Mundo X

C8: El Eco de las Preguntas

El escritorio de Elara estaba impecable, como siempre, reflejando el orden que regía cada aspecto de su vida y de Neo-Veridia. Los informes se apilaban en pilas perfectamente alineadas, los hologramas proyectaban estadísticas vitales de la nación, y la taza de té de hierbas, ya fría, esperaba ser retirada. Sin embargo, la mente de Elara no estaba tan ordenada como su entorno.

Las palabras de Liam y Anya, especialmente sus preguntas sobre la separación entre la vida personal y pública, y el papel del amor y la compasión en el gobierno, resonaban en su cabeza como ecos persistentes. Había dado las respuestas esperadas, las respuestas que el sistema había grabado en ella y en cada ciudadano de Neo-Veridia. Pero por primera vez en mucho tiempo, esas respuestas no se sentían completamente satisfactorias, ni siquiera para ella misma.

Se levantó de su asiento y se acercó al gran ventanal blindado que ofrecía una vista panorámica de la ciudad. Las luces de Neo-Veridia brillaban en una coreografía perfecta, un testimonio de la eficiencia y la planificación. Era una ciudad que había erradicado la pobreza, la enfermedad y el caos, una utopía construida sobre la lógica y el control. Y ella era su arquitecta principal, su guardiana.

Pero ¿a qué costo?

Recordó el breve abrazo de Liam, la calidez inesperada de Anya. Recordó la intimidad secreta con Kael, esos momentos robados donde la lógica se disolvía en la pura conexión humana. Esos eran los "ecos de intimidad" que sus hijos, con su inocencia y su perspicacia, habían tocado sin saberlo.

Elara se sentía atrapada entre dos mundos. El mundo que había ayudado a construir, donde la objetividad era la virtud suprema y las emociones eran variables a controlar. Y el mundo interior que, de alguna manera, sus hijos y Kael, habían logrado mantener vivo en ella: un espacio de sentimientos, de anhelos, de un amor que se negaba a ser completamente racionalizado.

Esa noche, durante su sesión de análisis de datos rutinaria, su concentración flaqueó. Un informe sobre la optimización de los recursos energéticos, que normalmente habría absorbido toda su atención, se volvía borroso. En su lugar, se preguntaba si la eficiencia perfecta era realmente la única métrica para una sociedad exitosa. ¿Podría haber un lugar para la compasión genuina, para la conexión humana más allá de la funcionalidad, sin comprometer la estabilidad?

Kael entró en sus aposentos más tarde, como era su costumbre, para asegurarse de que todo estuviera en orden antes de su descanso. La encontró de pie junto a la ventana, la ciudad dormida bajo sus pies.

"¿Está todo bien, Elara?", preguntó Kael, su voz suave, una pregunta que iba más allá de la superficie.

Elara suspiró, un sonido casi imperceptible. "Las preguntas de los niños... me han dejado pensando, Kael".

Kael se acercó a ella, deteniéndose a una distancia respetuosa. "Son inteligentes. Y tienen buen corazón. Es natural que cuestionen".

"Pero el cuestionamiento puede llevar a la inestabilidad", replicó Elara, casi por reflejo.

"O a la evolución", sugirió Kael, su mirada fija en el perfil de Elara. "Quizás no todo lo que es estable es inmutable. Quizás incluso los sistemas perfectos pueden aprender a respirar un poco más".

Elara se giró para mirarlo, sus ojos encontrando los de él en la penumbra. En ese momento, Kael no era solo su asistente o su compañero secreto; era un espejo, un confidente que entendía las complejidades de su alma. La idea de "respirar un poco más" resonó en ella. ¿Podría Neo-Veridia, o incluso ella misma, permitirse ese lujo? ¿Y si ese "respirar" era precisamente lo que sus hijos, y la parte más profunda de ella, anhelaban?

La noche se hizo más profunda, y las preguntas de los niños, amplificadas por la silenciosa sabiduría de Kael, sembraron una semilla de duda en el corazón de la Presidenta. Una semilla que, en el orden perfecto de Neo-Veridia, podría ser tanto una amenaza como la promesa de un nuevo amanecer.




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