Niebla

Capítulo 1. Heterocromático.

Nos mudábamos de la ciudad a un pueblo de menos de veinte mil habitantes, donde todos parecían conocerse.
En Niebla -así se llamaba- todos sabían el nombre de todos y los secretos eran instantes.
- "Es un lugar lleno de supersticiones, de historias de fantasmas, de casas abandonadas, ritos paganos e incluso pactos con el demonio" -dijo mi hermano leyendo algo en su notebook mientras el auto avanzaba por la ruta principal.
Llegamos por la mañana a una casa de dos pisos. El primero conservaba el aire antiguo, con pisos de madera que crujían y paredes altas. El segundo, en cambio, era más nuevo, hecho especialmente para mis hermanos y para mí.
Entramos por un living enorme y anticuado que se abría a un comedor con una mesa imposible de llenar. A la derecha, unas puertas dobles de vidrio oscuro conducían al estudio de papá, y desde allí, a su habitación.
La soledad -pensé- le quedaba bien.
En el segundo piso había tres dormitorios.
Uno daba al patio, cubierto de enredaderas que trepaban hasta la ventana (perfecta para que Logan se escapara). Mi hermano pasaba por los 18 más rebeldes.
Las otras dos habitaciones daban a la calle. La mía tenía las paredes pintadas de un azul brillante, justo como le había pedido a papá. La de Fiona, en cambio, era rosa, sin discusión posible.
Mi hermana tenía solo once años, pero ya era mi mejor amiga.
Mi confidente.
Y aunque a los diecisiete una madre se necesita más que nunca, esa es otra historia.
Recorrí con la palma de la mano mi nueva cama. Era alta, enorme, con sábanas recién extendidas que olían a pintura fresca. Frente a ella, un escritorio blanco con un librero ya ocupado por mis libros, y junto a eso, una puerta del mismo color que la habitación: un vestidor, probablemente.
Me pregunté qué habría sido de nuestros viejos roperos.
Corrí las cortinas. La falta de rejas en la ventana me inquietó; de donde veníamos, eso habría sido impensable.
Afuera, una chica de cabello oscuro me saludó con la mano. Le devolví el gesto. Parecía la vecina.
-Es linda -dijo mi hermano detrás de mí, sobresaltándome.
-Para vos todas son lindas -repliqué, cerrando las cortinas con un golpe.
Se dejó caer en mi cama, mirando el techo mientras yo seguía desempacando.
-¿Seremos felices acá? -preguntó.
No lo miré. Sostuve una caja entre las manos y fingí convicción.
-Estoy segura de que sí -dije.
Él sonrió. Cuando levanté la vista, ya se había ido.
Salí a descargar las cajas que quedaban en la camioneta junto a papá.
Una voz me sobresaltó:
-¡Ey! Soy Gina.
Tenía la piel morena, el pelo oscuro y los ojos de un marrón brillante. Era algunos centímetros más alta que yo, con una postura que dejaba claro que no sabía, o no quería pasar desapercibida. Su cara era preciosa, de esas que recordarías incluso si la hubieras visto de pasada. Y tenía un lunar en la mejilla, cerquita del pómulo que la volvía aún más particular.
Hola soy Isla, le respondí. Y sus ojos se abrieron rápidamente, -Wow que lindo nombre. Espetó. Le devolví una media sonrisa y seguí desempacando.
-¿Te gustaría una recorrida por el pueblo? - Preguntó sosteniendo una de mis cajas y entrando a mi nueva casa. Observó todo a su alrededor mientras embarraba todo el piso con sus convers negras. -Bueno todavía tengo mucho que hacer...
No logre terminar la oración cuando me tomo de la mano y me arrastro fuera de la casa, casi involuntariamente.
Gina caminaba muy segura, contoneándose mientras hablaba de los vecinos, hacia señas con una mano y con la otra se aferraba a mi como si fuese su amiga de toda la vida. Y aunque yo era alguien muy demostrativa y afectuosa, esto me parecía algo excesivo.
Cuando llegamos a la plaza del pueblo, me decidí a zafarme de su agarre, y fingir abriendo los brazos que el lugar me parecía enorme y fascinante. Aunque cuando voltee de verdad lo era.
La plaza del pueblo se encontraba justo en el medio del pueblo, era tan grande y tenía tantos árboles viejos que se remontarían anteriores a la inauguración de Niebla, especule. Las hojas violetas estaban prendidas a los enormes e inmaculados árboles que tanto me fascinaban, las raíces sobresalían de la tierra como brazos que se abrazaban al suelo con ensañamiento. Había algunas mesas con bancos rústicos en un sector del lugar, algunas personas estaban sentadas allí, otros jugaban al Basquetbol en una pequeña cancha bastante deteriorada. Gina volvió a tomarme de la mano y me llevó con un grupo de chicos y chicas que estaban sentados cerca de un árbol, en lo que habrá sido la estatua de inauguración del pueblo, aun podía distinguirse las palabras "Bienvenidos a Niebla" en un pedazo de roca bastante grande.
-¡Holaaa! -anunció ella con su voz estridente-. Chicos, ella es Isla.
Una chica pelirroja levantó la vista, sonrió y dijo:
¡Bienvenida! Soy Cata.
