Nivel 0: "La promoción":

35. La graduación. (Parte II) ✓

— ¿Sabes? Tal vez es cierto... Muchas veces ni siquiera uno mismo se conoce...

—No, no es eso —la interrumpí, yo había tenido la culpa no ella y aun así Mena se estaba echando la culpa por mí—. Conocerte me gustó mucho...

— ¿Por qué cuando algo te duele, te excusas en indiferencia, haces parecer que no te importa, que no te afecta?

—No lo sé —me encogí de hombros, con lágrimas, pesadas y calientes, brotando a borbotones, no obstante, mi voz sonaba fuerte, limpia de todo tipo sentimiento—. Todos los animalitos asustados tienen un mecanismo de defensa.

—Deberías de intentar ser un poco más abierta, evitar ser tan hostil, cuando la gente te sonría hacer lo mismo... —ahí estaba ella, una pequeña dos años menor que yo, aconsejándome. Ella era agradable, una persona muy dulce en su esencia yo por el contrario era un volcán esperando explotar.

En un punto desconocido de la plática dejé de prestarle atención, cuando ella lo notó me tomo de las manos y las unió con las suyas—: Nuevo instituto nueva historia... Otra historia que contar.

Llegadas a este punto las dos parecíamos unas fuentes, no me gustaba llorar y menos que me vieran hacerlo... Pero ella, aquella chiquilla había logrado hacerse un enorme hueco en mi corazón.

—Me estas pidiendo que deje de ser yo... —le recrimine quejumbrosa—. No soy muy sociable, me cuesta mucho hablar... Socializar no es de mis fortalezas.

—No te estoy pidiendo que dejes de un lado tu esencia, lo que te hace ser "" como persona...

— ¿Entonces?

—Tienes un libro en blanco en tus manos puedes escribir lo que quieras en él.

A ambas nos gustaba leer, devorábamos libros esteros en pocos días como un banquete en minutos. Esas metáforas, de libros y escritura, era sólo un—: Se una tú diferente, sin dejar de ser tú.

—No vale la pena confiar a la gente... Siempre te sacan hasta la última gota de provecho y cuando ya no les sirves te botan.

—Entonces no confíes. Sólo conocelos a todos sin excepción. Permite que se te acerquen...

— ¿Cuál es la gana? —La interrogue con curiosidad. La molestia aún no me abandonaba pero aun así era mucho más fácil sobrellevarla—. ¿Por qué ser diferente cuando me siento cómoda así?

—Aún recuerdo tus lecciones, no confiar del todo en nadie. Llorar es, malo. No dar nada ni esperar algo...

—Lo recuerdo y aún creo cada palabra...

—Aún con todas esas murallas, defensas, frivolidades, indiferencias... ¿Has evitado salir herida?

Fue cuando me desplome. Para mí llorar era debilidad, hacerlo frente a alguien, una total humillación. Me ordené no llorar, me dije a mi misma que no estaba bien, recordé todo aquello que mi familia me restregaba en la cara cada vez que lo hacía... Me hundí sólo otro poco.

Apoye mi frente en la mesa, respire hasta que sentí mis pulmones arder y mi garganta seca. Las costillas se me contrajeron, la sensación era igual a sofocarme por haber corrido más de lo que era capaz; sentía la cabeza oprimida, todo por las enormes ganas suprimidas de llorar, quería aprovecharme de mi rabia y mi dolor para arrancar hasta las raíces los sentimientos. Pero no pude; lágrimas calientes, cada una más fuerte, más pesada que la anterior brotaron de mis ojos a borbotones. Me sentía mal conmigo misma. Igual que si algo se hubiera quebrado en mi interior comencé a sollozar.

—No por favor... —suplico Mena aferrándose a mí como si ella fuera la única garantía de mantenerme en este mundo—. No quise hacerte sentir mal, sólo quería hacerte entrar en consciencia. Poner tanta barrera no te llevara a nada. Todavía, con tanta resistencia, te van a lastimar. Encerrarte en una burbuja fortificada no será garantía de nada.

No podía dejar de llorar y eso sólo aumentaba lo miserable que me sentía—: Tienes razón —dije tan suave que en aquel momento me atreví a apostar que no me había oído—. Siempre tienes razón, Amanda.

—La que siempre tiene razón eres tú...

—No —susurre con una seguridad enfermiza—. No siempre la tengo... Sólo me da miedo cederle a alguien gran parte de mí y al final salir herida, defraudada. La gente siempre te va a lastimar y eso es lo que yo no quiero, no quiero que me lastimen y menos que me dejen —mordí mis labios con tanta fuerza que casi saboree la sangre. Simplemente me encogí de hombros—. Soy un asco de persona y cambiar por alguien no está en mis planes.

— ¿Qué tal te suena la idea de enamorarte? —preguntó curiosa.

—Un asco... Te terminas decepcionando tarde o temprano. Te duele, todo resulta ser una pérdida de tiempo, no te saben valorar, te llenan de mentiras y tú te las crees... Porque tienes el maldito juicio nublado... Ser soltero es mejor, no necesitas estar con alguien para sentirte bien, tu dependencia emocional está intacta, tu estado de ánimo no depende alguien... Después de todo enamorarse sólo es un estado anímico mental al que te sometes voluntariamente aun sabiendo que vas a perder más de lo que vas a ganar.

—Ya me quedó claro que el asunto de Lucas está muerto entonces.

Volví a verla con los ojos entornados; en un principio si agradecí que me cambiara el tema tan radicalmente pero cuando me sacó a Lucas a colación me dieron ganas de darle un buen golpe para ver si así se le reacomodaban de la forma correcta las neuronas.

Estaba claro que yo no significaba nada para Lucas. ¿Por qué él debería de significar algo para mí?

Durante todo el año esa pequeña estuvo insistiendo en que le declarara mis sentimientos al que supuestamente era mi mejor amigo. Amanda estaba segura que yo me había enamorado de él y durante casi un año estuvo rogando que le dijera a Lucas algo al respecto. Yo por el contrario creo haber presentado una leve confusión aunada al resentimiento que le había acumulado a él, averiguar qué demonios sentía hacia ese chico me resultaba imposible, inaudito... Repulsivo.

—Te lo planteo con una metáfora... El amor es un cuchillo, la empuñadura lo que mantiene junta a una pareja, ¿qué característica principal tiene un cuchillo?




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