Necesito que me ames

Capítulo 53

Clayton

No alcanzo a cruzar la puerta de casa cuando recibo una llamada de mi madre informándome que la denuncia que Gavin hizo en mi contra no tiene fundamentos y es inválida. También comenta que Gavin irá a prisión por haber violado a dos mujeres y amenazado a otras, incluyendo a Ruby.

Por suerte el detective no se quedó de brazos cruzados e hizo su trabajo confiscando su laptop y teléfono encontrando los mensajes, las fotos, los videos y todo material inculpatorio que, sumado a las declaraciones de algunas de sus víctimas, no pudo librarse.

Agradezco a mi madre que utilizó sus contactos para asegurarse de que el juez que llevara el juicio de Gavin fuera uno justo e implacable ante casos que se relacionan con la violencia hacia la mujer y también que el fiscal fuera bueno.

—Quiso hacerse pasar por loco—dice mamá—. Si bien  parecía que lo estaba. Él seguía diciendo que lo que hizo no era malo.

—No está loco, está enfermo.

—No le funcionó. Le dieron veinticinco años de prisión sin posibilidad de salir por buena conducta. Lo trasladaron a un pabellón con otros violadores y no la pasará bien.

—Mejor. Que sienta en carne propia lo que le hizo a esas mujeres.

—Bueno, hijo, debo colgar. Te veo mañana en el cumpleaños de mi nieto.

—Está bien. Deja ir a mi esposa a casa.

Mamá ríe.

—No depende de mí.

Termino la llamada y entro en casa.

Caleb camina hacia mí, lo tomo en brazos y lo lleno de besos.

—Ya estaba preguntando por ti y por su mamá. —dice Charlotte.

—¿Extrañaste a papá?

—Tía, tía, tía… —señala la escalera.

Sonrío.

La mini pelirroja insistió e insistió hasta que finalmente Caleb dijo tía. Sobra decir que ella está feliz.

Amaris se acerca contándome que habrá un recital en la escuela donde cada estudiante tendrá que hacer una presentación y ella la hará junto a su nueva amiga Melody que toca el violín.

—Wow, eso es genial.

—Estoy muy emocionada—me abraza—. Gracias a ti por hablarle a Lily de la escuela, de lo contrario seguiría en la escuela para tontos.

—No es una escuela para tontos. —exclamo dejando a Caleb en el suelo.

—Lo que sea.

Me quito la chaqueta riendo y me siento en el piso a jugar con mi hijo, Amaris se sienta a mi lado y armamos una torre con los bloques, la cual Caleb tira abajo y aplaude riendo.

—No será corredor de autos—digo—, será demoledor.

Caleb gatea hasta uno de sus autos y lo mueve en el piso. Tal vez sí. Hay esperanza.

—Oye, Clay.

—Dime, Amaris.

—Nunca te di las gracias por todo lo que has hecho por nosotros.

Fijo la mirada en ella.

—No tienes que darme las gracias. En un principio lo hice porque Lily y tú me parecieron buenas personas, ahora porque las amo.

Ella baja la mirada.

—El otro día te escuché hablando con Alison—frunzo el entrecejo—. No sabía que no podías tener hijos propios.

—Eso no importa.

—Lo sé, igual lo siento—suspira—. También escuché que no solo querías darle tu apellido a Caleb, sino también a mí.

Sus ojos se llenan de lágrimas, mas no digo nada. A Amaris le gusta mostrarse fuerte.

—Caleb es mi hijo, tu mi cuñada y también te considero una hija o puede ser una hermana. Eres mi familia tanto como Lily y Caleb. Cuando me casé con tu hermana lo hice con tu sobrino y contigo también. Ya eres una Lennox, nada más hay que hacerlo oficial—ella aparta la mirada evitando que la vea llorar—. No tienes que ser fuerte todo el tiempo, puedes llorar. Prometo no decirle nada a nadie. ¿Verdad, Caleb?

El bebé ni los da la hora, está enfocado en su autito y los bloques.

—Papá, mamá, mamá. —exclama.

—Él no dirá nada.

Amaris se tira a mis brazos y sus bracitos me rodean el cuello, la abrazo y acaricio su espalda mientras ella llora y sigue agradeciendo por quererla.

Hasta a mí me dan ganas de llorar.

Esta niña se ha metido en mi corazón. Con su cabeza de adulta y cuerpo de niña, sigue siendo una niña.

Adoro que me llame tonto y que logre intimidar a mi amigo Emir con su carácter. 

—Te quiero mucho, Clayton.

Se aparta y seco sus lágrimas.

—Entonces, ¿quieres ser una Lennox? No puedo ponerte el apellido sin tu permiso.

Ella asiente.

—Claro que quiero, tonto. Tú, Andrea y los ancianos también son mi familia.

Acaricio su mejilla.

—Lo somos. Todos somos una gran familia.




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