- Diana, lo entiendes todo, ¿verdad? ¿Puedo empezar? - Miro la tarjeta de colores brillantes que tengo en la mano y no consigo averiguar por qué la necesito, y mucho menos me doy cuenta de qué voz viene de algún lugar cercano a mí. Diana, ¿necesitas que te curen o qué?
Hay pisotones, algunas manipulaciones laterales y vuelvo en mí cuando algo afilado se clava en mi cuerpo. Me guste o no, hay que despertar de los pensamientos que llenaban mi cabeza y me impedían centrarme en la realidad que ya estaba aquí y ahora.
- Está bien, está bien, está bien, - di un respingo y me puse en pie para librarme de aquella molestia que me estaba causando verdadero dolor físico. Resultó que fue Marat quien sacó de algún sitio un juego de destornilladores y empezó a "arreglarme". Había tal arsenal de herramientas que tuve suerte de poder volver a la vida tan rápidamente, porque si el chico hubiera cogido el bocado... su niñera temporal habría ido al hospital para ser tratada por una lesión laboral.
- Estabas callado y no me contestabas, aunque me mirabas, - se encogió de hombros el chico, como si estuviera tratando no con una persona adecuada, sino al menos con un mono loco, y empezó a guardar de nuevo su equipo en la bolsa. Me pregunto si Oleksandr tiene algún miedo de que el niño juegue con juguetes tan adultos. Entiendo que Marat es un niño muy responsable e inteligente más allá de sus años, pero la palabra clave aquí es "niño". Tendré que contarle a mi marido este error de cálculo, no quiero que le pase nada al niño.
- Lo siento, estaba pensando en algo. ¿Te gustan las tartas de queso con mermelada? - Estaba tan liada con lo de mañana y lo del decano que estaba claro que no había sitio para juegos de mesa. En lo único que podía pensar ahora era en cómo salvar mi quinto punto si las cosas me salían muy mal. Y parece que así será, a juzgar por el tono y las palabras de Pavel Olegovich.
- Sí, me encanta, me encanta, - los ojos del niño brillaban como si yo le estuviera ofreciendo no un plato lácteo, sino al menos una caja de bombones, - tu madre hace unas tartas de queso muy ricas, mmm, deliciosas.
- Así que déjame que te haga unas, ¿vale? - No pude más que confirmar las palabras del chico, porque desde pequeño me habían encantado los syrniki de mi madre e incluso ahora a veces le pido que me haga estas delicias. Aunque he aprendido a hacerlos yo misma, siguen sabiendo mejor cuando vienen de mi madre.
- Vamos, vamos, y luego iremos a dar un paseo. - Oh, dónde está mi infancia despreocupada, en la que el mayor problema era pasar todo el tiempo posible fuera y no volver a casa.
- Por supuesto, tú limpia el lugar, y yo iré a cocinar para ti. ¿Con qué tipo de mermelada quieres los syrniki: fresa o frambuesa? - Estaba salivando al pensar en lo deliciosos que estarían.
- De fresa. - Estaba claro que Marat no iba a perder el tiempo, así que ya había empezado a meter todo el juego de mesa en una caja, de donde lo sacó todo en unos veinte minutos. Si me hubiera esforzado tanto y luego me hubieran echado con estos juegos, me habría sentido ofendido, pero era bueno que tuviera algo que ofrecer al chico para que todos estuvieran contentos y satisfechos.
Pero no había pensado en una cosa: ¿quién me dijo que en esta casa había ingredientes para tartas de queso? Y la mermelada de fresa sólo puede dejarse en dulces fantasías, después de todo, aquí vive un padre soltero, ¿por qué iba a abastecerse de giros? No todas las mujeres tienen tales existencias, así que ¿por qué un hombre haría tal cosa?
Pero una vez más, Oleksandr me sorprendió, porque además del queso fresco que encontré en la nevera, encontré toda una estantería de mermelada. Y era tal la variedad de mermeladas que ni siquiera pude identificar enseguida algunos de los sabores. Me pregunto si va al mercado y compra él mismo estos alimentos, o si hay algún responsable de esto. No puede ser mi madre, porque está claro que en los últimos días no ha tenido tiempo de hacer la compra, no sólo en el mercado, sino ni siquiera en el supermercado.
Ya estaba contenta de poder dedicar mi atención a otra cosa que no fuera el trabajo universitario y ponerme a hacer realidad los deseos del niño. Estaba claro que mi madre era más de cocina, así que todo estaba dispuesto como en casa, lo que hacía que cocinar fuera un placer y no una tarea.
Cuando los últimos manjares estaban alcanzando la temperatura adecuada, y Marat ya estaba sentado a la mesa con un tenedor en una mano y un cuchillo en la otra, alguien llamó al timbre. Y nos alarmó tanto a mí como al chico, porque primero volvió la cabeza hacia el salón y luego me miró con cierta preocupación en los ojos.
- Vuelvo enseguida y empezamos a comer, - tranquilicé al chico y a mí mismo al mismo tiempo, porque no entendía quién podía venir a esta casa y llamar al timbre.
Oleksandr estaba descartado en este sentido, porque ¿qué sentido tenía que llamara? ¿A su madre? Ella también podría haber entrado sin más, sobre todo porque ahora mismo debería estar en casa de su abuela. ¿Entonces quién?
No me arriesgué a abrir la puerta de inmediato y ponerme en peligro, así que primero miré por la ventana para ver quién podía ser. Pero lo que vi sólo añadió más preguntas a mi mente...
Un tipo deambulaba por el patio, y lo hacía de forma tan mandona que incluso me quedé paralizado durante un par de segundos, estupefacto por semejante descaro. ¿Quién podía ser? A quién se le habría ocurrido entrar en territorio ajeno y pasearse por allí sin reparos? Esto sólo puede hacerlo una persona que esté mal de la cabeza... o alguien que conozca a los amigos o familiares de Oleksandr. ¿No hay otra manera?
Mientras pensaba en quién y qué podría ser y qué debía hacer en esta situación, mi marido no tardó en mirar por las ventanas. Y como me había olvidado de cualquier medio de ocultación, me desclasaron muy rápidamente y el hombre me hizo un gesto con la mano. Al mismo tiempo, tenía una sonrisa tan sincera e increíblemente amplia en la cara, como si hubiera venido a verme, y yo estaba allí de pie como una tonta mirándole como a un extraterrestre. Y yo debería estar corriendo y arrojándome a sus brazos, a juzgar por su comportamiento.