"La verdad te liberará, pero primero te hará miserable."
- James A. Baldwin
Damon se acerca un poco más, disfrutando de cada palabra que está a punto de pronunciar.
—Tu padre, Bella, no solo te abandonó. Tenía problemas de adicción. Su vida se sumió en el caos, y en algún momento, contrajo una deuda conmigo. Y tú... tú fuiste el método de "canje" que él eligió para saldar su deuda.
El aire se me escapa de los pulmones. Mis ojos se abren de par en par, paralizados por la incredulidad.
—¿Qué estás diciendo? —exclamo, sintiendo que la traición se convierte en una puñalada en el estómago.
—Sí, así es. Cuando ya no tenía dinero, recurrió a mí para conseguir lo que necesitaba. Y lo que necesitaba era tu vida, tu dolor, tus miedos. En su mente, él pensó que podía ofrecerme a su hija como parte del trato —dice Damon, con una satisfacción que me llena de asco.
El horror se apodera de mí mientras las palabras se repiten en mi mente. La traición de mi padre se siente como un monstruo en mi interior. La desconfianza hacia Rick crece y se convierte en una sombra oscura que se cierne sobre mi corazón.
—¿Es verdad? —pregunto, enfrentando a Rick con una mezcla de desesperación y valentía. Necesito una respuesta, aunque me aterra lo que podría escuchar.
A mi mente llega el recuerdo de las palabras de mi madre en aquella carta: No confíes en él.
Damon, al ver la angustia en mis ojos, sonríe con una satisfacción retorcida.
—Rick, ya has hecho suficiente por hoy —ordena, su tono es firme y despreciativo.
Rick se queda un momento, su expresión entre el arrepentimiento y la incomprensión, como si intentara buscar una forma de justificarse. Pero no hay palabras que puedan reparar lo que ha hecho.
—Hija... —intenta decir, pero Damon lo interrumpe.
—¡Sal de aquí! —rueda los ojos y lo despide con un gesto despectivo—. No hay nada más que puedas decir que no sepa.
Con la cabeza gacha, Rick abandona la habitación, dejando tras de sí un rastro de decepción y dolor. La puerta se cierra detrás de él, y el silencio se siente pesado en el aire.
Ahora, con solo Damon entre nosotros, el ambiente se vuelve tenso.
—Así que has encontrado algo de valentía —dice Damon, sus ojos verdes brillando con burla—. Pero dime, ¿cuánto tiempo te durará? Porque sabes, a pesar de lo que crees, no eres más que una niña asustada, que se aferra a ilusiones de fortaleza.
Su risa es un eco cruel que resuena en mi mente.
—No soy una niña, Damon —respondo, mi voz firme—. He pasado por demasiado para que puedas seguir tratando de manipularme.
Él se acerca un poco más, el desafío en su mirada intensificándose.
—¿De verdad crees que puedes enfrentarme? Esa "fuerza" que has encontrado es solo un disfraz. Al final, siempre serás la misma Isabella que conocí: vulnerable y fácil de romper.
Siento que la rabia comienza a burbujear en mi interior, un fuego que ya no puedo ignorar.
Dominada por la rabia, no pienso en las agujas de la intravenosa que se clavan en mi brazo ni en el ruido monótono de la máquina que mide mi pulso. Solo hay un objetivo en mi mente: Damon. Su presencia es un veneno, y necesito liberarme de su influencia.
—¡Eres un monstruo! —grito mientras me lanzo hacia él, sintiendo cómo la ira consume cada parte de mí. El pitido de la máquina comienza a aumentar, marcando el acelerado ritmo de mi corazón, cada latido resonando con la furia que me embarga.
Damon se sorprende, pero rápidamente se recupera, una sonrisa burlona iluminando su rostro. Su actitud desafiante solo alimenta mi furia. Estoy a punto de abalanzarme sobre él cuando de repente siento un par de manos deteniéndome.
—¡Isabella, por favor! —La voz de Joseph llega a mis oídos. Al instante, siento su fuerza detrás de mí, intentando sujetarme. Miro hacia él, y sus ojos, siempre tan tranquilos, ahora reflejan una mezcla de preocupación y firmeza.
—¡Suéltame! —le grito, luchando por liberarme de su agarre, mi mirada sigue fija en Damon, mi odio latente.
—No puedes hacer esto —dice Joseph, su voz se suaviza aunque mantiene la presión sobre mis hombros—. Él quiere que reacciones así. No dejes que gane.
Damon, disfrutando del espectáculo, da un paso al frente.
—Mira cómo incluso tus amigos saben que estás perdida, Isabella —dice con desprecio, su voz cargada de malicia—. No eres más que una marioneta de tus emociones.
El pitido de la máquina sigue en aumento, reflejando mi pulso acelerado. No puedo calmarme. La rabia dentro de mí arde, pero Joseph no me deja avanzar. Me obliga a mantener los pies en la tierra, aunque mi corazón quiere saltar al abismo.
De repente, la puerta se abre nuevamente, y entra John, mi padre. Su rostro refleja sorpresa al ver el caos en la habitación. Sus ojos recorren rápidamente la escena: Damon con su sonrisa arrogante, Joseph sosteniéndome, y yo, luchando contra la tormenta de emociones que me arrastra.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunta John con una voz grave y decidida.
Damon se vuelve hacia él, sonriendo con ese aire de superioridad.
—Ah, John. Qué gusto verte en este momento tan... familiar —dice Damon con malicia.
Mi padre no responde al sarcasmo de Damon. En su lugar, se acerca a mí, colocando una mano firme pero protectora sobre mi hombro. Su gesto me ayuda a centrarme, aunque mi corazón sigue latiendo con furia.
—Isabella, ¿estás bien? —me pregunta, ignorando a Damon por completo.
Damon observa la escena, disfrutando del desasosiego que ha causado. Sin embargo, parece que ha llegado el momento de marcharse. Se endereza, ajustándose la chaqueta con un aire de satisfacción, como si hubiera ganado una batalla. Me lanza una última mirada, una mezcla de burla y desafío.
—Esto no ha terminado, Bella. Ni siquiera ha comenzado —dice con voz baja y peligrosa.
Con esas palabras, se da la vuelta y se dirige hacia la puerta, dejando un rastro de tensión en el aire. John y Joseph lo miran marcharse, pero yo sigo inmóvil, sintiendo el eco de su amenaza resonar en mi mente.