"El destino no es una cuestión de casualidad, sino una cuestión de elección; no es algo que se espera, sino algo que se persigue."
William Jennings Bryan
Era lunes por la mañana cuando finalmente regresé a la universidad. El aire fresco y el bullicio de estudiantes reanudando sus rutinas me recibieron como si todo estuviera en su lugar, como si el mundo no se hubiera detenido. Pero para mí, la sensación era completamente diferente. Después del encuentro con Damon, nada volvía a sentirse igual. Su sombra persistía, como un eco que resonaba en lo más profundo de mi mente, sin darme tregua.
Intenté mantener la calma, fingir que todo estaba en orden. Agradecía el ruido del campus, los saludos amistosos y las actividades que llenaban mis días. Sin embargo, bajo esa fachada de normalidad, sentía una inquietud que no podía sacudir. Sabía que algo andaba mal, que una tormenta se estaba gestando. Y en medio de todo eso, me encontraba de nuevo en la universidad, junto a Audrey y Joseph, tratando de ignorar el caos interno que se arremolinaba dentro de mí.
— ¡Bella! —Audrey me llamó, agitando una mano desde la distancia—. ¡Te ves mucho mejor! Me alegra que hayas vuelto.
Le sonreí, agradecida por su entusiasmo, aunque por dentro me sentía como si estuviera caminando sobre un campo minado. Sabía que no podía contarle lo que realmente estaba sucediendo. No solo por mi bien, sino por el de ella.
— Sí, necesitaba despejarme un poco —dije, tratando de sonar despreocupada.
— Hoy hay un partido de voleibol —interrumpió Joseph, acercándose con esa sonrisa tranquila que siempre lograba relajarme un poco—. ¿Te gustaría venir? Audrey y yo ya estamos listos para jugar.
Sabía que rechazar su invitación solo provocaría más preguntas, así que asentí. El deporte no era lo mío, pero cualquier distracción era bienvenida.
La cancha de voleibol estaba llena de energía. Estudiantes animados, algunos espectadores riendo y gritando, y un ambiente despreocupado que parecía lo más alejado posible de la tensión que había vivido en los últimos días. Audrey se encontraba en su elemento, riendo mientras organizaba el equipo, y Joseph, como siempre, tenía una presencia reconfortante, asegurándose de que yo no me sintiera fuera de lugar.
El partido comenzó, y aunque no era mi fuerte, traté de seguir el ritmo. Las risas y los gritos de los jugadores llenaban el aire. En algún momento, logré conectar un buen saque y recibí un par de aplausos de Joseph y Audrey. Me permití una pequeña sonrisa. Quizás, después de todo, un poco de normalidad no era algo tan malo.
Pero entonces, lo sentí.
Primero, un ligero malestar detrás de mis ojos, como si un peso invisible comenzara a acumularse. Traté de ignorarlo, de seguir el ritmo del juego. Pero el dolor se intensificó rápidamente, transformándose en una punzada aguda que atravesaba mi cabeza con una fuerza que me hizo detenerme en seco.
El mundo a mi alrededor comenzó a tambalearse, las voces de mis compañeros se convirtieron en un eco distante, y una sensación de mareo me envolvió. Me llevé las manos a las sienes, intentando aliviar el dolor, pero fue en vano.
— ¡Isabella! —La voz de Joseph resonó en algún lugar cercano, pero era como si estuviera a kilómetros de distancia.
Mi visión comenzó a desdibujarse, las luces del gimnasio se volvieron demasiado brillantes, casi cegadoras. El sudor frío corría por mi frente y la sensación de náusea aumentaba con cada segundo.
— No me siento bien... —murmuré, pero no sé si alguien llegó a escucharme.
Sentí que alguien me tomaba por los brazos. Joseph, seguramente. Pero el dolor en mi cabeza seguía intensificándose, cada latido de mi corazón parecía amplificarlo. Y de repente, la fuerza me abandonó por completo. Mis piernas se doblaron y el mundo se oscureció.
No sé cuánto tiempo pasó antes de que comenzara a recuperar la conciencia. Al principio, todo era neblina, un cúmulo de imágenes borrosas y sonidos apagados. Escuchaba voces a mi alrededor, pero no lograba distinguir las palabras. Entonces, el olor a desinfectante y la sensación de una sábana bajo mis manos me hicieron entender dónde estaba. Estaba en el hospital.
Abrí los ojos lentamente, parpadeando contra la luz blanca y fría del techo. Mi cabeza aún dolía, aunque de manera más sutil. Sentía mis extremidades pesadas, como si estuvieran hechas de plomo, y mis pensamientos, difusos.
— Estás despierta. —La voz suave de Joseph llegó a mis oídos, y al girar la cabeza, lo vi sentado a mi lado, su rostro lleno de preocupación.
— ¿Qué… qué pasó? —murmuré con voz ronca.
— Te desmayaste en la cancha —dijo, acercándose más—. Te llevamos al hospital de inmediato. Dijeron que podría haber sido por estrés o agotamiento.
Intenté sentarme, pero una punzada de dolor recorrió mi cabeza, haciéndome detenerme en seco. Joseph se apresuró a colocar una mano suave sobre mi hombro.
— Tranquila, no te esfuerces —me dijo—. Estás bien ahora. Solo necesitas descansar.
— Bueno —respondí con una sonrisa cansada—, al menos no me desmayé por intentar hacer un saque con una mano. Aunque eso también podría haber sido un espectáculo interesante.
Joseph soltó una risa suave, pero su expresión seguía siendo grave.
— De verdad, Isabella, no quiero salir más de los hospitales —dijo, con un toque de exasperación en su voz—. Parezco tener una habilidad especial para estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
— Bueno, parece que es una habilidad que no quiero compartir contigo —bromeé—. Aunque aprecio mucho que estés aquí.
Me quedé en silencio por un momento, tratando de procesar lo que había sucedido. Todo el estrés de las últimas semanas, el encuentro con Damon, la carta de mi madre, parecía haberme llevado al límite, y mi cuerpo finalmente cedió.
Joseph me observaba con una mezcla de preocupación y confusión. Sabía que tenía preguntas, pero también que estaba esperando el momento adecuado para hacerlas. Me armé de valor, sabiendo que, en algún punto, tendría que abrirme a él.