Bueno, el año estaba por terminar y eso me parecía fascinante; exactamente desde ese punto estábamos a más o menos tres semanas de que el año escolar terminara. Noveno grado al fin acabaría y una nueva etapa iniciaría para nuestras vidas.
Pero no sólo serían nuevas experiencias para mí, también serían para mis compañeros. Cada uno de nosotros tendría que enfrentar el mundo; el mundo real y no esa burbuja a la que estábamos acostumbrados. En tan solo tres semanas, me parecía un tanto surreal pensar que tres semanas me separaban de una nueva historia que contar.
Pero lo importante y digno de recordar, de ser mencionado, de valorar, de apreciar... Es a una mujer llamada Beatriz Ávalos.
Se ganó un puesto privilegiado en mis memorias después de lo que hizo y todo comienza así:
Mi madre, un tema muy aparte de todo lo concerniente a mi vida estudiantil, tenía unas cuantas deudas, por lo cual no podía costear el viaje a "Palabra De Vida" así era como se llamaba dónde nos llevarían de campamento. Algo relativamente corto, no dudaría ni siquiera un día.
En cierto modo yo estaba ansiosa por ir, en verdad que deseaba ir a ese dichoso campamento; pero estaba consciente de que mi madre no podía pagarlo y no podía ser yo una inconsciente desagradecida y exigirle enviarme.
Las indicaciones eran claras: los estudiantes no podían hacerse presente con sus padres a ese campamento; lo cual indicaba que nosotros teníamos qué hacer acto presente, solos.
Para este entonces yo contaba con dieciséis años, lo repito tenía dieciséis años, y en mis dieciséis años de vida nunca había ido sola a ningún tipo de actividad escolar. Mucho menos a ninguna otra parte YO SOLA. Siempre a cualquier lugar había ido o con mi abuela o con mi tía, pero de ahí a ir yo sola era una completa tragedia griega, algo impensable.
Pero en fin, se suponía que la excusa principal era que no podían costearme el viaje; sin embargo la principal razón yo sabía que no era eso, porque tenía muy en claro que un esfuerzo podían hacer sin embargo no estaban dispuestas a hacerlo ya que no se arriesgarían, mi abuela, mi tía y en menor cantidad mi madre, a mandarme sola a un viaje de esa escala durante todo un día.
Un buen día de esos mientras mis compañeros charlaban de lo bien que se la pasarían yo como siempre solamente los oía. Me mostraba indiferente a la situación aunque por dentro no sólo me carcomía la idea... La envidia, me daba un profundo sentimiento de no poder decir: yo también voy a ir, yo también iré ese viaje...
El día miércoles, de la misma semana de la cual sería el campamento, la señorita Saraí Ortiz de Biblia, llegó al salón de noveno grado preguntando que quienes irían al viaje; los contó a todos, los apunto en un papel y luego preguntó—: ¿Quiénes no irían?
Por obviedad yo levante mi mano.
—Bueno, ¿y usted por qué no va a ir? —recuerdo que me preguntó, no sé si enojada o más bien sorprendida por la situación. No ir, era un tema bastante polémico, ya que afectaba en gran manera nuestras notas y se nos obligaría a ir a una semana de clases de recuperación de Biblia, lo que era igual a ir una semana extra.
No quería que me dio grado se enterara de mi situación económica, así que prontamente me acerqué a su escritorio y le dije—: Si es que mi mamá no puede costearme el viaje, por eso no podré ir.
Sentía un nudo en la garganta de sólo pronunciar en voz alta que no iba a ir a algo que me moría de ganas de ir, era como aceptar mi realidad y resignarme a lo que me esperaba, eso que ni yo misma estaba dispuesta a hacer.
—Bueno, ¿Y si tuvieras dinero iría?
A decir verdad, en ese momento me convencí a mí misma de que era por el dinero que no me dejaban ir así que sin pensar más allá de todo le respondí que si: — Si tuviera dinero... —verla escribir mi nombre en su lista me borró las palabras ya no supe qué más decirle.
En ese instante como un relámpago y su rapidez se vino a mi mente mi tía. Mi abuela. Tenía que pedir permiso no me van a dejar ir así por así.
—Seño, pero no sé si me van a dejar, tengo que preguntar.
—Vaya a sentarse —ordenó con firmeza.
—Señorita; mi abuela, mi tía... Tengo que pedir permiso —si por mí hubiera sido, en ese momento le hubiera dicho que sí, le hubiera agradecido mil veces por eso que estaba haciendo por mí, pero no me mandaba sola, por desgracia, y para mi castigo lo tenía metido entre ceja y ceja.
—Vaya a sentarse —repitió de nuevo e ignoró completamente mis palabras al pronunciar las suyas sobre las mías.
Sentí el aire atascado en mi garganta y no pude pronunciar otra palabra más, ni mi cuerpo respondió a las órdenes que yo misma le dictaba, como una marioneta obedeció a la orden de la señorita Ortiz. Me fui a sentar y me quedé pensando que dos cosas podían pasar:
✓La primera: Se podría dar el caso de que me dieran el pasaje para pagarlo luego, poco a poco.
✓La segunda: Y la que al menos yo no consideraba muy probable, era de que esos veinte dólares que valía el campamento salieran del propio bolsillo de la señorita de biblia Saraí Ortiz.
Al llegar a mi casa lo primero que hice fue contarle a mi familia, recibí un rotundo NO.
"Ni porque la señorita te lo pagará vas a ir a ese lugar vos sola" —dijo mi abuela.
"Acordate que tu mamá no puede pagarlo, ni por cuotas" —acentuó mi tía.
Estaba enojada, quería funfurruñar, con dieciséis años quería hacer berrinche. Por otro lado ni siquiera a mí me constaba que fuera a salir de su bolsillo no podía refutar con ese argumento poco fiable. Lo más seguro era que mi mamá pagara todo por cuotas.
Me enojé e hice berrinche como una niñata que aún usaba pañales.
Al siguiente día le conté a la señorita, le dije que no me habían dado permiso y por lo tanto no podría ir.
—Pero yo se lo voy a pagar... Usted no va s poner ni cinco.