Niñera a convenir

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- Marat, ¿cómo llamas a mi madre? - Construí aquellas barricadas, resoplé y resoplé, pero debo admitir que estaba completamente derrotado en la lucha contra esta arena. No sólo el diablo me hizo decir semejantes tonterías sobre torres del tamaño de mi estatura, sino que esta arena estaba tan suelta que era imposible construir nada con ella. Bueno, probablemente te hagas una idea, un mal bailarín seguro que es consciente de lo que se interpone en su camino.

- Tía Zoia, ¿por qué? - El niño probablemente no entendía por qué había renunciado a intentar demostrarle algo y me miraba confuso. El niño hacía tiempo que había abandonado esta estúpida ficción y jugaba tranquilamente con sus soldados o monstruos, la verdad es que no sé mucho de los dibujos animados de hoy en día. Vale, hay algunas hadas o alguna catástrofe rosa similar, pero definitivamente no esa en la que tu cabeza sale volando de tus hombros y usas una espada de hierro en lugar de una varita mágica.

- Tenemos que llamar a la tía Zoe y preguntarle cuándo vendrá a visitarnos. Porque puede que no lleguemos a tiempo para los dibujos animados, y no podemos dejar que eso ocurra, ¿verdad? - Sí, claro, Diana, sigue adelante y métete con el cerebro del niño con tus dulces mentiras, menos mal que le sextuplicas la edad, porque este tipo de mierdas difícilmente funcionarían con un niño mayor.

- Dibujos animados, dibujos animados, - por suerte para mí, el niño ya debía de estar cansado de jugar a sus batallas caballerescas en la arena y de verme esforzarme, porque se levantó de un salto y empezó a gritar y a meter a su batallón en la mochila. Todos volaron hacia la caja de fuego con tal velocidad que me di cuenta de que el chico sólo estaba esperando una excusa para salir de aquí a algún lugar más interesante.

Además, ya me sangraba la nariz de llamar a mi madre, porque había pasado más de una hora y no sabía nada de ella. Era muy confuso e inducía al pánico, pero tenía que mantener la calma por el bien del niño. No quería que le afectara de ninguna manera.

- Mamá, ¿qué pasa? Me di cuenta de que mi madre había contestado a la llamada solo cuando el teléfono estaba en cuenta atrás, porque no pude oír nada más que un crujido.

- Estoy en el hospital, - dijo mi madre, y la llamada terminó. O al menos se interrumpió. Inmediatamente empecé a sentirme mareada, y las palmas de las manos me sudaban tanto que casi se me cae el móvil de las manos.

En el hospital. Qué pocas palabras, pero cuánto dolor encierran. Nunca he asociado los hospitales con nada bueno, pero si se trata de un miembro de tu familia, aún más. Un hospital es el último lugar donde quieres encontrarte con alguien, por el motivo que sea.

Al principio, pensé en no volver a llamar a mi madre, quizá estuviera ocupada con algo, pero cuando miré al bebé, que me miraba como para saber cómo estaba su niñera, me di cuenta de que no podía evitar volver a probar suerte.

- Mamá, siento distraerte, pero ¿qué pasa? - ¿Puedes decírmelo en pocas palabras? - solté de un tirón, intentando obtener al menos un poco de información y no molestar demasiado a mi madre.

- Hija, he llevado a la abuela al hospital, la van a operar pronto, - era evidente que mi madre estaba corriendo hacia algún sitio, porque notaba que se le cortaba la respiración y respiraba agitadamente.

- Iremos enseguida, - le indiqué a Marat con la cabeza que se dirigiera a la parada de autobús para ir al hospital lo antes posible.

- No hace falta, ahora no podéis ayudarme ni a mí ni a la abuela de ninguna manera, y la psique de Marat no debe traumatizarse. Es demasiado joven para estos lugares tan poco agradables. - Merece la pena rendir homenaje a la madre, que incluso en una situación tan crítica se comportó con dignidad y pensó también en el niño. Fue el colmo de la profesionalidad y una actitud adecuada hacia el niño por su parte. Inmediatamente sentí que los años pasados en la guardería no habían sido en vano y que la madre era una maestra con mayúsculas. Hay pocas personas así en este mundo.

- ¿Vamos al centro comercial? - Pensé que ese era el plan original, pero ahora todo había cambiado radicalmente y no sabía qué hacer con el niño.

- No, deberías irte a casa. Te voy a mandar un mensaje con la dirección donde viven. - La verdad es que no me gustaba mucho la idea, porque una cosa era jugar con los niños y otra ir a una casa completamente extraña, pero ahora no tenía derecho a poner un radio en la rueda. Estaba claro que mi madre no tenía tiempo para explicarle la situación a una tía sana como yo. - El padre de Marat ya se ha ido a casa y debería volver pronto. Creo que en hora y media Oleksandr estará allí. Ya está, nos vamos.

¿Pensabas que el orden y la disciplina sólo pueden existir en el ejército? ¿Que sólo allí debes seguir las órdenes de tus comandantes sin ninguna charla o pensamiento innecesario? Pero no, mi madre también me daba órdenes, me decía lo que tenía que hacer y adónde tenía que ir, y colgaba sin más. Así que no tuve más remedio que abrir la aplicación para buscar la dirección a la que debía ir con Marat y seguir todas esas instrucciones.

Aunque el niño estaba un poco disgustado porque los dibujos animados se habían cancelado por ese día, no se portó mal, como habrían hecho la mayoría de los niños en su lugar. Y cuando le dije que veríamos los dibujos animados en su casa y que su padre volvería pronto, dejó a un lado su tristeza y me arrastró hasta el autobús que nos llevaría a su casa. Y con el encuentro con su papá a la vuelta de la esquina, no voy a ocultar ni negar que no me interesaba ver a ese hombre. ¿Quién no lo estaría en mi lugar? ¡Así que súbete al autobús con nosotros y vámonos!

Así es como vive la gente! Ese fue el pensamiento que se me pasó por la cabeza cuando vi la casa donde viven Marat y su padre. Una casa de dos plantas, con un territorio enorme y bien cuidado, y encima una piscina en el patio. Y no una pequeña cualquiera, sólo para las ranas del lugar, sino una de un tamaño impresionante.




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