"La vida es como andar en bicicleta. Para mantener el equilibrio, debes seguir adelante."
— Albert Einstein
El sonido del reloj de pared marcaba un ritmo monótono en la sala. Frente a mí, el doctor hablaba, sus palabras se mezclaban con el eco de mi propio pulso en los oídos. Trataba de enfocarme en lo que decía, pero todo parecía envuelto en una niebla distante, como si estuviera atrapada en una burbuja. Las luces frías del hospital contrastaban con el caos interno que sentía.
—Isabella, ¿me estás escuchando? —preguntó el doctor, con un tono suave pero firme.
Lo miré, asintiendo ligeramente aunque no estaba segura de haber captado todo. El peso de mi diagnóstico aún colgaba sobre mí como una sombra imponente, y la sensación de irrealidad seguía arrastrándose en mis pensamientos. Un nudo en mi estómago se apretó con cada palabra del doctor, como si una mano invisible estuviera apretando mi pecho. La sala se volvió pequeña, y el eco del monitor sonaba como un tambor marcando el ritmo de mi ansiedad.
—Sé que esto es mucho para procesar —continuó, mientras tomaba una carpeta con los detalles de mi tratamiento—, pero es importante que prestes atención a los cuidados y el tratamiento que debes seguir a partir de ahora.
Lo observé más detenidamente. Tenía el rostro marcado por líneas de experiencia y preocupación, su cabello empezaba a volverse gris en las sienes. Había visto demasiados casos como el mío, de eso estaba segura. Respiré profundo, intentando concentrarme mientras él continuaba.
—El tumor que detectamos está en una zona delicada, pero con el tratamiento adecuado podemos controlar su crecimiento. Esto no será fácil, Isabella, pero no estás sola en esto. —Me miró directamente a los ojos, como si intentara atravesar la barrera invisible que me había rodeado desde la noticia.
Lo miro, tratando de asimilar sus palabras, pero mi mente sigue atrapada entre la bruma de lo que ha pasado. Mientras el doctor hablaba, una imagen de mi madre sonriendo en mi cumpleaños se desvanecía en mi mente, y de repente, todo lo que había sido parecía distante y etéreo. ¿Cómo podía estar enfrentando esto sola?
—Quiero que entiendas lo que esto implica —continuó, con una pausa, como si buscara una señal en mi rostro de que estaba lista para escuchar. No sé si lo estoy, pero asiento de todas maneras—. Necesitarás iniciar un tratamiento con radioterapia. Es probable que te sientas agotada después de cada sesión, pero es esencial para reducir el tamaño del tumor y evitar complicaciones. Al mismo tiempo, deberás seguir tomando medicamentos para controlar los síntomas y el dolor que puedan surgir.
Mis manos comenzaron a sudar, y me di cuenta de que había estado apretando la bata del hospital con más fuerza de la que debería. De repente, la sala se giró. Las luces brillantes parecían intensificarse, y mis piernas flaquearon. La náusea subió desde mi estómago mientras una oleada de pánico me envolvía.
—¿Cuánto tiempo durará todo esto? —pregunté, tratando de mantener una voz neutral, aunque sentía un nudo en la garganta.
—El tratamiento dependerá de cómo responda tu cuerpo —responde el doctor, haciendo una pausa para observarme—. Podrían ser semanas, meses... El objetivo es monitorear el tumor de cerca. En las primeras etapas, deberás venir al hospital cada semana para tus sesiones. Luego, dependiendo de los resultados, puede que lo espaciemos. También vamos a programar visitas regulares con un neurocirujano para evaluar tu evolución.
—¿Y... si no funciona? —las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. Mi voz sonó más débil de lo que me gustaría.
El doctor tomó un momento antes de responder, como si supiera que su respuesta no sería fácil de digerir. No quería escuchar lo que tenía que decir, pero ya no había vuelta atrás.
—Siempre existen riesgos, Isabella. Pero la clave aquí es tu fortaleza mental. Hay que seguir cada pauta, mantener una dieta balanceada, descansar lo necesario. Evita cualquier situación de estrés excesivo y escucha a tu cuerpo. Si algo no se siente bien, si tienes dolores inusuales, avísanos de inmediato.
Lo observé mientras explicaba con precisión médica cada pequeño detalle: las restricciones alimenticias, la importancia de mantenerme hidratada, evitar cualquier actividad física extenuante, los efectos secundarios del tratamiento. Cada palabra era como un ladrillo más que se añadía al peso sobre mis hombros. Me preguntaba si podría seguir con mis sueños, con mi vida. ¿Qué pasaría si no salía de esto? La imagen de mi futuro se desvanecía, y la idea de nunca volver a ver a mis amigos, a Joseph, a Audrey, me llenaba de terror.
—No te preocupes, no estarás sola en esto —agrega el doctor, intentando ofrecerme consuelo—. Tendrás un equipo de profesionales a tu lado y... espero que cuentes también con el apoyo de tus seres queridos. Tendrás que aprender a adaptarte a las señales de tu cuerpo. Habrá días en los que te sentirás débil, pero otros en los que tendrás más energía. Solo tienes que ser paciente contigo misma.
Asiento nuevamente, sintiendo como si mi cuerpo se moviera por inercia. El peso de la incertidumbre se cernía sobre mí, y aunque sabía que debía ser fuerte, el miedo me consumía.
—Es importante que mantengas la calma. No es recomendable que te expongas a situaciones de estrés —insiste. Mi mente viaja de inmediato a lo que pasó con Damon, a la revelación de Rick, y un pequeño rincón de mi mente se preguntaba si podría soportar el peso de lo que estaba por venir.
—¿Isabella? —el doctor me saca de mis pensamientos—. ¿Estás segura de haber entendido todo?
Levanto la mirada, haciendo un esfuerzo para apartar esos recuerdos. Mi vida acaba de dar un giro monumental, y este diagnóstico parece solo otro obstáculo.
—Sí, doctor. Lo entendí.
—Bien. Si en cualquier momento te sientes insegura o tienes preguntas, no dudes en contactarnos —me entrega una última hoja—. Esta es la información de tu médico de cabecera y de un psicólogo que recomendamos. Será útil para que manejes el estrés emocional que todo este proceso puede causar.