Al principio no sabía cómo iniciar la carta—no por qué no supiera qué escribir, sino porque tenía demasiadas cosas que quería decirte, demasiadas que quería que supieras, tantas que no sabía por dónde empezar— Hice primeros intentos al escribir esta carta a mano en una páginas que francamente terminaron hecha bola, o cuando me enoje, hecha PEDAZOS victimas de mis arranques de ira.
Al final termine haciendo un documento en Word, así podría escribir, borrar, reescribir, volver a borrar y volver a escribir.
Recuerdo como inició nuestra amistad, sé que no fue de la mejor manera, ni con los más grandes ánimos —al menos de mi parte—. Te confieso que aún no me cabe en la cabeza cómo es que te empeñaste tanto en hacerte mi amiga, aun cuando yo era el ser más repugnante sobre la faz de la tierra contigo.
Lo lamento.
Lo lamento mucho. Enserio, que lo hago.
Lamento no darte la oportunidad antes, siento culpa por haberte tratado como lo hice, perdón por las veces que te grité y te respondí de la peor manera.
Lo siento.
Pero aquí estamos... Casi tres años después, CON UNA GRAN AMISTAD.
Quiero hablar de mi parte, quiero que sepas lo que yo siento. Quiero que te quede claro lo mucho que aprendí a quererte.
Se me hizo costumbre que me buscaras y me hablaras. Se me hizo tradición tenerte al lado en los recreos oyéndote hablar mil y un locuras, que a la verdad me divertían. Me divertían muchísimo, me hacían reír, disfrutar. Me alegrabas el día Amanda Velázquez.
Sé que al principio fingía no prestarte atención, que te miraba de reojo y que me atragantaba con mi risa con tal que no la vieras pintada en mi rostro... Sin embargo, aún con todo eso, tú siempre estuviste allí, con tu risa, con tus chistes, con tus juegos... Ahí estabas TÚ.
Mi lectora empedernida, inteligente en demasía, bonita —si bonita, aunque te niegues a siquiera aceptarlo, eres hermosa y aunque a veces los complejos sean demasiados, las dudas sean absurdas y el autoestima te juegue dolorosas bromas, NO TIENE QUE HABER DUDA, MIEDO, COMPLEJO O PESAR QUE ERES UNA BELLA PERSONA, NO SOLO INTERNAMENTE SINO TAMBIÉN EXTERNAMENTE.
Para serte sincera me enseñaste el verdadero significado de: "No juzgar a un libro por su portada". Al inicio fuiste increíblemente irritante, un dolor de cabeza... pero en realidad no. No eras molesta mucho menos irritante. Era yo la aburrida que se negaba a socializar contigo. Era yo la amargada que se resistía a la idea de tenerte cerca. La que oponía todo tipo de resistencia y levantaba todo tipo de murallas para alejarte de mí. Éramos yo, mi rechazo, mi renuencia... La que nos oponíamos a llamarte AMIGA.
Cuando me di cuenta de lo que eras tú. Cuando descubrí la gran persona que eras y que aún eres. De lo mucho que yo significaba para ti. Del exceso que me divertía contigo y de lo poco que me importaba hacer el ridículo al reírme como loca a tu lado por cualquier cosa dicha por tu increíble sentido del humor... Pues fin.
Me acostumbré a tu luz, a toda esa alegría que emanas, a esa vivacidad con que te comportas, a todo eso que tanto me encanta. Que cuando, quizá te diste cuenta o te diste por vencida que no te hablaría yo, tú comenzaste a ser un poco distante, eso me dolió. ¿Por qué? Porque había hecho más que acostumbrarme. Me había encariñado. Es entonces que te busque yo. Milagrosamente no me ignoraste ni mucho menos me despreciaste, eso hizo más que impactarme como un tornado arrasador. Recuerdo que hablando amenamente, y que desde entonces nadie nos serró la boca, nunca se terminaron las palabras y encontramos algo para tontear y divertirnos como siempre, para reír y disfrutar como nunca.
Probablemente no recuerdes tu distanciamiento de mi persona, por dos días, pero yo sí. Me acuerdo que no me decías más que "Hola" para luego hablar con alguien más. Y eso me molestó, como no tienes idea, durante dos días. No sé muy bien por qué fue eso —aunque creo que fue por el carácter y forma de ser tan repugnantes con los que me desenvolvía ante ti— o no sé si simplemente fueron alucinaciones mías. Pero lo que sí sé y lo que puedo decir con toda autoridad es que te aprecio, te quiero mucho y con orgullo presumo que Amanda Velázquez es mi mejor amiga.
Mucho ha cambiado entre ambas y ahora que nuestra separación es inminente no quiero distanciarme de ti. Me aterra pensar que este será el último año que te hablaré. Me asusta no poder reír contigo, de ti, de mí... De todos. Te agradezco que de tu boca haya salido el querer leer mis libros. Eres mi primera amistad a la que no le digo —pido— que los lea y creeme que si en verdad lo haces me harás sentir la mejor escritora del planeta, aunque no lo sea. Pero si no. Si no los lees, aún seguiré apreciando que de ti haya salido el deseo de leer mis libros.
Lamento si escribí mucho y te aburrí. Pero, para mí, esto no ha sido un sinsentido mucho menos palabras al aire, al menos para mí, no; toda esto fue más que palabrería barata, gastada y usada. Para mí esto fue... Fuiste, tú fuiste una gran amistad; creeme que he resumido lo más que me he podido. Te advertí que sería un gran testamento el que te dedicaría amiga, y he aquí mi amenaza cumplida.
¿Quieres que te resuma todo esto en una frase?
Te aprecio Amanda, quiero seguir manteniendo comunicación contigo, eres una maravillosa persona, no cambies por nada y menos por alguien, espero de todo corazón que a pesar de la distancia sigamos juntas.
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Eso fue lo que le escribí en aquella ocasión a mi gran amiga Amanda. Ella ya me había entregado su carta de despedida, la cual guarde y me asegure no perderla jamás; perder, botar o arruinar algo era algo que me pasaba con frecuencia y no quería que me ocurriera con esa carta en la que me decía las verdades de su corazón. A pesar de lo grotesca y desamorada que era mi mentalidad decidí corresponderle el gesto y escribirle una carta. Palabras salidas del corazón, escritas con el verdadero sentimiento de aprehensión fueron las que plasme a puño y letra en aquella carta.