El apartamento de Laura fue encontrado tres días después.
La puerta estaba cerrada con llave desde dentro. No había señales de violencia.
En el living, el celular vibraba sobre la mesa, todavía grabando.
La pantalla mostraba un último registro: un video de once minutos donde solo se escuchaba una respiración errática y, al fondo, el sonido leve de estática. Nadie hablaba. Nadie aparecía.
La policía describió la escena como “ordenada”, aunque el aire olía a humedad y a algo que no supieron identificar.
El espejo del pasillo tenía una grieta diagonal, y las cortinas estaban corridas, dejando que una luz gris entrara como si la habitación llevara meses sin ser habitada.
No había rastro de Laura.
Solo su ropa, su bolso, las llaves sobre el mostrador. Todo en su sitio.
Como si simplemente se hubiera detenido en el tiempo.
En el informe preliminar, los vecinos declararon haber escuchado “golpes apagados” la noche anterior, y una voz que no pudieron reconocer, como si viniera de los altavoces de un televisor antiguo.
La última persona en verla fue Virginia, su amiga.
O al menos eso figura en los mensajes.
Nadie volvió a ver a Virginia tampoco.
Los investigadores revisaron la cámara del teléfono de Laura.
Entre cientos de archivos, había una carpeta nueva, creada automáticamente, titulada con un nombre imposible: una secuencia de símbolos y caracteres deformes, como si el sistema hubiera intentado registrar algo que no comprendía.
Dentro, encontraron fragmentos de rostros distorsionados, movimientos entrecortados, sombras que parecían acercarse al lente hasta ocuparlo por completo.
Cada vez que reproducían los videos, el audio se corrompía y el sistema se reiniciaba.
El caso fue archivado.
En los reportes, se menciona que “no hay evidencia de intervención humana ni digital”.
Solo un comentario marginal de uno de los peritos:
“El último cuadro muestra una silueta muy parecida a Laura.
Pero el reflejo del fondo… parece moverse después de que ella desaparece del plano.”
A los pocos meses, el departamento fue alquilado a otra joven.
Una estudiante de arte llamada Inés.
Subió sus primeras historias en redes mostrando la vista desde la ventana y la decoración “vintage” que había heredado de la anterior inquilina.
“Hay algo raro con los espejos”, escribió en tono de broma.
“Se empañan aunque no haya vapor.”
Esa noche, publicó un video corto:
solo su rostro y un murmullo casi inaudible detrás.
El título decía:
#NoApaguesLaCámara
Y el bucle comenzó de nuevo.
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Editado: 13.10.2025