El silencio entre mi padre y yo se volvió tan denso que casi podía sentirlo en el aire, mientras él se levantaba del sofá y se dirigía hacia una vieja cómoda en la esquina de la sala. Lo observé, con el corazón latiendo rápido, mientras sacaba un sobre amarillento, claramente desgastado por el tiempo. Al regresar a mi lado, me tendió el sobre con manos temblorosas, y al hacerlo, sus ojos se llenaron de una tristeza profunda.
— Tu madre quería que la leyeras cuando estuvieras lista —dijo en un susurro—. Creo que ese momento ha llegado.
Mi garganta se cerró al tomar la carta, y una sensación de opresión se instaló en mi pecho. El sobre llevaba mi nombre escrito con la caligrafía delicada y elegante de mi madre, aquella que no veía desde hace años. Al abrirlo, encontré una hoja de papel doblada, y al desplegarla, sus palabras comenzaron a desbordarse ante mis ojos.
"Querida Isabella.
Si estás leyendo esta carta, significa que ha llegado el momento de que conozcas algo que siempre he intentado protegerte. Sé que hay muchas preguntas en tu corazón, preguntas que durante años no pude responderte, y por eso quiero explicarte lo que puedas estar sintiendo ahora.
Tu padre biológico no nos abandonó por falta de amor, pero tampoco es alguien en quien debas confiar. En su vida había cosas que ni tú ni yo podríamos haber controlado, decisiones que él tomó por caminos oscuros que lo alejaron de nosotras. Tenía problemas que ni el amor ni la familia podían sanar. Se fue para resolverlos a su manera, pero nunca lo hizo. Nunca regresó.
No saber ciertas verdades, Isabella, fue una forma de protegerte. Si no te conté todo antes es porque quería que vivieras libre de la sombra de su ausencia, que pudieras crecer sin cargar con los fantasmas de su historia. Hay personas que no siempre hacen lo correcto, y tu padre fue una de ellas. Sus decisiones nos hirieron profundamente, y el dolor de su partida es algo que ninguna de las dos merecía.
Quiero que recuerdes que lo que define quién eres no está en tu sangre, sino en tu corazón. Todo lo que necesitas saber es que yo siempre estuve contigo, que el amor que compartimos fue más fuerte que cualquier verdad que pudiera haberte herido antes de tiempo.
Con amor eterno,
Mamá. "
El papel temblaba ligeramente en mis manos, como si la fuerza de las palabras escritas por mi madre hubiera dejado una huella invisible. Sentía el peso de cada línea, cada palabra cuidadosamente elegida para protegerme, pero al mismo tiempo, no podía evitar el vacío que esas mismas palabras me dejaban. La carta flotaba en mi mente, como una niebla densa que no podía disipar.
"No saber ciertas verdades fue una forma de protegerte..."
Levanté la vista y me di cuenta de que estaba en la plaza, el mismo lugar donde mi madre y yo solíamos pasar horas hablando de todo y de nada. No recuerdo en qué momento salí corriendo de la casa de mi padre ni como llegue a este lugar. El aire frío de la tarde me envolvía, pero no era suficiente para sacarme de ese torbellino de emociones que se arremolinaba en mi interior.
"¿Protegerme de qué?", pensé, mirando al horizonte.
¿De quién era realmente mi padre biológico? Mi madre había dicho que no era alguien en quien debía confiar, y el peso de esa declaración me aplastaba. Sabía que ella nunca me había mentido, y si decidió ocultarme la verdad todo este tiempo, debía ser por una razón poderosa.
El aire se sentía más denso con cada segundo que pasaba. Mi mente era un caos, tratando de procesar la realidad que la carta había revelado. La sensación de desorientación y confusión empezó a crecer en mi pecho, envolviéndome como una ola que no podía contener.
De repente, un mareo me invadió, y el mundo a mi alrededor comenzó a girar. Sentí mis rodillas debilitándose y mi visión empezó a desvanecerse en manchas borrosas de luz y sombras.
— Isabella... —escuché a Joseph decir mi nombre, su voz parecía distante, como si proviniera de otro mundo. Alcancé a ver su rostro lleno de preocupación, ¿Qué hace él aquí?. Corrió hacia mí, pero ya era demasiado tarde. Todo se oscureció, y lo último que sentí fue el suelo frío bajo mi cuerpo antes de perder el sentido por completo.
Cuando desperté, el fuerte olor a desinfectante llenaba mis fosas nasales. Parpadeé varias veces, ajustando mi vista a la luz fluorescente que iluminaba la habitación de hospital. El suave murmullo de voces en el pasillo parecía lejano, casi irreal.
Joseph estaba sentado junto a la cama, observándome con una mezcla de preocupación y alivio.
— ¿Qué... qué pasó? —pregunté, aún desorientada, con la voz ronca.
— Te desmayaste, Isabella —respondió, con voz suave—. Los médicos dicen que fue un síncope neuro cardiogénico. Todo el estrés... —hizo una pausa, buscando las palabras—. Tu cuerpo simplemente no pudo con todo.
Me quedé en silencio, intentando recordar el momento exacto en que todo se volvió oscuro. Las palabras de la carta volvieron a mí como un golpe.
"Protegerte... de él..."
Sentí que el nudo en mi garganta regresaba. Las palabras de mi madre seguían dándome vueltas. No quería que me protegieran, quería respuestas. Pero, ¿realmente estaba preparada para enfrentarlas?
— Lo siento... —susurré, sin saber muy bien por qué me disculpaba.
Joseph negó con la cabeza, apretando mi mano un poco más.
— No tienes nada de qué disculparte —susurró, con una voz llena de comprensión—. Lo importante ahora es que estés tranquila y te mejores.
Quería agradecerle, pero el peso de la revelación seguía aplastándome. No podía sacar a mi madre de mi mente, ni a ese hombre del que me había advertido. Intenté concentrarme en algo más, en lo tangible, en el presente.
— ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —pregunté, intentando distraerme.
— Solo unas horas. Los médicos dicen que vas a estar bien, pero tienes que descansar —respondió Joseph, aunque su tono revelaba que no era solo mi cuerpo lo que necesitaba recuperación.