En El Salvador, mi hermoso país natal, el día de la madre se celebra el diez de mayo, el Día del Padre se conmemora el diecisiete de junio.
Entre papá y mamá, la que sale ganando seguramente es la mamá; no sólo porque un hijo la prefiere a ella, sino también porque ella hace todo por ganarse ese puesto a pulso.
Generalmente es la que presta más atención, la que da amor y la que siempre brinda ese valioso apoyo incondicional poniendo a su hijo primero antes que todo, incluso antes que ella misma.
En mi institución se acostumbraba hacerse una celebración en honor al inigualable trabajo que la madre realizaba.
Noveno grado, por supuesto, era el encargado de realizar esta celebración. Todos los presidentes y vicepresidentes de cada uno de los grados, fueron los encargados de pasar recogiendo, con anterioridad a la celebración, una pequeña colaboración voluntariamente obligada.
Como de costumbre hubieron unos cuantos, me refiero a mi grado, que se negaban a dar la colaboración argumentando que su mamá ni siquiera iba a ir por motivos de tiempo, otros porque simple y sencillamente no la querían dar. Luego de días y de toda la presión —de parte del director Sebastián Ríos quién exigió imperiosamente esa colaboración, amenazando con no dejarlos entrar a la institución si no la daban— que los presidentes y vicepresidentes tuvieron que pasar por esa dichosa colaboración, al fin terminaron de recolectar todo ese dinero.
Una vez culminado el asunto del dinero, se pasó a la planeación del evento, en la cual participé.
En lo personal estuve desde las siete de la mañana en preparatoria haciendo mil y un decoraciones para la tarde, tiempo en el que sería el evento.
La gran parte de la mañana estuve en prepa, la señorita Inés era la encargada de la decoración, y como a mí y a Xiomara nos tocaban las horas sociales con ella nos vimos obligadas a trabajar arduamente en todo a lo que el evento se refería. Yo además me vi beneficiada de la ayuda de Ernesto, quien estuvo conmigo gran parte de ese tiempo decorando la pizarra que tenía un bonito dibujo de una madre abrazando a su hijo, con la frase en letras cursivas que citaba:
"Feliz día mamá".
Me siento obligada a agradecerle su enorme ayuda con esa pizarra, la señorita Inés solo me había puesto a mí a decorarla y creo que sin Ernesto me hubiera costado y tardado el doble.
Recibimos ayuda de la señorita Ludmila Villalva de Kínder, ella al igual que la seño Inés fue la encargada de la decoración. Con ambas al frente, dirigieron al menos un grupo de cinco niñas de noveno para realizar todo lo propuesto en su mente.
Más o menos al medio día, después de una mañana de sobreexplotación laboral, el hambre era insoportable; un agujero se instaló en mi estómago, mis tripas gruñían rogando por algún bocado, mis hambrientas neuronas solo procesaban comida a donde mis ojos veían.
Pasadas las doce del día, ya no era yo. Mareos involuntarios se apoderaron de mi cuerpo, un extraño sudor helado regaba mi frente, nada en mí estaba funcionando de la manera correcta.
Mientras que a mí alrededor todo el mundo lucía acelerado, presos de un frenesí del que yo solo era testigo.
Noveno grado fue convocado en la mañana para empezar a decorar las instalaciones de la institución. Algunos de los varones, por ejemplo, se dedicaron a armar el canopy en una de las canchas, algunos otros colocaron una especie de toldo de un techo al otro, cubriendo la extensión de la cancha de un extremo a otro creando así una sombra.
Bajo el espacio creado, las niñas nos encargamos de acarrear algunas sillas del centro de cómputo y cuando éstas se acabaron las que los maestros ocupaban en los salones, aunado a esto las ordenamos en filas bajo la sombra.
El puticlub o en su abreviatura el PC, entre ellas y sus más allegados hicieron una recolecta para encargar una pizza y así amortiguar un poco la quemazón del hambre. Obviamente yo no fui invitada a colaborar, como siempre fui excluida; pero no fui la única otros tantos más como Laila, Nancy, Samuelito, Zyan, Roberto y Helen tampoco fueron tomados en cuenta.
Muy aparte del asunto de ser incluida o excluida, yo no tenía ni un quinto en mi bolsillo; aunque me invitaran hubiera tenido que declinar la oferta por falta de recursos adquisitivos.
Laila y Nancy, al igual que yo, se mostraron indiferentes; Helen, no sé a quién le tuvo que rogar para que le permitiesen participar, pero al final de cuentas lo termino consiguiendo; los varones de los excluidos se mostraron todos dolidos.
Un poco pasada la hora pero me fueron a dejar comida, a Zyan también, entre los dos medio le compartimos a Samuelito. Al final de cuentas ninguno de los tres paso tanta hambre.
Más tarde apareció Florence preguntando si quería una porción de pizza, en mi ingenuidad creí que se había confundido, es decir, creyó que aporte dinero para la compra; obligada por mí moral le aclaré la confusión: — No pude colaborar.
A lo que ella en un tono bastante a la defensiva me respondió: — No te pregunté si pusiste dinero o no... Te pregunté que si querías o no.
Mi orgullo se abrió paso hasta el punto de expulsarlo por mi cuerpo y exhibirlo en toda su gloria en mi rostro. Un torbellino de sensaciones me dio vuelta por la cabeza. No pude dejar de pensar en el garbo con que habló, en la forma que sus ojos rodaron con desquicio ante mi declaración...
Me obligue a cerrar mis ojos y, aun cuando me repetí mil veces en la cabeza que no lo dijo de mala forma ni con mala intención, no fui capaz de repeler el enojo que se filtraba por mis venas y atravesaba mis entrañas.
La escasez de racionalidad que tengo en mi sistema me gritó que lo mejor era decir: si, quiero; y dejarlo pasar. Sin embargo mi parte impulsiva, orgullosa más que nada, me gritó a todo pulmón que lo mejor era decir que no quería nada.