No recuerdo haber dormido, pero el reloj del celular marca las ocho y media. La pantalla parpadea con notificaciones que no abrí: mensajes de Virginia, llamadas perdidas, un correo del trabajo que ya sé que no pienso responder. Me levanto con el cuerpo entumecido y la sensación de que anoche fue más larga de lo que debería.
El departamento está lleno de esa luz gris que no ilumina ni calienta. Todo parece recubierto por una capa de polvo invisible, incluso el aire. Camino hacia la cocina, abro el grifo, dejo correr el agua un rato sin beber. Mi reflejo en el vidrio de la ventana no se mueve al mismo tiempo que yo.
Lo noto apenas: un retraso mínimo, como un eco visual. Parpadeo, y ya está de nuevo sincronizado. Me digo que es el sueño, la mente agotada, el estrés. Pero no logro apartar la vista del vidrio hasta que el sonido del teléfono me saca del trance.
—Laura, ¿podés atender de una vez? —es Virginia, con esa mezcla de enojo y preocupación que solo ella maneja—. Te estoy llamando desde anoche.
—Lo sé… no dormí bien.
—¿Pasó algo? Te escuchás rara.
Pienso en la cámara, en el archivo que dejé a medio revisar, en esa última grabación que juraría haber eliminado pero que reapareció en el escritorio del ordenador. “REC”, con la fecha de ayer. No la abrí. Todavía no.
—Nada —miento—. Solo estoy cansada.
—Voy para allá.
Intento protestar, pero ya cortó. Virginia nunca pide permiso para aparecer. La conozco desde hace años, desde que compartíamos clases en la facultad y ella se reía de mi obsesión con filmarlo todo. “Te escondés detrás de la cámara porque te da miedo estar frente a ella”, me decía. Tal vez tenía razón.
Voy al living. La cámara está sobre la mesa, apuntando hacia el sillón donde dormí. La luz roja está encendida. “Standby”, dice el monitor. Me acerco, la apago. Pero cuando lo hago, la pantalla parpadea y muestra por un segundo una imagen: yo, durmiendo, pero con los ojos abiertos.
Golpean la puerta tres veces. Me sobresalto tanto que casi tiro la cámara al suelo. Cuando abro, Virginia ya está entrando, con el celular en la mano y cara de fastidio.
—Dios, Laura, pareces un fantasma —dice, y se detiene en seco al ver el estado del living—. ¿Estuviste grabando otra vez?
La cámara, el trípode, los cables, todo sigue ahí como si el set estuviera armado para una entrevista que nunca empezó. Yo solo asiento.
—Estoy haciendo pruebas —le digo—. Quería entender lo que pasó con los archivos, hay algo raro con las fechas.
—¿Otra vez lo mismo? Te lo dije, estás mezclando trabajo con obsesión.
Virginia empieza a juntar los cables, como si limpiar pudiera devolverme al eje. Pero el monitor de la cámara se enciende solo. Un zumbido, un leve parpadeo, y aparece otra vez mi imagen durmiendo en el sillón.
—¿Eso es de anoche? —pregunta ella, frunciendo el ceño.
—No lo sé. No lo grabé.
Virginia retrocede un paso, sin dejar de mirar la pantalla. En la grabación, mi versión dormida abre los ojos. No parpadea. Solo mira directamente al lente, inmóvil, durante varios segundos. Después sonríe.
—Decime que esto es una joda —murmura Virginia.
—No lo es.
La grabación continúa. En el fondo del cuadro, detrás de la versión dormida de mí, algo se mueve. Una sombra, primero, y luego una forma más definida: una silueta que se aproxima desde el pasillo, difusa, como si el foco no la reconociera del todo. No tiene rostro, pero el contorno parece… humano.
Virginia se tapa la boca.
—Eso estabas revisando anoche, ¿no?
Asiento. Pero lo que no le digo es que cuando revisé por primera vez ese archivo, esa figura no estaba.
De pronto, la imagen en el monitor se distorsiona, como si la señal estuviera interferida. Y por un instante, apenas un segundo, la silueta adopta una forma que me hace doler el estómago: la mía.
#109 en Terror
#193 en Paranormal
terror paranormal, terror psicologico misterio suspenso, perturbadora
Editado: 13.10.2025