No Apto Para Matrimonio

Capítulo Doce: ¿Alucinando o soñando?

¿Alucinando o soñando?

ERA SIMPLEMENET UNA ALUCINACIÓN. Sufría de un traumatismo craneoencefálico. Deliraba. Cerró los ojos, a pesar de cómo le dolía la cabeza

Pero cuando volvió a mirar, vio que ella no desapareció como esperaba. En cambio, voló hacia él por el otro lado del coche.

—¿Estás bien? —pregunté, sin darle oportunidad de responder. —Vi el cacharro que conduces atascado en la cuneta allá atrás.

Lo tomé del brazo con mucha delicadeza y puse la voz tranquila y tranquilizadora que siempre usaba con mis pacientes, pregunté.

—¿Puede decirme la gravedad de sus heridas?

Nathan aspiró su aroma. Siempre fresca, pensó. Como jabón y sol.

—Una conmoción cerebral leve—, murmuró. —Un par de heridas graves, en la muñeca derecha y el tobillo derecho. Algunos cortes y rasguños.

—¿Eso es todo?

Me miró con el ceño fruncido.

—¿No es suficiente? ¿Y qué haces aquí?

Le solté el brazo y me giré para abrir la puerta del copiloto.

—Vamos, voy llevarte al hospital, donde te…

—Espera. Responde a mi pregunta.

Dejé la puerta cerrada y lo enfrenté con un suspiro.

—Nathan. Puede que tu estado no sea crítico, pero necesitas atención médica.

—Lo sé. Soy un maldito médico, después de todo. Responde a mi pregunta.

—Tienes que…

—Solo respóndeme.

Me aparté el flequillo de la cara y lo fulminé con la mirada.

—Si te respondo, ¿me dejaras llevarte al hospital hacer todo el trayecto sin hablar?

Nathan intentó parecer sincero y suplicante, aunque supuso que toda la sangre seca en su rostro lo estropeaba.

—Lo prometo.

Aun así, yo seguía mirándolo con desconfianza.

—Vamos, Alice. Solo dime por qué estás aquí.

—Es una locura. No debería estar aquí.

—Pero sí estás.

—Casi di la vuelta y volví cinco veces conduciendo hasta aquí.

—Pero no lo hiciste.

—¿Debería haberlo hecho?

—Alice. No lo hiciste. Estás aquí. ¿Por qué?

—Porque yo… bueno, dijiste que podíamos ser amigos.

—¿Lo dije?

Mi cabeza se balanceó arriba y abajo en un asentimiento enfático.

—Ayer. En tu oficina. Dijiste…

Nathan levantó la mano sana.

—De acuerdo. Lo dije. ¿Y por eso estás aquí? ¿Condujiste casi todo el camino hasta aquí después de las diez de la noche solo para decirme que querías ser mi amiga?

Mi rostro limpio se arrugó en una leve sonrisa tímida.

—Una locura, ¿eh?

Y Nathan sintió que sonreía, aunque le dolía.

—En realidad, no.

Y yo parecía esperanzada.

—¿No lo es?

—No. No es una locura. —Nathan pensaba que al menos era un comienzo.

Bajee la vista al suelo bajo sus pies y luego volvió a mirarlo.

—Entonces… ¿Serás mi amigo?

Nathan fingió tener que pensarlo.

—Si digo que no, ¿volverás a tu coche y me dejarás solo aquí, para que los osos me maten y los buitres me recojan?

—'Oh, basta. No creo que haya ningún oso por aquí.

—¿Pero me dejarías aquí?

—Claro que no—dije girándome hacia la puerta del copiloto de nuevo. —Vamos. Te llevare a hospital.

—Alice

Quedé paralizada, de espaldas a él, con la mano en la puerta del coche.

—¿Qué?

—Me encantaría ser tu amigo.

Seguí sin volverme hacia él, pero sí levanté la cabeza. Mirando por encima del techo del coche, a las sombras de los árboles al otro lado de la carretera.

—¿Lo serias?

—Sí.

—Me parece muy bien. —Mi voz sonaba baja y suave. Y Nathan supuso que sonreía, solo un atisbo de sonrisa. —De acuerdo, entonces. Seremos amigos. Se levantó una ligera brisa. Los árboles se conmovieron, susurraron y suspiraron. Abrí la puerta del coche y retrocedí. —Ahora, —dije con energía, —¿quieres subir, por favor?

Cojeando, Nathan dio los dos pasos necesarios para ponerse en posición mientras lo ayudaba a sentarse.

—Mejor paramos en tu coche y apagaré las luces—, sugerí. —Está bien apartado de la carretera, así que nadie va a chocar con él, y eso significa que no hay razón para descargar la batería—. Mañana veré como hago para sacarlo de esa zanja.

Nathan reclinó la cabeza dolorida contra el asiento y dejó escapar un largo y cansado suspiro.

—Como tú creas.

***

Era bien pasada la medianoche cuando le dieron el alta del hospital. Para entonces, tenía una venda elástica en el tobillo, que se había torcido. Una escayola en la muñeca, había sufrido una fractura simple en el extremo distal del radio, y dos tiras adhesivas sobre el ojo derecho para cerrar la herida. También tenía un frasco grande de codeína para ayudarle a soportar el dolor.

Lo llevé a su apartamento. Lo ayudé a subir las escaleras, aunque probablemente podría haberlo hecho solo. Sin embargo, parecía gustarle apoyarse en mí. Y entendí que no discutiría conmigo si quería que le echara una mano.

Le quité la llave y abrí la puerta, entrando y encendiendo una luz.

—Que bien, —dije.

—¿Qué? —preguntó Nathan inocentemente—. ¿Tú y yo solos aquí?

—Me refería a tu apartamento. Es bonito.

—Muchas gracias. Pero por ahora en un condo.

Lo miré con complicidad.

—Creo que tendrás suficiente codeína.

—Sí. Estaré bien ¿Me acostarías?

Lo miré de reojo con recelo, pero luego me acerqué a él, le rodeé el hombro con el brazo izquierdo y asumí la responsabilidad de mantenerlo erguido.

—¿Por ese arco de ahí?

Lentamente, cruzamos la sala de estar, pasamos por debajo del arco y recorrimos el corto pasillo hasta su habitación. Lo llevé directo a la cama.

—Siéntate. —Encendí la lámpara de noche—. ¿Tienes algo en los bolsillos?

—¿Es un examen?

Le tendí la mano.

—Quiero decir. Tu cartera, tus llaves, cualquier cosa demasiado abultada para dormir.

Metió la mano en el bolsillo trasero y sacó la cartera.

—Tú tienes mis llaves.

Cogí la cartera y la dejé junto con las llaves, en la mesita de noche, debajo de la lámpara.




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