El tiempo se me estaba yendo como agua entre los dedos. No fui plenamente consciente del momento en que ya era febrero y ya estábamos a la vuelta de la esquina del catorce del mes.
Pocas cosas relevantes habían pasado, todo seguía igual. El que nos informaran de unas horas sociales que teníamos que hacer, las cuales eran obligatorias para que nos dieran nuestros papeles finales; fue la noticia más memorable hasta el momento.
— ¿Cómo te has sentido en noveno? —Preguntó Lucas.
—Somos los mayores del colegio —respondí viendo al vacío.
—Creí que sentiríamos como cierto poder...
Asentí. Teniendo mil cosas en la mente y sin saber que decir—: Se supone que deberíamos de tener más presencia que los demás —dije luego de unos segundos en silencio—; pensaba que tendríamos más notoriedad que antes... No siento la diferencia, me siento igual.
— ¿Sabes?, las de sexto dicen que las de noveno no son ni la sombra las del año pasado.
— ¿Son hombres? —pregunté un tanto molesta. Lucas me miro como si lo que estaba diciendo no tuviera ningún sentido, así que me apresure a aclararlo—, si fueran hombres te tomaría en cuenta el comentario. Son niñas, ¿ellas qué van a saber de qué chica es mejor que otra, si no la ven con los mismos ojos que los varones?
—Eso pensé... Son unas criticonas. Han de tener envidia de las curvas del noveno.
Entrecerré los ojos en su dirección, apretando los labios en una fina línea ahogando una risotada que luchaba por salir y retumbar por el lugar entero. No era costumbre que él dijera ese tipo de cosas tan sugerentes; negué con la cabeza mientras me tragaba mis carcajadas.
—Aunque... Fíjate que...
—A comparación —me interrumpió— de las de noveno de este año y la de las de otros años, estas son más desnutridas...
No lo soporté más, me eché a reír a todo pulmón, ganándome un par de miradas curiosas.
— ¿Pensabas eso? —inquirió Lucas; más a una pregunta me sonó a una afirmación.
—Sí —respondí de igual modo.
Nos quedamos así, viéndonos a los ojos luchando por no reír.
—Ya falta poco para el catorce.
—Me gustan más los regalos que se comen —dije pensando en los chocolates, mi golosina favorita.
—Ya vi a todas las parejitas del grado cargados con un montón de regalos.
—Es increíble la cantidad de dinero que gastan en una relación que sólo dura un par de meses.
—No. No todos. Shane ya va para los tres años con Julieta. Xiomara con Ernesto casi cumplen los dos. Iliana y Jasón no sé cuánto tiempo llevan... Pero creo que ya tienen un buen rato.
—Me gustan todas esas parejas... —empecé la idea sin ánimo para terminarla.
— ¿Menos la de...?
Era fantástico tener un mejor amigo, sabía lo que me gustaba y lo que no. Me comprendía y me animaba a hablar cuando había decidido guardarme lo que pensaba o sentía, como tendía a hacer la mayoría del tiempo.
—Julieta y Shane —respondí sin lugar a duda—. Se pasan peleando. Los celos de ella, su inseguridad con respecto a él, no le puede ver hablar a una niña porque ya cree que están interesadas en él y se lo quieren quitar... Y Shane es muy posesivo, no controla sus celos y para él todos los amigos de Julieta están interesados en ella. Más cuanado se pelean... ¡Dios mío! —sujete mis sienes como si dolieran, en un gesto dramático—. Shane se pone todo corta venas. Bien depresivo... Y lo peor es que a veces nos toca aguantarlo cuando trabajamos juntos. Enserio no sé cómo es que han durado tanto.
Lucas asintió, en el fondo él sabía que decía la verdad, la diferencia es que él no se las decía en la cara a ellos. Yo, sí.
A Shane le hablaba más que a Julieta y me veo obligada a admitir que en más de un par de veces le dije unas cuantas verdades con respecto a lo que opinaba a su relación entre lo autodestructiva y depresiva, justo al borde de lo tóxico. Casi en el precipicio de la decepción, al fondo de la fatalidad.
Por un largo rato nos quedamos en silencio uno al lado del otro, sin hablar, sin vernos ni movernos; estábamos en el primer recreo luego de dos horas clase, con las espaldas pegadas en la pared de nuestro salón, sentados en el suelo.
Todos andaban en sus grupos, metidos en sus mundos sin percatarse de la existencia de alguien más que ellos y su tema de conversación. Pequeños retazos de plática llegaban a mis oídos, nada concreto. Tampoco era que les prestara mucha atención; era solo una, muy desagradable, música de fondo.
— ¡Ey! —dijo llamando mi atención.
— ¿Qué?
—En una semana es catorce de febrero...
—Sí —respondí con el mismo aire distraído que me caracterizaba—; ¿por?
—Nada... —unió sus labios en una apretada línea, quizá pensando muy bien lo que diría.
— ¿Qué pasa? —lo presione para que hablara.
—Nunca nos hemos dado nada —soltó de pronto—, por lo de la amistad —aclaro un punto innecesario.
—Cierto —concorde con el ceño fruncido.
¿Qué clase de mejores amigos éramos?
Diez años de conocernos, una década de relación, millones de cosas compartidas, miles de secretos guardados, enterrados y, por conveniencia, olvidados. Tantas cosas no solo en común y nunca nos habíamos dignado en regalarnos algo en una fecha importante.
Eso sí que era casi un sacrilegio.
— ¡Qué barbaridad! —dije con los ojos abiertos como platos, completamente indignada. Fui incapaz de entender cómo era que eso tan feo nos pasó—. Jamás nos hemos regalado nada.
—Por eso te digo... Démonos un regalo este año que es el último que pasaremos juntos...
— ¡Ay, si! Después viene el bachillerato... Cada quien su camino... Ya no nos vamos a ver... De seguro ni nos vamos a hablar.
—Va hacer muy feo eso... Pero bueno, así es la vida de triste... Tenemos que aprovechar este año a pasar juntos, porque después será muy complicado vernos.
Solté un suspiro cansino, un poco aturdida y en medio de una profunda negación, dije un par de balbuceos como burdas respuestas; era demasiada información que asimilar en tan pocos segundos; no me había puesto a pensar que cuando el año lectivo acabara ya no nos veríamos más.