Acepto que por un largo tiempo me hice daño, cierro mis ojos para tratar de no sentir vergüenza por ello. Eras parte de mi relato diario, tanto que se formó habitual traerte a flote, creo que me gustaba sentir el dolor, me daba vida, una sombra que no se disipaba, no podía, el sol no era lo suficientemente fuerte para que su luz diera el adiós.
Supongo que se cansó también, después de todo, largas horas despierto a mi lado no lo dejaban huir. Perdimos el norte, no sabíamos qué hacer, sonreír sería irónico…pero dio paso al nuevo sendero, llegando así el revuelo, observé y no estabas, te fuiste sin despedirte, me dejaste sola en esta mansión de pensamientos rotos, que no supe reparar.
La brisa cálida levantaba el polvo del olvido, ¿Que te pasó niña? Con asombro preguntó el amor, sabía que el miedo era más grande que yo…el silencio se apoderó del momento, cerré mis ojos, lagrimas grises saludaron, tenían mucho por borrar, pero su calor se sintió bien hasta llegar a su tono natural, relativo tal vez. Extendía la mano, al deseo de tocarte y olvidar, era difícil en ese lugar, baje el volumen de aquellos murmullos y te escuche con claridad, esa voz tenue, de dulce armonía, con la que decías: “no te escondes del miedo niña, aprendes a vivir con él”, sufrir es parte del vivir, quizás no sanamos del todo, pero los recuerdos nos llenan para seguir.