por las persianas de la suite privada de la Presidenta Elara, bañando la habitación con un resplandor matutino que contrastaba con la frialdad de la eficiencia que dominaba gran parte de su vida. Elara, a pesar de la urgencia de los informes pendientes sobre su escritorio, se detuvo un instante, permitiendo que sus pensamientos vagaran.
Había sido asignada a Kael hacía quince años. En aquel entonces, su anterior servidor había fallecido inesperadamente, un evento que, aunque lamentable, requería una rápida recalibración del futuro hogar presidencial. Kael había llegado con la misma serenidad y competencia que ahora lo caracterizaba, pero había algo en él, una quietud profunda, una dedicación que trascendía la mera obediencia, que había tocado a Elara de una manera que no esperaba.
No era un afecto que pudiera expresar públicamente, ni siquiera de forma sutil. El rol de Presidenta exigía una imagen de absoluta imparcialidad y dedicación a la nación. Cualquier indicio de favoritismo personal, o incluso de una conexión emocional profunda con un servidor, sería considerado una debilidad, un riesgo para la estabilidad del sistema. Sin embargo, en la intimidad de su hogar, Kael se había convertido en mucho más que un sirviente. Era un pilar de calma, un confidente silencioso, y, en los rincones más protegidos de su corazón, el hombre al que amaba.
La maternidad, en Neo-Veridia, era un proceso cuidadosamente orquestado. Los niños, nacidos de uniones seleccionadas para asegurar la continuidad de la élite, pasaban la mayor parte de su tiempo en las Guarderías y Academias. Elara sabía que sus hijos, el joven Liam y la brillante Anya, estaban siendo educados según los más altos estándares, preparados para asumir sus roles futuros con la misma perfección que ella exigía de sí misma y de su nación.
Aun así, cada vez que Kael le traía noticias sobre sus progresos, sobre sus logros académicos o sobre alguna anécdota de su infancia, Elara sentía una punzada de anhelo. Verlos era un privilegio restringido, programado con antelación para mantener la objetividad en su crianza. Pero en esos breves encuentros, buscaba en sus rostros los rasgos que compartían con ella y, sutilmente, las cualidades que Kael les había transmitido: la determinación en los ojos de Liam, la calma reflexiva de Anya.
En la soledad de la noche, cuando el peso de la nación descansaba sobre sus hombros, Elara a veces se permitía un momento de vulnerabilidad. Pensaba en Kael, en la lealtad inquebrantable que emanaba de él, en la forma en que sus ojos, al cruzar los suyos, transmitían una comprensión tácita que ningún otro podía ofrecer. Era un amor construido sobre el respeto mutuo, la admiración silenciosa y la profunda comprensión de sus roles entrelazados en la compleja trama de Neo-Veridia.
Sabía que su relación era un secreto, un delicado equilibrio entre su deber como líder y sus sentimientos como mujer. Pero en ese equilibrio, encontraba una fuerza inesperada. El amor por Kael y la esperanza por el futuro de sus hijos eran el ancla que la mantenía firme en medio de las tormentas políticas, el recordatorio de que, incluso en un mundo de lógica y orden, el corazón humano aún encontraba su camino.