Nivel 0: "La promoción":

4. Irrespeto. ✓

La primera semana fue la de adaptación.

Pero que semana de adaptación. ¡Dios mío!

En esa semana nos hicieron exámenes en cada materia con el objetivo de saber cómo estábamos con los conocimientos adquiridos en octavo.

En cada una no había más de quince preguntas, todas de lo que ya antes habíamos visto. Pero como ya dije antes, con la subdirectora todo era a quema ropa.

Luego de algunos días, un par quizá, nos dijo que nadie había sabido contestar el pequeño y casi insignificante examen, que habíamos dejado más claro que la luz del medio día que no sabíamos nada, absolutamente NADA de matemáticas de octavo grado.

La razón, tiene nombre, apellido, asignatura y sección.

Roberto Villeda maestro de matemáticas y orientador de octavo grado el año anterior.

Él fue quien tomó el mando de octavo grado del dos mil diecisiete, era un buen maestro, en lo que cabe; el problema era su filosofía—: "Si aprenden bien. Pero si no aprenden es problema de ustedes. Yo explico, ustedes son los que tienen que aprender."

Si en efecto, esa era nuestra responsabilidad, o más bien nuestra obligación; pero cómo íbamos a aprender —los pocos que estábamos dispuestos a aprender— con el gran griterío en que el aula se mantenía.

Cuando nos tocaba matemáticas no era la hora de: "Aprender Matemáticas", era la hora del recreo, de la charla, de los chistes. Cuando él llegaba al aula la mayoría estaba en grupos con sus amigos, los cuales no hablaban sino gritaban a todo pulmón sus conversaciones.

Eso, las faltas de respeto, interrupciones, las bromas que el profesor nunca entendió, al igual que las indirectas o referencias que tampoco captó, hizo casi imposible el prestar atención o si quiera entender lo que él intentaba explicar.

Aparte que nunca hizo nada por callar a mis despreciables y platicones compañeros. Su mayor esfuerzo por imponer orden fue llamar a la subdirectora quien sólo era nuestra maestra de ciencias aquel octavo, ella ni siquiera había puesto un pie en el salón cuando ya los grupos estaban deshechos, todos callados, en su lugar y fingiendo copiar la clase.

Aunado a ese descontrol, el año lectivo no alcanzó para ver todos los temas del programa escolar, lo que nos dejó bastantes espacios en blanco para el noveno.

Con todo ese abismal vacío educativo la mayoría no tuvo ni la menor idea de qué contestar en el examen de conocimientos previos de la subdirectora.

Se supone que teníamos que saber cosas como qué era una ecuación, como se despejaba, sistema de tres incógnitas... Pero ni eso que ahora en día me parece tan sencillo sabía qué era en aquel entonces, puesto que fueron unos de los tantos temas que no alcanzamos a ver.

Esa fue la triste y decepcionante historia en matemáticas del octavo grado.

Superado eso, nos enfrentamos al noveno, prácticamente en blanco. La subdirectora se comprometió de todo corazón a hacer lo que estuviera en su poder para nivelarnos en lo que nos faltará.

En las otras materias la historia fue diferente, al parecer los maestros que nos tocaron si hicieron bien su trabajo, ya que en ellas sí hubo un buen resultado en las dichosas pruebas esas.

Lo único que, al menos a mí me preocupó un poco fue el comentario del director—: Esperaba un mejor resultado, de ustedes.

Eso sonaba mal. ¿Verdad?

O, ¿Sólo era un promedio de entre seis y ocho que la mayoría había obtenido y para él había que mejorarlo? No lo sé.

Ninguno lo supo.

Nadie tuvo el valor de preguntar.

Pero eso fue lo que él dijo y creo que fui la única que le prestó atención.

En la vida social de mis compañeros y en la mía, nada había cambiado. Todos tenían sus grupos con fronteras bien delimitadas y formas de aceptación marcadas. Todos las respetaban, ninguno las rompía, cada quien con su grupo y cada grupo con su nombre.

En los recreos Zyan siempre se nos pegaba junto con Samuel yo de cariño le decía Samuelito, con él no tenía ningún problema, pero con Zyan era algo muy diferente.

Me parecía muy hilarante, sin contar la facilidad con la que me sacaba de mis casillas. No respetaba mi espacio personal, siempre se me pegaba como un molesto chicle a mi pellejo. Aparte de invadir mi espacio vital no entendía que yo era una persona rígida, de carácter serio, no me gustaba darme a la broma de primas a primeras; en un inicio me gustaba conocer a la persona y si está me caía bien, pues bromeaba.

Por otro lado fue eso lo nunca que él nunca entendió, menos captó que yo no bromeaba con él sólo porque no lo conocía, sino también porque no me agradaba en lo más mínimo.

Sin embargo, siempre trate de guardarme todo eso para mí y nunca hacérselo saber; si bien no me caía del todo bien, tampoco quería herirlo o hacerlo sentir mal; ya suficiente tenía con mis demás compañeros que lo criticaban por su apariencia física o por esa manera tan suya de arrastrar las palabras.

—Hola —batió una de sus manos enfrente, muy cerca, de la cara de Lucas y la mía—. Porque ya son de noveno, no quieren hablarme, ¿verdad?

— ¡Hola Amanda! —Dije con una sonrisa ladeada y con mi típico tono aburrido.

—Nombre vos ¿Cómo crees? —Lucas habló sonriente, mientras le daba un rápido abrazo.

—Es que pues si... Ya no hablan —su tono era de fingida indignación, casi dolido y melancólico... Casi—. ¿Y vos? —Preguntó viendo a Zyan, con el ceño fruncido—. ¿Quién sos?

—Hola, soy Zyan.

—Hola, tú —dejó la falsa seriedad que aparentaba y habló con la enorme dulce, eufórica y empalagosa sonrisa de siempre—. Pues si... ¿Qué cuentan gente? ¿Cómo les sienta noveno...?

Nos bombardeó con un millón de preguntas, antes de que nos permitiera siquiera balbucear una respuesta. Ella era una gran amiga de nosotros dos, desde que nosotros estábamos en séptimo y ella en sexto.

Era extraño que fuéramos tan amigos de una joven un año menor, en todo, que Lucas y yo. Pero ni la edad, intereses, grado o carácter impidieron que nos juntáramos con esta chica que parecía una manzana acaramelada o un algodón de azúcar.




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