Nivel 0: "La promoción":

2. Tal Vez. ✓

El primer rostro que nos recibió fue el de la sub directora: Isabel Alemán. Tenía mis reservas respecto a ella. Y ella las tenía conmigo. Era recíproco el desprecio... Trate de no darle mucha importancia; desde cuarto grado había tratado de no darle mucha importancia.

Como de costumbre nos hizo formar, una fila de niñas y otra de varones. Todo el mundo comenzó a agolparse, creo que la mayoría quería los primeros puestos en la fila, para entrar primero al templo donde sería la reunión. Yo por el contrario, no mostré ningún interés en quedar a la cabecera de la fila. Siempre terminaría entrando, no importaba si estaba al frente o hasta el final. Ese mismo desinterés por mi posición en la fila, me hizo quedar hasta el final. Por poco y era la última.

Paso a paso llegué hasta el enorme portón negro; cuando crucé a su lado mantuve mi rostro frío, inexpresivo... Indiferente—: ¡Buenas tardes! —Fue lo único que dije por educación.

Primero: Era lo que me habían enseñado en casa: Saludar, sin importar que la persona me cayera bien, o en su defecto, mal.

Segundo: No permitiría que me llamaran la atención por primera vez en el año, el primer día de clase antes de que siquiera poder poner un pie en el salón.

Ella solo asintió con suficiencia y altanería, a mis espaldas medio la oí susurrar—: ¡Buenas tardes! —A paso de tortuga avance hasta el templo; su entrada, que estaba justamente frente a una de las canchas del colegio, perfectamente decorada con un arco de globos coloridos nos daba la bienvenida.

Todos caminaban apresurados, algunos me pasaron llevando. Valla que odiaba eso. De hecho aún odio que me pasen llevando, o que me pasen de largo, fingiendo que no me ven.

Recuerdo haber suspirado más de una vez, en un desesperado intento por calmarme. No quería hacer una mala cara, o decir algo indebido e inapropiado.

Caminé tan rápido como mis delgadas y  largas piernas me lo permitieron hasta estar enfrente de la enorme puerta blanca del templo, la cual había sido corrida dando pase a todos.

La señorita Nohemí, quien impartía inglés, estaba a un lado—: ¡Buenas grades! —Me saludo cortésmente, con una enorme sonrisa tan típica de ella.

—Hola seño, Nohemí —le dije sonriendo. Casi partía mi rostro aquella sonrisa.

Ella me caía súper bien. Era una de las pocas maestras que en verdad llegué a apreciar.

—Gusto de verla Ange —me llamó por el mismo apodo con el que ella me había bautizado desde el año pasado. Su tono era dulce, alegré, casi eufórico.

—Igual seño —acorte la distancia entre las dos y tendí mis brazos en su dirección. Ella sin dudarlo se terminó de acercar y me abrazó tiernamente.

Después de separarnos y de unas cuantas palabras más, entré al templo. El Director Sebastián Ríos estaba al frente con el ceño fruncido y los ojos enterrados en unos papeles que tenía depositados en un pequeño púlpito. Busqué un asiento y me di cuenta que levantaba la vista de vez en cuando para tener una plena visión de nosotros. Se miraba contento... Orgulloso.

Ya sabía lo que venía a continuación: "Las tradicionales palabras de bienvenida". Siempre el primer día de clases, de cada año, él nos dedicaba un adorable y entrañable discurso. Básicamente lo que decía era lo mucho que esperaba que nuestro comportamiento fuera el mejor y el más ejemplar, pedía que tratáramos de obtener las mejores calificaciones, suplicaba que no causáramos ningún tipo de problema, y nos daba una leve advertencia de los posibles castigos ante nuestras faltas.

En lo personal, estaba un poco intimidada por él. Es decir, en séptimo grado el director fue mi maestro de inglés y valla que fue difícil, de por sí la materia ya se me dificultaba —mucho más que matemáticas, creo que eso ya es decir bastante—, y por si fuera poco, él nos prohibió terminantemente hablar en español, si teníamos una duda había que preguntarla en INGLÉS.

"¿Cómo carajos quería que le preguntáramos en inglés, si ni siquiera entendíamos lo que queríamos preguntar?"

Fue lo que pensé en aquel entonces. Sin embargo, una vez estuve en las clases del Director Sebastián, supe que no había lugar para la duda. Explicaba muy bien, no hubo necesidad de hablar en español para entenderle, sus palabras simples, su gesto y mímicas de fácil comprensión, todo lo hacía sencillo. Al principio tenía miedo, luego me di cuenta que no había por qué tenerlo.

A lo largo del séptimo grado —uno que por cierto, fue mi peor año escolar— descubrí que era un miedo infundado, un pánico irracional; que perdí al paso de los meses.

Ese año, en mi noveno grado, fue muy parecido; era costumbre que él, le diera sociales a mi grado, siempre lo hacía ¿Por qué cambiaría está vez? Aquella costumbre siempre estuvo ahí, como esa de que fuera él quien impartiera inglés en séptimo.

Ahora bien, sociales no se me dificultaba tanto como inglés; el problema ahí era que no me gustaba mucho esa materia, de hecho me aburría y bastante. Lo único que me gustaba era la historia universal, pero empezando desde el aparecimiento de la escritura hasta el 12 de octubre de 1492 con el descubrimiento de América. Después de eso, desde mi punto de vista todo se volvía irrelevante y aburrido.

Por otro lado ese año, tal como la tradición dictaba, noveno grado recibiría clases de estudios sociales por boca del Director Sebastián Ríos. No sabía cómo le iba a hacer, pero al igual de cómo logré hacer con inglés, sociales me tenía que gustar o al menos sacar buenas notas.

Su discurso continuó, continuó y se prolongó bastante.

—Para los estudiantes de nuevo ingreso —se dirigió a ellos el director—, quiero contarles que cada año hacemos, durante el mismo, dos exámenes, los cuales llamamos "Prueba De Logros"...

Por supuesto, las infames "Pruebas De Logros". Era un tedioso examen de matemáticas y otra de lenguaje y literatura, el cual sumaba un total de cincuenta preguntas, que deberían de ser resueltas en un promedio de cinco horas más o menos.




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