Un poeta no está completo sin sus poemas, un pájaro no encuentra la vida sino es con el aire, la libertad usando sus alas; y así como un monje no está completo sin su hábito, un maestro no es nada si no tiene típico sermón del buen comportamiento, o en mis palabras: "Una Charla Motivadora".
Las más las más Legendarias fueron de la subdirectora Isabel Alemán.
Cuando digo legendarias, no sólo me refiero a la larga duración que éstas tuvieron ni a la extensa diatriba, bien planificada, con la que estaba dispuesta a enseñarnos, educarnos o, inclusive en algunas ocasiones hasta, aburrirnos.
La subdirectora Isabel Alemán siempre se caracterizó por ser una mujer de carácter fuerte, casi imposible de romper y quizá insensible. Pero lo cierto es que todo era una fachada montada a la perfección.
Cada uno de los temas de estas charlas motivadoras fueron el arte del buen vivir y de los comportamientos ejemplos a seguir.
Las expectativas que yo y la mayoría de mis compañeros teníamos era que cuando llegáramos a noveno grado íbamos a sentir como cierto poder o autoridad sobre los demás, aparte de que como los maestros ya nos venían diciendo seríamos la mejor promoción que la institución pudo haber formado.
Al llegar... La primera pregunta que Amanda me hizo el segundo día de clases fue: "¿Qué se siente estar en noveno grado?"
No supe que responderle, tampoco tuve mucho interés en hacerlo.
La subdirectora, al igual que la mayoría de sus compañeros laborales, tenía todas sus esperanzas, sus anhelos, sueños, su amor... su todo en nosotros. Para ella, la promoción que estaba bajo el cargo de la Señorita Sofía Navarrete sería la mejor, sin lugar a dudas.
Llegados a junio el noveno de aquel año tenía una muy mala reputación. Que iba desde quebrar vidrios de las ventanas de los salones, pasando por no ir a clases con tal de hacerse unas uñas acrílicas, hasta llegar a faltarle el respeto a un maestro en su propia cara con palabras sumamente explícitas. Aunado a todo esto, como si no fuera ya suficiente, la mayoría del salón dejaba más de cinco materias sino es que las aplazaba todas, aparte, la mayoría de mis compañeros no hacía más que hablar, hablar y hablar durante las clases.
Según las estadísticas ya nos estábamos echando a perder, o como yo opinaba, nos estábamos yendo al caño más rápido de lo normal.
Antes de llegar a noveno me imaginé que estaría en una de las mejores promociones, y no sólo yo lo creía, la subdirectora también.
En una ocasión la sub Isabel nos comentó que ella y el profesor Landaverde -aquel que un día nos dio lenguaje y que para cuando llegue a noveno grado ya no trabajaba en la institución- tuvieron una conversación en la cual ambos se disputaban la orientación de nuestra -en aquel momento, futura- promoción.
Según lo que la sub nos dijo él estaba deseoso por tomar el mando de nosotros, lo peor fue que cuando por fin llegamos él ya no estaba trabajando ahí.
Algunos nunca fueron santos de su devoción ni él digno de su aceptación; el desprecio o repele hacia su persona siempre fue en igual medida al que se le sentía a la subdirectora. El carácter era duro y firme, condescendiente y permisivo con los que -yo misma nombré como "Los elegidos"- eran de su agrado.
Con este sujeto la historia de Lucas y, por supuesto, la mía fue bastante distinta. En el sentido que nosotros nunca fuimos dignos de su simpatía, merecedores de su aceptación y mucho menos santos de su devoción. Este a diferencia de la subdirectora nunca se esforzó o hizo el intento de disimular la aversión que envenenaba su ser en contra del mío.
El rechazo y desprecio que él sentía hacia nuestras personas era tangible, tan explícito que casi pudo haberse materializado y clavarnos un cuchillo en el corazón... Casi. Mientras que los dos hacíamos santo y seña por una mísera de su aprobación.
Fue la única, primera y última vez en mi vida que yo busqué esa tan ansiada aprobación de una determinada persona hacia la mía.
Tan pronto como aprendí que: "De la aprobación de alguien no se vive, ni mucho menos se necesita para vivir tranquilo".
Su presencia comenzó a resultarme, al igual que la mía a él, Irrelevante.
Deje de buscar su maldita y repugnante aceptación, me importó poco lo dijera de mi persona, lo mal que hablara de mi familia o lo mucho que siempre me restregó en la cara, según él, mi ineptitud en su materia, Lenguaje y Literatura.
Lucas, fue otro cuento con una versión completamente distinta a la mía, nunca se rindió. Siempre tuvo metido entre ceja y ceja el ganarse su simpatía, su aprobación.... Su todo. Hecho que yo siempre critiqué, tajante, en su cara. Ni siquiera el hecho de ser mi mejor amigo disminuyó que yo le restregase en la cara que él nunca nos aceptaría y que lo mejor era no andar mendigando nada.
Tanto rechazo, tanto desprecio solo porque Lucas y yo éramos, como algunos de mis compañeros nos llamaron, unas eminencias en matemáticas. El profesor Landaverde odiaba que en cada prueba de logros tuviéramos mejor nota en matemáticas que en lenguaje. Ese pequeño gran detalle fue el motivo que nos hizo dignos de su desprecio.
Con respecto a la señorita Isabel Alemán la única que no era de su agrado era yo; por otro lado Lucas era uno de sus preferidos, sin embargo ella siempre híper juro que no tenía preferencias, aun cuando era más que obvia la inclinación a favor que tenía hacia Julieta, Andrea, Polly, Florence y el mismo Lucas.
Yo no era de su agrado por el hecho de que el director le había dado inmensas regañadas por mi causa. Uno de las que más recuerdo es la vez que no me quería decir un trabajo de su materia, ciencias, era la actividad del mes y sin esa nota aplazaría la materia. La indignación de mi tía y mi molestia ante el caso llegó al colmo, por lo que tomamos cartas en el asunto y levantamos una queja ante el director.