Navidades

NAVIDADES

El otoño posee la hipnótica cualidad del canto de las sirenas, mientras que el invierno, por su parte, imbuido en una poderosa nostalgia, hace doler aquella cicatriz como el día que se realizo la herida. Navidad es lo que unos celebran, Navidades es lo que celebro yo, porque metafísicamente, ni el evento ni quien lo celebra siguen siendo los mismos. Al igual que Odiseo en su retorno a Ítaca, no obstante, para el héroe griego su travesía consistió en un solo viaje, largo, pero de vuelta. Sin embargo, para mí, las fiestas son una serie de viajes cortos, pero igual de complicados, que aún no me conducen a casa.

 

La víspera navideña se deja sentir en toda regla a partir de Noviembre, las tiendas comerciales se visten de rojo y blanco, gorros frigios se dibujan por doquier y los villancicos, que inevitablemente me remontan a mi infancia, no dejan de sonar como un taladrante ruido de fondo listo para causar tortura y hartazgo.

 

Desde que tengo memoria, para mí, las navidades comienzan cuando adorno mi casa. Cambio las vetustas pero finas cortinas color ocre con tonos naranjas por unas desabridas y cuadriculadas cortinas de tonos rojos y blancos con esferas y pinos de navidad como estampado. Cada año mas desdibujadas que el anterior, no obstante, a pesar de su desgaste siguen cumpliendo perfectamente su función, la de ser un recordatorio para el interior, y una muestra para el exterior, de que me encuentro listo para celebrar la natividad, aunque en el fondo sé perfectamente que me hallo ante la incertidumbre de no saber lo que ocurriría.

 

Una colección de peluches navideños invade mi sala, osos, muñecos de nieve y Santas se sientan por doquier, mientras que botas bordadas engalanan mis paredes de todos colores y tamaños, rojas, grises, moradas y azules. No obstante, la cuenta regresiva inicia en el momento exacto en que el pino se yergue majestuoso convirtiéndose en el centro de toda esta celebración. A partir de ahí sé que cada día que pase es un día menos para una nueva navidad. Pero esa expectación es al mismo tiempo pesar, el de saber que cuando todo termine tendré que devolver esos adornos a sus cajas. Pero mientas el día llega, me limito a dar un hondo suspiro en señal de total resignación.

 

Mi historia es simple, hijo menor, familia pequeña, reuniones en casa de mis tíos, hermanos de mi mamá, mismas a las que mi padre detestaba ir, gusto que, en mi caso, adquiriría con el tiempo. Nunca entendí sus motivos, tal vez se debía a que, aunque de niño no lograra darme cuenta, ese hombre se sentía tan solo y fuera de lugar como yo. Si así era le comprendo y procuro no juzgarle, aunque eso es solo una mera suposición.

 

Posadas en la escuela, viajes al pueblo de mi papá, donde no acostumbran a cenar el día veinticuatro, sino a realizar una gran comida el día veinticinco rodeados de familiares que solo ven una vez al año. En la iglesia evangélica, dado que desde mi niñez mostré cualidades histriónicas, me gané de inmediato los papeles protagónicos en los dramas infantiles, don de Dios o casualidad, no lo sé y a estas alturas tampoco me importa.

 

El pasar de los años me llevó de los dramas al coro de la iglesia. Mis cambios fueron repentinos y, para bien o para mal, permanentes. Vello por todas partes, mismo que, por motivos evolutivos que escapan a mi comprensión, conforme el tiempo avanzó, me dotó de un rostro cubierto del mismo que resultó atractivo para el sexo opuesto. 

 

Una particular voz grave y varonil encerrada en el cuerpo de una adolescente escuálido y chaparro, pero afortunadamente sin acné, me hizo ser, en más de una ocasión el lector que, entre canto y canto, añadía las escenas del nacimiento de Cristo, desde su profecía: He aquí la virgen dará a luz; hasta su muerte: padre perdónalos porque no saben lo que hacen; Cristo del cual, aunque la fiesta es un su honor, reniego que alguna vez haya nacido.

 

Con los años, las navidades se hacían cada vez más fastuosas o en realidad siempre lo fueron y era mi consciencia de clase la que comenzaba a despertarse para darse cuenta del privilegio en que me toco nacer. Mi carácter selectivo me llevó a influir de manera determinante en menú, lo cual me causaba una enorme satisfacción dado que ese tema se volvió el único que realmente me importaba sobre dicha celebración, excusa de excesos gastronómicos, que contrasta ahora con mi resignada situación donde si hay cena ya es ganancia.

 

Terminé por adoptar una dieta vegetariana muy ad hoc, debido a que, de vez en cuando la rompía sin sentir demasiada culpa, especialmente en fechas especiales, cumpleaños, reuniones y fiestas. Navidad, por lo tanto, no era la excepción para atiborrarme de los cadáveres de aves, peces y mamíferos perfectamente cocidos y sazonados. En el pecado está la penitencia reza un popular refrán, sin embargo, todo el mundo me decía que mi verdadero pecado estaba en no hacerlo todo el año.

 

El sentido de mis navidades se perdió cuando mi familia se mudó. Mis padres y mi único hermano se fueron a residir al otro lado de las montañas que atraviesan mi país, y, mientras ellos gozaban de la incesante luz del sol que no cesa de castigar la tierra más o menos yerma que ahora habitan, a mi me tocó quedarme con la lluvia y la niebla del montañoso valle donde nací, crecí e intento sobrevivir resistiéndome al implacable frío que amenaza con congelar mi corazón y sueños.



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En el texto hay: navidad, memorias, soledad y dolor

Editado: 14.12.2023

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