Capítulo Nueve
Colmandose de paciencia.
POCO DESPUÉS DE LAS DIEZ DE LA MAŇANA SIGUIENTE, cuando Nathan apenas llevaba una hora trabajando, lo encontré rebuscando papeles en mi escritorio de la estación de enfermeras.
Y con forzada cotensia le pregunté: —¿Puedo ayudarle a encontrar algo?
Él levantó una ficha que yo había estado comparando con la información de los archivos informáticos del hospital.
—Esto ya debería estar en los registros.
—Solo estaba comprobando…
—No quiero oír tus excusas, Alice. Quiero que hagas tu trabajo.
Peter Crane, el enfermero práctico que se encargaba de la mayor parte del trabajo telefónico de la planta, estaba sentado a pocos metros de distancia, al teléfono como siempre. Incluso con un paciente describiendo síntomas al oído, no pudo pasar por alto la descarada censura en el tono del médico. Levantó la vista el tiempo suficiente para dirigirme una mirada compasiva, y luego apartó la mirada y volvió a hablar por teléfono.
Me erguí: —Creo que ese comentario estuvo fuera de lugar, doctor.
Nathan arrojó el historial médico de nuevo sobre el mostrador.
—Solo regístrelo. —Y se dio la vuelta y se marchó.
Como media hora después, Peter y yo coincidimos en la sala de fotocopias. Estábamos uno al lado del otro mientras él se servía café y yo calentaba agua en el microondas para una taza de té de hojas de fresa.
—Nunca doy consejos—, dijo Peter con ese suave acento sureño suyo. —Pero haré una excepción contigo.
Peter rara vez... Chismeaba y siempre se ocupaba de sus propios asuntos. Para mí, eso daba validez a lo que tuviera que decir.
—Te escucho.
Peter se acercó.
—Creo que el doctor Griffin es un buen hombre.
El microondas pitó. Y saqué mi taza y metí la bolsita de té.
—De acuerdo. Es un buen hombre.
—Pero se pasa contigo. Todos nos hemos dado cuenta. Deberías hablar con él.
Encontré un palillo para remover y empujar la bolsita de té para sumergirla por completo. Estaba pensando en mi conversación con Evelyn la noche anterior.
—Estoy... a punto de hacerlo. —Golpeé el palillo en el borde de la taza.
La puerta se abrió entonces. Era Harry.
—Peter. Paciente para ti a las tres.
—Ya voy. —Me dirigió una última mirada significativa. —Deberías hacerlo pronto, creo. Muy pronto.
—Lo sé—, dije. Una vez sola en la sala de fotocopias durante unos benditos minutos, Bebi un sorbo de té y considere la sugerencia que le habían hecho tanto Peter como Evelyn.
Que hable con él.
Que le diga abiertamente, que haga un verdadero esfuerzo para hacerle entender que la forma en que me trató estuvo totalmente fuera de lugar.
¿Hablar con él funcionaría?
No lo hizo antes.
Pero yo había sido un poco... apaciguadora. Esa fue la primera mañana después de rechazarlo. En ese momento, esperaba que las cosas se suavizaran que cualquier otra manera. Ahora, tenía quejas sinceras que expresar.
¿Escucharía?
Quizás.
Sinceramente creía que, bajo todo ese ego y arrogancia, latía el corazón de un hombre ético. Después de todo, había trabajado con él durante ocho meses. Teníamos diferentes estilos de trabajo. Podría ser el típico médico controlador, pero no era del todo indiferente.
Lo había visto sostener la campana de su estetoscopio en la mano, calentándola antes de apoyarla contra el delgado pecho de un niño asmático. A veces contaba pequeñas historias cuando ponía una inyección —historias tontas sobre coches, animales o cualquier cosa que pudiera interesar al paciente— para distraerlo del dolor rápido y cruel de la aguja al ser inyectada.
Hasta hacía poco, y a pesar de las diferencias en sus enfoques de la atención al paciente, me había caído bien. Y había disfrutado trabajando con él.
Y tal vez Harry y Evelyn tenían razón. Tal vez tendría que dejar de esperar que Nathan Griffin se despertara una mañana y decidiera dejarme en paz. Tendría que actuar. Y pronto.
***
Nathan pensaba lo mismo. Sin embargo, desde su punto de vista, Alice era la que tenía el problema.
Lo volvía loco tener que estar cerca de ella, y no era nada personal; no, nada personal. Simplemente estaba harto de sus malos hábitos de trabajo y de su negativa a considerar mejores maneras de administrar su tiempo.
Era cierto, que sus hábitos de trabajo no le habían molestado mucho hasta hacía poco. Antes los toleraba mejor.
¿Antes de qué?
Decidió no pensar en eso. Se centró en sus transgresiones.
Dejaba juguetes en las consultas. Y siempre guardaba historiales para revisar cosas que no requerían revisión. Su área de trabajo necesitaba orden.
Y dejaba notas adhesivas. Nathan odiaba las notas adhesivas. Cuadritos amarillos de papel, con aspecto descuidado, pegados por todas partes, desde las pantallas de los ordenadores hasta los armarios de la fotocopiadora. Unos días antes, se había sentado en una de las sillas de la estación de enfermeras, sin darse cuenta de que una nota adhesiva había caído en el asiento. Había caminado durante una hora aproximadamente con el número de un refugio local para mujeres pegado en la espalda de su bata.
Inaceptable. Esa era la palabra para describir el trabajo de Alice últimamente. Inaceptable.
Tendría que tener una conversación seria con ella. No había otra opción. Y tendría que hacerlo pronto.
La gota que colmó el vaso llegó esa tarde.
La sala de espera estaba abarrotada. Nathan, Emma y Harry se dejaban la piel tratando de lidiar con la carga de pacientes. A veces, cuando tenían mucho trabajo, Harry intervenía y ayudaba a agilizar el proceso. Pero Harry también estaba atascado. Se sentó frente a su teléfono en la estación de enfermeras, atendiendo una llamada tras otra.
Cada sala de reconocimiento tenía un paciente. Y los pacientes en la sala de espera empezaban a quejarse.