24. visitando el mercado local.

Era una mañana templada de primavera, y una brisa suave acariciaba el bosque mientras las Mushroom Girls caminaban por el sendero de tierra que llevaba al pueblo. Las cestas de mimbre colgaban de sus brazos, vacías por ahora, pero listas para llenarse de hierbas frescas, telas coloridas, y delicias artesanales.

—Hoy quiero encontrar miel de brezo —dijo Amanita, mirando una lista escrita a mano—. Y si conseguimos salvia azul, podría intentar una nueva receta.

—Yo necesito semillas para el rincón de lavanda —añadió Shiitake—. El jardín está pidiendo un poco de cambio de aroma.

—¿Y yo puedo buscar instrumentos? ¡Escuché que un carpintero nuevo llegó al mercado! —exclamó Portobello, casi saltando de emoción.

—Y yo... quiero simplemente caminar —respondió Reishi con una sonrisa tranquila—. El mercado es un buen lugar para observar y aprender.

—¡Y para comer pastel de mora! —añadió Champiñón, que ya estaba a varios pasos adelante.

Las chicas rieron mientras el sendero se ampliaba y las primeras carpas del mercado aparecían entre los árboles.

El mercado local se extendía en un claro circular, donde comerciantes y artesanos habían instalado toldos de telas coloridas. El aire olía a pan recién horneado, a frutas maduras y a flores silvestres. Sonaban risas, saludos y hasta una pequeña melodía tocada por un trío de músicos.

—¡Bienvenidas, chicas del bosque! —saludó la señora Leira, la panadera—. Tengo panes de eneldo y limón, recién salidos del horno.

—¿Podemos probar uno? —preguntó Champiñón, ya con migas en las mejillas.

—Toma, cariño —dijo Leira, dándole un panecillo redondo y caliente—. Para ustedes, la mitad de precio. Siempre traen buena energía.

Mientras Champiñón disfrutaba su pan, Portobello se acercó al puesto del carpintero. Sobre la mesa, había flautas talladas, silbatos de madera y un tambor pequeño.

—¿Puedo probar esta flauta? —preguntó ella, señalando una de madera oscura.

—Por supuesto —respondió el carpintero—. Está hecha con madera de roble y tiene una voz suave, ideal para melodías tranquilas.

Portobello la llevó a los labios y sopló suavemente. Una nota clara se alzó sobre el bullicio del mercado, y algunas personas se giraron a escuchar.

—Creo que esa te eligió a ti —dijo Reishi con una sonrisa suave.

Mientras tanto, Amanita y Shiitake habían encontrado el puesto de hierbas de la señora Velna, una mujer de mirada intensa y manos sabias.

—¿Buscas algo en especial, pequeña recolectora? —preguntó Velna.

—Salvia azul y menta lunar —respondió Amanita—. Y si tiene hongo cerval, sería un sueño.

—¿Sabes usar el hongo cerval? —preguntó la mujer, alzando una ceja.

—Solo en microdosis, infusionado en miel templada. Para la tos y la melancolía —respondió Amanita con firmeza.

Velna asintió, visiblemente impresionada.

—Te daré un pequeño paquete. Cuídalo bien. Y tú —dijo girándose a Shiitake—, ¿qué necesitas?

—Semillas para calmar el suelo —respondió Shiitake—. Algo que nutra sin apurar. Algo que crezca cuando esté listo.

Velna rebuscó entre pequeños sobres y le pasó uno sin nombre.

—Estas semillas solo germinan cuando les cantas. Pero el jardín lo sabrá.

Shiitake asintió en silencio, agradecida.

Después de recorrer todos los rincones del mercado, las chicas se reunieron bajo un árbol con sus cestas llenas.

—Pan, semillas, flautas, hierbas… ¡y pastel! —dijo Champiñón, mostrando una caja con rebanadas de mora y crema.

—Nos lo merecemos —sonrió Amanita—. Hoy ha sido un buen día.

—Me gusta ver cómo todos nos reciben aquí —comentó Matsutake—. Es como si fuéramos parte de algo más grande.

—Lo somos —dijo Reishi, mirando a su alrededor—. El bosque y el pueblo respiran juntos. Solo hay que aprender a escuchar.

Se sentaron juntas, compartiendo el pastel, el pan, las historias del día. Rieron, se abrazaron, y prometieron volver pronto. Porque aunque vivieran en una cabaña entre hongos y árboles, el corazón del mercado también era su hogar.