Tenía una piel clarísima llena de pequitas diminutas que le cruzaban la nariz y las mejillas, como si el sol la hubiera marcado suavemente desde chica. Llevaba el pelo lacio, color rojizo, un colorado elegante, no estridente y se movía con una prolijidad que parecía imposible. Sus ojos eran verdes, muy claros.
-Y esa es Nieves, mi hermana. Continuo Gina
Nieves me dio la sensación de ser la versión más afilada de Gina. Eran bastante parecidas: la altura, la postura impecable.
También tenía la piel también tostada, aunque un tono más frío, y el pelo lo llevaba lacio, perfectamente lacio, cayéndole por debajo de los hombros como una cortina oscura y recta que enmarcaba su cara.
Nieves me saludó con una sonrisa mínima antes de volver a su conversación.
-Él es Robin, le decimos así porque el pobre se llama Roberto- dijo en una carcajada. Robin Tenia el pelo rubio, de ese rubio claro que parece dorado. Y los ojos celestes, pero no un celeste común: eran extremadamente brillantes y claros.
Tenía rasgos casi perfectos, demasiado simétricos para ser real, como si alguien los hubiera esculpido a propósito.
Robin se paró y me saludo con un beso en la mejilla.
-Encantado de conocerte, vecina. - dijo sonriendo
-Y él... -Gina giró hacia su izquierda- es Valente.
El chico levantó la cabeza.
Tenía la piel clara -no pálida, sino ese tono suave que parece iluminarse cuando le daba el sol- y el pelo oscuro, con ondas desordenadas que le caían sobre la frente como si se negara a acomodárselas.
Sus ojos eran de dos colores distintos: uno celeste, frío como una mañana nublada; el otro, marrón cálido, profundo. Tenía una heterocromía que parecía un error perfecto.
Era alto, de hombros anchos, con un cuerpo que no parecía resultado de un gimnasio, sino de vivir en movimiento constante. En su brazo derecho llevaba un tatuaje: un reloj. Un diseño lleno de detalles finos, engranajes pequeños, agujas detenidas en una hora que no alcance a distinguir.
No eran rasgos que pudieras pasar por alto, ni una mirada que se pudiera sostener mucho tiempo.
-Valente, ella es Isla -dijo Gina, divertida.
-Ya escuché -respondió él, sin moverse. Su voz era calma, como si en él no hubiera nada más que tranquilidad.
-Hola ¿así que vecinos nuevos? -Pregunto alegremente, parecía que las noticias volaban en este lugar.
-Llegamos hace menos de 1 hora- respondí un poco incrédula.
-Vas a tener que disculparme Isla, acá es bastante aburrido- Explicó incorporándose y acercándose a mí. -Pero por lo menos muchos creen que este pueblo está lleno de historias de miedo ¿no? - dijo dejando escapar una carcajada y un poco del humo del cigarro que fumaba.
No pude evitar pensar en Logan y en las ridiculeces que venía leyendo durante el viaje. Sonreí discretamente, pero realmente sentí bastante curiosidad.
-¿Te gustan las historias de miedo? - pregunto Gina, con aires de misterio.
-La verdad es que me gustan las historias de todo tipo-le conteste sonando un poco fanática.
-¿Así que sos de las que viven pegadas a un libro? como Robin- cuestionó Nieves.
-Mejor que vivir pegada a una pantalla- contesto el joven sentado frente a mi.
Lo observé fijamente y le sonreí involuntariamente.
-Vas a ver cómo te convertís en la protagonista de las historias en este lugar- Me dijo Valente en voz baja haciendo una seña con las manos y un escalofrío me recorrió el cuello.
Por un instante, ninguno dijo nada más.
Después, él volvió la vista al frente, y yo supe -sin saber por qué- que no era alguien con quien fuera fácil hablar.
El viento movió las hojas violetas que caían como papel quemado, y el silencio entre todos fue más incómodo que hostil.
-Bueno -dijo Gina, rompiendo la pausa-, voy a buscar algo de beber.
-Tráeme una gaseosa -pidió Cata sin mirarla.
-Sí, claro, la servidumbre al mando -bufó Gina, alejándose entre risas.
Yo quedé de pie, torpe, sin saber si sentarme o fingir que debía irme.
Robin me ofreció un lugar en el banco, y cuando lo acepté, sentí que Valente me observaba de reojo, apenas, como quien estudia un reflejo.
-¿De dónde sos? -preguntó Nieves, casi por compromiso.
-De la ciudad -respondí.
-Ah. -Y nada más.
El murmullo de las conversaciones volvió a llenar el aire.
Los chicos hablaban de cosas que me resultaban ajenas: una fiesta, un rumor, un nombre que no reconocí.
Yo solo miraba los árboles, las raíces, el cielo que empezaba a volverse gris.
Fue entonces cuando escuché la voz de Valente, sin levantar la vista:
-No te vas a acostumbrar a este lugar.
Lo dijo tan tranquilo que por un instante creí haberlo imaginado.
-¿Perdón? -alcancé a decir.
Él alzó la mirada. Tenía esa mezcla de cansancio y desafío que solo he visto en la gente que sabe más de lo que dice.
-Digo que Niebla no es para todos -repitió, sin énfasis, como si fuera una obviedad.
Y volvió a guardar silencio.




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