Niñera a convenir

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Ayer estuve pensando un buen rato en lo corta que es la vida y en que no deberíamos dejarla pasar sin disfrutarla al máximo. No suelo tener esas oleadas de pensamientos muy a menudo, pero ayer tenía una razón para ello, una razón muy inquietante. Por suerte, mi madre me tranquilizó y me dijo que mi abuela se encontraba mejor y que casi se rebela por la noche, porque quería prepararse ella misma la cena, aunque mi madre la había disuadido. Aun así, los activos impulsos culinarios de mi abuela me hicieron tranquilizarme y no trastocar mis planes del día.

Y estos planes se referían al cumpleaños de hoy de mi amiga. Por eso había quedado con Andrey el sábado, no al día siguiente. Pensé en llamar a Irina y disculparme por no poder ir al restaurante donde celebraría su día de mermelada, pero mi madre me tranquilizó diciéndome que no debía cancelar nada, porque mi abuela estaba mejorando, y yo era una chica joven y debía relajarme de vez en cuando, no pensar solo en mis estudios y exámenes. Mis padres veían perfectamente cómo intentaba no defraudarles y hacía todo lo que estaba en mi mano para encontrarme un trabajo decente en el futuro y hacerles felices con mis éxitos durante el resto de mi vida.

Por lo tanto, habiendo acordado con mi conciencia que no bebería demasiado alcohol y que me comportaría lo más adecuadamente posible, decidí asistir al evento festivo de mi amigo. Pero antes, o más bien después de mis clases en la universidad, corría a casa de mi abuela y la visitaba. Ella me quería muchísimo, porque era su única nieta, y por eso se alegraba de verme siempre. Por eso le compraba sus pasteles favoritos antes de ir al colegio, que ella adoraba, aunque por alguna razón yo pensaba que a las personas mayores no les gustaban los dulces, y esperaba a que terminaran las dos clases para ir a la casa que había sido la de mi infancia. Al fin y al cabo, fue en casa de mi abuela donde pasé casi toda mi infancia.

Me distraje de mis apuntes con el móvil, o mejor dicho, empezó a vibrar en mi bolsillo y, cuando lo saqué, me llevé una gran sorpresa. Era mi madre. Fue una sorpresa para mí, y enseguida me empezaron a sudar las palmas de las manos, tanto que casi se me cae el teléfono. Mi madre sabía cuándo empezaba y terminaba cada una de mis clases, así que algo debía de haber pasado para que me llamara casi en mitad de la clase. Inmediatamente me vino un pensamiento a la cabeza, que por un momento me quitó la capacidad de respirar, y mi corazón empezó a latir como loco. Probablemente en ese momento estaba latiendo como un martillo neumático, y menos mal que la profesora estaba lo suficientemente alta para impartir la clase, de lo contrario habría corrido el riesgo de que mi excitación fuera oída por otros alumnos. Aunque en realidad, no me importaba en ese momento.

No obstante, después de inspirar todo el aire posible, calmando un poco mi respiración, pedí permiso a Arkadiy Petróvich para salir del aula y casi salí corriendo cuando me lo permitió. Me parecía que había comenzado una cuenta atrás, y el desenlace de lo que ocurriría a continuación dependía sólo de mí.

- ¿Qué le pasa? - Era la segunda vez consecutiva que mi madre me llamaba mientras yo estaba en el pasillo, así que no me cabía duda de que a mi abuela le había ocurrido algo. Por supuesto, aún había esperanza, pero era tan escasa que ni siquiera consideré esta gracia salvadora.

- Diana... se puso enferma. Otra vez. Me llamó, apenas podía hablar... - Fue la primera vez que sentí lo desconsolada que estaba mi madre, le temblaba la voz y a cada segundo corría el riesgo de desaparecer del todo.

- Voy a verla ahora mismo. - Tenía que tomar el control de todo, tenía que usar la cabeza fría y resolver este problema. No podía permitirme entrar en pánico como mi madre, porque entonces todo sería un desastre.

- No, espera, ahora recojo a Marat y vamos a la universidad. Espéranos en la entrada. - Mi madre se desconectó inmediatamente en cuanto dijo estas palabras, probablemente se sintió acusada por mi actitud y se recompuso. Dio órdenes y probablemente ya estaba vistiendo al bebé de su jefe sobre la marcha para venir a verme.

Decidí actuar con la misma rotundidad, rapidez y brusquedad, así que irrumpí como un meteoro de nuevo en el aula, y de tal manera que casi todos los presentes empezaron a mirarme con interés. Creo que dije con interés porque podía sentir las miradas ardiendo en cada parte de mi cuerpo, pero no me importó. Rápidamente metí un cuaderno y un bolígrafo en mi bolso, me lo eché al hombro y empecé a salir del aula. Todo sucedió en completo silencio, según me pareció. Sólo oía el zumbido en mis oídos y estaba en un estado de postración.

- ¿Adónde vas? - Mi rápido plan de huida se vio interrumpido por una voz que irrumpió en mi cabeza como un rayo. Ahora me daba cuenta con certeza de que hasta ahora había estado realizando todas mis acciones en silencio.

- Tengo que hacerlo. Lo siento. - Miré a la profesora, que probablemente estaba en estado de shock por mis acciones, durante un segundo y finalmente salí del aula.

Me di cuenta de que estaba haciendo locuras y que nunca me habría permitido hacer algo así en mi vida, pero no tenía otra opción, la vida de mi amada pendía de un hilo. Podría haber acabado en cualquier momento...

No sé cómo mi madre pudo prepararse para el viaje con tanta rapidez, probablemente pegando al taxista en un sitio de camino a la universidad, pero tres minutos después de que yo saliera de la escuela, ella saltó del coche y luego ayudó al chico a salir. Antes sólo lo había visto en fotografías, pero hoy lo he visto por primera vez en la vida real. Es una pena que nos hayamos encontrado en estas condiciones.

Sin más preámbulos, mi madre me abrazó, cogiendo de la mano a Marat, que probablemente no entendía por qué no estaban en el parque infantil, sino cerca de algún edificio saludable para tíos y tías adultos. Bueno, porque en realidad yo era su tía por edad, si no me equivoco, el niño tenía cuatro años.




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