No sé cuánto tiempo pasó desde que la vi por primera vez moverse en la pantalla.
Los días se mezclan, las luces cambian, pero adentro del departamento el aire parece detenido. Todo sucede entre las 3:17 y las 3:20, como si el tiempo se plegara una y otra vez sobre el mismo segundo.
Intento mantenerme ocupada. Tomo fotos de cualquier cosa: tazas, sombras, mis manos, la textura de las paredes. Pero en todas, absolutamente todas, aparece un trazo borroso, una línea oscura que no debería estar ahí. A veces es un reflejo, otras, una silueta en segundo plano. Y lo peor es que no sé si me está siguiendo o si soy yo la que lo está generando.
Empecé a notar algo nuevo en los videos: movimiento inverso.
En una grabación donde me acerco a la cámara, el reflejo da un paso atrás antes de que yo lo haga.
Lo volví a ver varias veces, convencida de que era un error de sincronización. Pero no.
El reflejo me anticipa.
Sabe lo que voy a hacer antes de que ocurra.
Me obsesioné.
Grabé horas enteras, probando gestos, movimientos, expresiones.
A veces mi otro yo los imitaba con exactitud.
Otras veces, simplemente me observaba, quieta, con los ojos muy abiertos.
Una noche, mientras revisaba uno de esos videos, noté algo distinto. En el reflejo del espejo no había solo una figura. Había dos.
Una detrás de la otra.
Ambas me miraban.
El sueño dejó de existir.
Vivo entre parpadeos de cámara y flashes de miedo.
Empiezo a escuchar pasos cuando cierro los ojos, a oler perfume donde no hay nadie.
Cada noche la figura parece más definida.
Ya no es sombra. Tiene forma, contorno, incluso cabello.
Es yo.
Pero no exactamente.
Hay una pequeña diferencia en su rostro, como si alguien hubiese tomado mi imagen y la hubiese distorsionado unos grados hacia la locura.
Una tarde, decidí probar algo.
Coloqué la cámara frente al espejo, pero sin mí delante.
La habitación vacía.
Luz natural.
Silencio total.
Durante los primeros cinco minutos, nada pasó.
Luego, la cámara se desenfocó por sí sola y comenzó a registrar movimiento.
En el reflejo apareció una figura humana, quieta, mirando hacia el lente.
No tenía rasgos, solo una forma envuelta en sombra.
El enfoque trataba de captarla, fallaba, volvía a intentarlo.
De pronto, la figura levantó una mano y la apoyó contra el vidrio del espejo.
Del otro lado, el espejo de mi baño vibró.
Fui corriendo a mirarlo.
Tenía una marca, como una huella dactilar impresa en la superficie.
Y no era la mía.
No salgo casi nunca.
Mario, el portero, golpeó la puerta ayer.
—¿Está todo bien? Hace días que no se la ve.
—Sí —mentí—, mucho trabajo.
—Le traje esto —dijo, entregándome un sobre amarillento—. Lo dejaron hace dias y solo decia que espara el 3B.
Adentro había una tarjeta de memoria.
De las viejas, como las que usaban las cámaras digitales de los 2000.
La conecté con el lector USB.
Había solo un archivo: VID_0317.avi.
El corazón me latía tan fuerte que el ruido tapaba mis pensamientos.
Le di play.
La grabación mostraba el mismo baño, la misma pared, el mismo espejo.
Pero el ángulo era distinto, más bajo, como si la cámara estuviera en el suelo.
En el reflejo se veía una mujer.
Su pelo tapaba parte del rostro, pero la silueta era idéntica a la mía.
Tenía las manos apoyadas sobre el vidrio, y detrás de ella, una sombra más alta la imitaba.
Cuando el video terminó, apareció un último cuadro congelado:
la mujer giraba la cabeza hacia la cámara.
Y su cara era la mía.
Esa noche soñé que despertaba en otra habitación.
Todo era igual, pero el color de las paredes era ligeramente distinto.
La luz entraba desde otro ángulo.
Y en el espejo, el reflejo sonreía mientras yo no lo hacía.
Desperté empapada en sudor.
El espejo de verdad también tenía una sonrisa dibujada con algo que parecía grasa o polvo.
Una sonrisa idéntica a la mía.
Intenté destruirlo.
Busqué un martillo, cerré los ojos y golpeé con todas mis fuerzas.
El espejo se resquebrajó en mil pedazos.
Pero al mirar los fragmentos, vi que en cada uno de ellos mi reflejo seguía entero.
Y en uno —solo en uno—, la otra yo parpadeó.
Dejé la cámara grabando mientras dormía.
A la mañana siguiente, revisé el video.
Durante las primeras horas, solo silencio.
Luego, a las 3:17 exactas, la imagen se movió.
Una figura se levantó del sillón.
Era yo.
Pero en la cama, también estaba yo, durmiendo.
La figura caminó hasta el espejo, apoyó la mano sobre el vidrio y susurró algo.
El audio era apenas un murmullo, pero logré entender una palabra.
Dijo: “Cambio.”
No sé cuál de las dos despertó después.
Tal vez ya no soy la misma.
Tal vez la que escribe esto es la otra.
Desde esa noche, los relojes dejaron de funcionar.
Las luces parpadean sin motivo.
Y cuando miro al espejo, siento que ella espera que apague la cámara para poder moverse libremente.
Pero no lo hago.
No puedo.
Porque si apago la cámara, dejaría de saber cuál de las dos soy.
A veces, mientras reviso los videos, escucho ruidos que no ocurren en la grabación.
Susurros, pasos, respiraciones que no son mías.
Y algo más:
en los últimos archivos, hay cuadros donde mi rostro aparece distorsionado, como si alguien hubiese intentado digitalizar una emoción.
Miedo.
O deseo.
O ambas cosas.
Una noche, el reflejo habló por primera vez sin la mediación del sonido.
Movió los labios.
Yo los imité, pero sin emitir palabra.
Y aún así, escuché su voz en mi cabeza.
Dijo:
—Tu turno.
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Editado: 13.10.2025