Ha pasado una semana desde aquella fatídica tarde en la que creció un muro entre Oleksandr y yo, que se cernía sobre mí como una pesada opresión y me impedía seguir viviendo y existiendo en este mundo blanco. Y no, no tenía nada que ver con el hecho de que yo estuviera tan enfadada con él por prácticamente calificar de nimiedad mi problema con la universidad, no, aunque aquella noche acabara recogiendo mis cosas y abandonando el hotel donde habíamos vuelto a entregarnos a la pasión, por segunda vez en tan poco tiempo. La cuestión era que, después de aquella velada, ya no volví a cruzarme ni con aquel hombre ni con su hijo, como si hubieran desaparecido de mi vida como si nunca hubieran estado allí.
Cabía la posibilidad de que mi madre estuviera cuidando a Marat y Oleksandr me guardara rencor, por lo que no me invitó a pasar tiempo como niñera con su hijo. Pero, en primer lugar, mi madre seguía pasando casi todo su tiempo libre con mi abuela, que afortunadamente se estaba recuperando rápidamente y pronto volvería a casa, y en segundo lugar, decidí preguntarle directamente por esta extraña situación. Y ni siquiera sé si lo que oí me alegró o me entristeció. Mi pariente me dijo que Oleksandr no necesitaba su ayuda y que por eso hacía tiempo que no veía a los dos hombres.
Todos estos pensamientos sobre aquella noche y las preocupaciones sobre lo que pasaría después entre mi marido y yo, y si era posible un futuro entre nosotros, me hacían sentir mal. Me sentía cansada, aplastada, deprimida... Mi sueño se hizo tan largo e intranquilo que me despertaba cada mañana en la universidad sintiéndome como si me hubiera aplastado un camión y luego me hubiera arrancado del asfalto y arrojado a una olla de agua hirviendo.
Por cierto, sobre mi centro educativo. La situación allí también podría haber contribuido a mi mal estado de salud, o convertirse en un factor adicional para que las cosas me fueran tan mal. El decano no me ha llamado a su despacho desde mi actuación en aquel maldito concurso. A mí me extrañó bastante, porque esperaba saberlo todo al día siguiente, bueno, dos o tres días como mucho, ¿para qué alargarme si todo estaba claro de antemano? Pero o el tipo decidió burlarse un poco más de mí, o algo salió mal con ese viejo profesor, pero ha pasado una semana y sigo siendo estudiante de esta universidad. No parece algo malo, ¿verdad? Pero yo no lo diría, porque esta incertidumbre me estaba matando, desgarrando mi alma en heridas sangrantes. Al igual que en la situación con Oleksandr, no entendía lo que me esperaba en el futuro, y no podía comprender en qué dirección debía moverme. Y si valía la pena seguir adelante, o si ya no tenía sentido. Iba a la universidad más bien como una máquina automática, para que mi madre no tuviera preguntas innecesarias sobre mi asistencia, y para olvidarme de Sasha al menos un poco. No puedo decir que ayudara mucho, pero era mejor que nada.
- Diana, ¿estás bien? - Llevaba siete días dándole vueltas a mi último encuentro con Oleksandr, preguntándome qué había hecho mal, qué había dicho mal o quizás qué había sido grosera con él. Con el paso de los días, esto se ha convertido en mi tortura favorita contra mí misma.
- Sí, sí, ¿por qué? - interrumpió mi autoflagelación Rebecca, que se acercó a mí mientras esperaba sentada en el alféizar a la siguiente pareja.
- Últimamente tienes un aspecto bastante extraño, no eres el de siempre. Siempre sumida en algún tipo de pensamiento, alterada, pálida como una pared encalada... ¿Va todo bien? - Sería extraño que mi mejor amiga no se diera cuenta del cambio en mi estado de ánimo, así que no me enfadé con ella, al contrario, me alegró que se preocupara tanto por mi estado.
- Sí, todo está bien, es sólo que esta incertidumbre me está matando, sería mejor que dijeran que me echaban, y sería más fácil que esperar a alguien que no sabe qué ni quién, - no quería contarle a la chica todo lo que me estaba enfadando, pero no oculté esta parte de la verdad porque Rebecca era muy consciente de ello. Y era una buena tapadera para mi estado depresivo.
- Bueno, entonces, te ayudaré con algo... O tal vez sea al revés. No lo sé.
- ¿En qué sentido? - Mi amiga estaba algo confusa, como si le preocupara algo que yo desconocía.
- Acabo de ver al decano, te ha pedido que vengas a verle...
Bueno, había llegado el momento decisivo para mí, era ganar o perder...
Pensaba trotar hasta el despacho de Pavlo Olehovych y resolver de una vez por todas la cuestión de estudiar en esta institución educativa. No tenía sentido retrasar este trascendental acontecimiento, así que respiré hondo y... corrí al baño. Sí, así es, al baño de la universidad para utilizar el retrete con otros fines. Perdón por los detalles, pero como dice el refrán, no se le puede quitar la letra a una canción, y mi mala salud hizo que me sintiera tan mal.
Había que hacer algo al respecto, no podía seguir así, porque a este paso pronto podría acabar acostado junto a mi abuela y más tarde siendo tratado en una institución mental. Me he enrollado hasta el punto de que mi cuerpo me está diciendo "basta" con todas las letras, y si no le hago caso, escupirá sobre todo y se acostará en el sentido más estricto de la palabra. Ahora habrá un veredicto en una situación que me preocupa, y esto ya es un plus, pero sigue siendo un plus. No debo olvidarme del tema principal que me impide dormir bien, comer bien o incluso existir en este mundo. Si Oleksandr no se preocupa por mí ni por lo que siento por él, ¿por qué debería estar suspirando por él y convirtiéndome en un vegetal? Soy una chica joven, aún tengo toda la vida por delante, no puedo permitirme entrar en histeria y no salir de ella en lo que me queda de vida. Con esta actitud, y con las fuerzas que aún me quedaban dentro, me dirigí al despacho del decano.
- Supongo, Diana, que en realidad no necesitas tanto una plaza en la universidad, - me saludó Pavlo Olehovych con estas palabras sin saludar, con presión, en cuanto aparecí delante de él.