— ¿Cómo le haces para salir siempre bien en todo? —me preguntó Kevin con admiración pero con un deje envidioso.
—Sinceramente, no lo sé —le respondí con suma franqueza—. No hago el gran esfuerzo... A veces ni siquiera estudio para las exposiciones y menos para los exámenes.
—Esa paja* ni vos te la crees —dijo sonriente y los pocos que nos acompañaban rieron con él.
Shane, Jasón, Jeremías, Alexis, Ernesto, Kevin, Zyan, Samuelito y yo estábamos perdiendo el tiempo en una mañana de horas sociales, por un milagro desconocido, no teníamos nada que hacer, no recuerdo muy bien por qué; quizá los maestros estaban en reunión o simplemente nos habían dado un momento para respirar... No lo sé, no lo recuerdo en realidad
Lo que si recuerdo, es que los nueve, siendo yo la única feromona entre ese nudo de alborotada testosterona, estábamos hablando frente a nuestro salón de clases.
Había una pequeña grada en la que estábamos sentados Jeremías, Alexis, Ernesto y Zyan, quien estaba justo al lado mío, los demás estaban sentados casi frente a nosotros en una enorme maceta hecha de bloques de ladrillo pintada de azul, la cual albergaba un palo medio frondoso que no daba nada más que oxígeno a nuestros necesitados pulmones y una precaria sombra ante el infernal sol del mediodía.
Ya llevábamos media hora, quizá más, hablando de nada en realidad; cambiábamos de tema sin concluir ninguno y en algún momento llegamos a gritar, por sobre la voz delos demás, para imponer nuestro tema.
— ¡Ey! —Dijo Jeremías para llamar nuestra atención— ¿Creen que sea verdad lo que dicen del director?
— ¿El qué? —respondió, preguntando Shane.
—Que se ira.
—Para mí —intervino Alexis—, que el maitro* como tiene cuello*, se va a ir a un colegio mejor que esta porquería.
Donde estudiábamos no era el mejor lugar, pero tampoco era tan malo como para llamarlo porquería; aun así no me moleste en defender el lugar que me educaba y una media beca me había brindado.
—Dudo que el director se valla y nos deje —asegure vehemente—. Si se ha de ir, lo a hacer luego de que nos graduemos... Dudo que nos deje bien ahí tirados al perro...
—Al director le valemos verga —me interrumpió sonriente Alexis.
—Pero... No sé —empecé medio dubitativa y paré para adquirir más seguridad y poder hablar sin tanto tapujo—. No creo que el director nos haga eso. Es decir, nos ha visto crecer, a la mayoría de nosotros, imagínate que desde preparatoria nos viene aguantando; tiene que ver que nos graduemos. Somos sus niños —solté sonriente—, no nos va a dejar valiendo.
—Pero desde el jardín de niños los tiene a ustedes... —aclaró Ernesto—. A mí como desde séptimo u octavo... Creo.
—Bueno es cierto —concordó Kevin, en mi ingenuidad creí, con Ernesto; no fue hasta que termino de hablar que supe que con lo que concordaba era con sus pensamientos que, inoportunamente, tenía que compartir—: El maitro ese —soltó viendo en mi dirección—, se tiene que quedar, también, para ver la boda tuya y de Lucas. ¿No?
La socarronería en su tono, la burla en su mirada y ese gesto malicioso tan retorcido y lascivo es su rostro, me resulto amargo, criminal y jactancioso por dar por sentado lo que era, demasiado, improbable.
Decir que mi mirada se hizo criminal y que mi mente solo empezó a procesar palabras hirientes, es poco. Quería fulminarlo ahí mismo; erradicarlo de la faz de la tierra para que no volviera importunar, no a mí, yo importaba poco ahí a decir verdad, sino a Zyan.
El único que se incomodó con ese comentario fue Zyan. ¿Por qué no me incomode yo? Básicamente, toda mi vida había sido molestada con el asunto; en un principio si me enojaba, y en demasía, con el tiempo dejo de importarme y con los años hasta deje de prestarle atención.
Pero... ¿Por qué se molestaría Zyan? Fácil, todos aseguraban, con absoluta vehemencia y enorme fervor, que yo le gustaba a él. Verdad o mentira no había mostrado interés en averiguarlo hasta ese día.
—Ni te lo mandaron a decir —dijo Ernesto con burla en dirección de Zyan.
—A ella —hablo Zyan, bastante cohibido—, no le gusta Lucas.
No sé si me estaba defendiendo a mí o se estaba protegiendo él mismo, pero de una forma u otra, su tono maquillado, tenuemente, de seguridad me supo a amargura y molestia.
—Es que vos sos bien estúpido —insulto Samuelito a Zyan—, ¿Por qué no le decís que te gusta?
—Porque no lo hace.
—Si sos mentiroso cabrón.
—No le digas así, Alexis —ordene con mi típica voz de mando, toda yo autoritaria. Pero, ni siquiera, mi autoridad era suficiente para que esa boca suya, tan floja e imprudente, se callara.
— ¿De verdad te gusta ella? —la voz de Ernesto fue tierna y apacible, no obstante, había un deje cómico y burlón en ella que me resulto irritante y repulsivo.
Zyan no se molestó en responder, solo se limitó a levantarse de la grada que la asía de nuestro asiento e irse sin levantar su rostro del suelo.
—Te pasaste —pronuncie molesta e indignada por hacerle eso a mí, segundo, mejor amigo.
—Él me dijo que vos le gustabas —confeso Samuel, un secreto que no le correspondía desvelarme.
—Si todo el salón sabe que a Zyan le gusta esta... La única que es bien lela que no se da cuenta es ella.
— ¿Y eso a vos qué? —escupí a la defensiva.
—Que a vos te gusta Lucas —refuto Shane.
— ¿A mí?, no —respondí con una seguridad, impresionantemente, abrumadora—. ¿A ti? Quién sabe, últimamente solo pasas bajo su sombra.
El veneno, la ponzoña y la cizaña se me daban de maravilla y ahora que todos habían tocado tema sensible no me iba a tocar los hígados para hacérmelos pedazos a todos y a cada uno, en especial por hacer sentir mal a Zyan.
Todos rieron ante mi comentario e incluso se mofaron de Shane, quien no hizo más que negar con la cabeza y mirarme con cierto desprecio.