Nivel 0: "La promoción":

32. La Sorpresita. ✓

Por unos momentos, que se sintieron eternos, nos tuvieron esperando esa bendita sorpresa. Casi que me mordía las uñas de la ansiedad.

Odiaba esperar. Y es más, aún odio esperar. El solo hecho de hacerme esperar me irritaba en demasía y me sacaba de mis cabales.

Los segundo se prologaron a minutos y el salón de hundió en un incesante griterío. Yo, como siempre, miraba a mí alrededor y a la vez no le prestaba a tensión a nada en especial.

A un lado, casi por la puerta, el tradicional asiento de las gemelas, Cristina, Maribel y Ernesto. Todos congregados como en una media luna, riendo a carcajadas; estoy segura que para ellos no había nada más que ellos y sus bromas.

A mi otro costado, cerca del escritorio de los maestros, Larissa Nancy, Silvia, Xiomara, Iliana y Jeannette riendo como locas con su bromas y juegos, todos de doble sentido.

Más atrás de ellas y de mí, el puticlub —Julieta, Jenny, Polly, y Florence— la imaginación no me da para poder deducir de qué rayos hablaban tanto, pero sus carcajadas hacían eco, retumbando por todo el salón; además no estaban solas, eran muy bien acompañadas por Franklin.

"Franklin..."

Pero... ¿Dónde está...?

Luego de una breve búsqueda visual, la vi.

"Nancy..."

Ahí estaba, Nancy Gómez, justamente en mi fila bastantes asientos más atrás que el mío, SOLA. No estaba hablando con nadie, y nadie estaba a su alrededor. Tampoco a nadie parecía importarle.

Creo que me sentí identificada, ambas estábamos solas, no hablábamos con nadie, todos es su mundo mientras que ella y yo solo observábamos, nuestros mejores amigos... Pues... Ni siquiera se daban por aludidos por la soledad que derrochábamos...

— ¿Qué estás pensando? —un fuerte grito me saco abruptamente de mis cavilaciones, unas palmas estrellarse con fuerza en la mesa de mi pupitre me dio un gran susto, casi de muerte, el estruendo provocado me obligó a despabilar casi de inmediato, y el cuerpo que se sentaba frente a mí, terminó por devolverme a la realidad, sacándome, antes de poder entrar, al hoyo de miseria y lamentaciones—. ¿Te asuste? —preguntó en el tono más juguetón que podía usar.

—No, Laila —mentí, obviamente me había asustado, más que todo sorprendido.

**

— ¡Siempre siendo el alma de la fiesta! —ella estaba por reventar a carcajadas, en lo que yo, negaba con la cabeza ahogándome en una risotada que suplicaba por abandonarme.

—Si —respondí irónica, como ella—, no lo puedo evitar.

— ¿Sabes? Hasta me tuve que pelear para que me dejaran hablar con vos.

¿Con quién se había tenido que pelear?, si no estaba hablando con nadie.

— ¡Enserio! —me hice la sorprendida—. Según yo, habías pedido una cita como los demás. Debes de comprender que todo el mundo quiere hablar conmigo por lo que tengo que calendarizarlos para poder atenderlos a todos.

Su carcajada resonó con fuerza y la mía se mantuvo casi en las sombras. Solo éramos nosotras con nuestros típicos sarcasmos. Una persona normal hubiera dicho:

— ¿Que estás pensando?

—Nada, aburrida.

— ¿Hablemos de algo? Yo también estoy aburrida.

— ¿De qué hablamos?

Eso es lo que en verdad nos quisimos dar a entender. Eso es lo que un par de personas normales se hubiesen dicho. Pero "Eso" es lo que no hicimos. Ni ella ni yo éramos normales después de todo.

Con el propósito de hablar se sentó en uno de los pupitres frente a mí, agradecí enormemente que lo hiciera, sino hubiera sido por su compañía hasta ese momento hubiera estado sola. Estoy segura que lo hubiese estado hasta que todo aquello terminara.

Poco después volcó su pupitre hacia el mío quedado una frente a la otra. En esa misma posición escuchamos el hermoso discurso de la señorita Sofía, quien aseguró con vehemencia la añoranza que había sentido por nosotros; la comprendí a la perfección yo igual la había extrañado a ella, por extraño que parezca, a la subdirectora, y creo que hasta a mis compañeros —o al menos a algunos de ellos; de algunos otros, apenada admito que, ni siquiera me acordaba que existía—.

Luego de sus hermosas palabras, nos dejaron solos, y poco después reapareció pero con la tan ansiada sorpresa.

Alexis, Ernesto y no me fijé con exactitud quienes más entraron cargados con unos canastos. Era obvia cual era la sorpresa.

— ¡Si! —Laila, soltó en medio de un chillido eufórico con los brazos alzados al cielo, como en señal de victoria—, es comida.

— ¡Yeah! —salte de alegría al igual ella, pero lo cierto es que yo lo hice en son de burla hacia su persona. Pequeño detalle que noto de inmediato.

—Si sos mala wey —el dolor en su tono era tan ficticio como su indignación y como mi burla; a la verdad, que si me emocionaba que fuera comida.

Acto siguiente las dos nos quedamos hablando, a la espera de la tan ansiada sorpresa que había resultado ser un enorme pan con pollo con salsa y una ensalada bastante peculiar.

Estaba hablando tranquila con Laila, pero a mis espaldas alguien reclamaba mi atención picando mi espalda, un poco molesta me volví, con una leve sospecha de quién era.

— ¿Qué? —le pregunté a Zyan. Pude haber sonado fría, aunque mi enorme sonrisa le dejaba claro que no estaba enojada.

—Vení —me llamo con un ademán, a lo que obedecí acercando mi rostro al suyo, con la creencia de que me diría algún secreto—. No —gritó casi en mi oído, prontamente, me alejé expectante—. Venite con tu pupitre.

Me estaba llamando, con él, a su círculo de amigos, le hacía falta aun cuando reía a carcajadas a mis espaldas... Me sentí importante, bien.

Pero...Estaba con Laila. No podía—quería—dejarla ahí sola —tirada—.

—Nou —le dije divertida, ahogando una risotada. Tan pronto como la palabra abandono mis labios me volqué hacia Laila—. ¿Pues si? —pregunte para seguir con nuestro tema previo.




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