Bueno por lo general nadie me pide ayuda para explicar sobre algún tema. Me gustaría mentir y decir que no sé por qué. Pero a decir verdad, si sé por qué.
"No tengo paciencia para explicar con calma y tranquilidad. Me desespera en demasía que no me entienda lo que explico. Me desestabiliza con facilidad. No me gusta que me hagan perder mi tiempo y menos que estrujen mi cerebro en busca de términos fáciles para mejor comprensión, solo para que al final sigan sin entenderme..."
En resumidas cuentas: "No me gusta ni tengo las ganas, nunca, de explicar nada".
Claro hay excepciones:
Lucas, bueno, casi nunca me he visto la necesidad de explicarle algo, pero por él, con gusto gastaría mi saliva, mi tiempo, mis recursos... Por explicarle lo que sea que no entienda.
Silvia, se supone que una le explica matemáticas a la otra y viceversa, sin embargo la que siempre termina explicando es ella a mí. Ya que por algún motivo, me termino perdiendo en algún punto o paso del ejercicio. Por otro lado, en lo que a otras materias respecta, yo ya he tenido que armarme de paciencia y explicarle muchas cosas.
Jeremías, Alexis y Jasón, digamos que los tres son un tanto lentos en aprendizaje, se les dificulta, a niveles estratosféricos entender. Pero, como siempre hay un PERO, los tres me agradan lo suficiente como para hacer que yo misma me obligue a callar mi enojo, o más bien mi frustración cuando no me entienden, y les ayude con gusto.
Shane, cómo podría faltar "La Gran Depresión", este sujeto... Bueno es La Gran Depresión y punto. Lo conozco superficialmente y no sé muy bien por qué lo ayudaría, pero si estoy segura que si me lo pidiera más seguido, pues siempre me ha pedido ayuda para saber o hacer algo cuando su mejor amigo amuleto no está cerca, lo ayudaría. Inclusive me ha llamado "Wikipedia A." En honor a mi nombre y apellido, por tener la mayoría de respuestas que él ha buscado en mí.
Y he aquí mi gran excepción: Ernesto.
Nunca en mi vida imaginé que Ernesto me fuera a pedir ayuda a mí... Específica y precisamente A Mí.
Siempre hemos tenido conversaciones vacías, simples y superficiales, a acepción de aquella vez. Ocasión en la que hablamos extensamente sobre nuestras preferencias sexuales. Esa misma ocasión en la que me estuvo molestando porque a mí me gustaba Pedro un niño ojos miel de preparatoria.
Ahora bien: "Las excepciones".
Habían pasados meses de esa conversación ya; estábamos en la clase de ciencias copiando como por enésima vez el mismo tema: "Modelos históricos del sistema solar". Esta vez el profesor Roberto nos dejó de contestar seis simples, fáciles y sencillas preguntas. Hace rato que las había terminado. Hace minutos que estaba luchando por no dormirme. Hace momentos que había perdido la campal batalla contra el aburrimiento, hasta ya me había matado cruelmente. De hecho solo estaba esperando con ansias que tocaran el timbre para el recreo, y como había estado haciendo desde el lunes ayudar a la señorita Inés de preparatoria quien estaba haciendo la escenografía del día de la biblia, el cual se llevaría acabó el primero de noviembre.
Estaba sentada en mi pupitre viendo todo a mí alrededor y a la vez prestándole atención a nada en realidad. Cuando un grupito cautivo mi atención.
Estaban reunidos en una en algo muy parecido a una rueda, riéndose a carcajadas de cualquier estupidez dicha por alguno de ellos, jugándose bromas, haciendo un estruendo que rasgaba mis tímpanos con cada risotada que brotaba de la garganta de las gemelas... Estaban felices. Fátima, Estefany su hermana, Maribel, Cristina y Ernesto.
Cuando sus ojos barrieron el salón se toparon con mi vista fija en su espalda ancha y en extremo cuadrada, en sus ojos negros grandes, coquetos y vivaces, en ese mechón que parecía sacado a propósito de su siempre estilizado cabello, su mandíbula angulosa, su cara cuadrada pero a la vez redonda y esa manera tan suya de verse siempre listo para ser sorprendido por un paparazzi; como ya se me había hecho costumbre quité mis ojos de sobre él tan rápido como me fue posible. Por el rabillo del ojo logre darme cuánta que no dejo de verme por un largo, y para mí, casi eterno segundo.
— ¿Qué estás haciendo? —una palmada sobre mi brazo me saco de mi inconsciencia. Me trajo de vuelta al salón de noveno grado del colegio. Era Lucas el que me hablaba. Quien anteriormente no me había prestado ni lo más mínimo de atención por estar hablando, riéndose y bromeando con alguien a quien no le preste nada de mí entereza.
—Nada... —conteste de la manera más distraída—. Aburrida.
Acto seguido pronunció algo que un: —Ayudame—. Acompañado de un juguetón golpe, propinado por unas hojas de papel, no me dejaron oír ni entender.
De inmediato volqué mi atención a quien solicito de mi ayuda. Era Ernesto. Estaba halando un pupitre que coloco justo cerca del mío.
—Ayudame —volvió a decir mientras se sentaba.
Incrédula, lo busque donde mis ojos lo habían ubicado por última vez. Ahora el lugar estaba ocupado por Jeremías, o por alguien más, no preste atención en realidad.
—Mira —extendió unas páginas que tenía entre las manos—, no entiendo esto, ¿me lo podes explicar?
Seguía anonadada, me negaba a creer que había dejado la diversión y euforia por venir a estudiar, precisamente él, no era muy aficionado a hacerlo, de hecho lo llamaría un tanto holgazán; que hace las cosas cuando él quiere y que cuando las hace, las hace bien, muy bien.
Sonreí, aún confundida al tiempo que pregunté con iré calmado, tranquilo y despreocupado: — ¿Qué no entendés?
—Esto de la raíz enésima de un número y de las operaciones... Me confunde.
—Si está un poco difícil...
—Si —concordó conmigo—, por eso explicame —esa vez me sonó más a una orden que a una petición.