Capitulo dieciocho
Fantasía echa realidad
MARAVILLOSO, SU BOCA SOBRE LA MÍA SE SENTÍA ABSOLUTAMENTE MARAVILLOSA.
Solté un pequeño grito de alegría y le separé los labios. Su lengua entró. Y la chupó con avidez.
Me atrajo más hacia él y gemí en su boca. En mi espalda desnuda, su mano izquierda empezó a moverse. La recorrió en una larga caricia, desde la curva de mi cintura, hasta mi nuca y de vuelta a bajar; hasta abajo, sobre la redondez de mi trasero y luego por debajo, levantándome, acercándome aún más.
Oh, se sentía maravilloso. Tan ancho y fuerte. Su barba de la tarde me rozaba la mejilla, tan áspera como suaves eran sus labios.
Entonces su boca dejó la mía para deslizarse por mi barbilla y bajar por mi cuello. Su otro brazo me rodeó. La mantuvo en su sitio mientras sus labios acariciaban mi garganta y su mano sana se movía entre ellos para tocar mis pequeños pechos a través del sujetador.
Me puso rígida, grité, y luego me derretí al frotar la palma de su mano contra mi pezón, endureciéndolo al instante, hasta que se puso duro y dolorido.
Afuera, se oía más ruido.
Nathan murmuró algo.
Tomé su dorada cabeza y lo guie hacia abajo. Encontró mi pezón a través del sujetador y lo chupó. Y gemí y lo apreté contra mí.
Él continuó besándome, chupándome. Le sujete su cabeza hacia mi cara para apretar su boca contra la mía.
Y de nuevo, esa boca vagó. Y esta vez fue bajando el beso hasta el centro de mi vientre, poniéndose de rodillas al hacerlo.
Me miro con los ojos clavados en los míos, mientras me desabrochaba la cinturilla y me bajaba la cremallera.
—Más bastones de caramelo —susurró mientras me abría los vaqueros y revelaba lo que había debajo. Sacó la lengua y me lamió la suave zona de carne entre mi ombligo y el filo de rojo y blanco de las braguitas.
Al sentir el tacto de su lengua en esa zona, exhale, poniéndome la piel de gallina, obligándome a agarrarme de nuevo a su cabeza y a empujar mi cuerpo hambriento hacia él.
Por fin, sentí su boca, allí, donde nunca se había permitido creer que realmente estaría. Como en tantas de mis fantasías, la encontró a través de la tela de sus bragas. Tiró de mis vaqueros y luego los apartó.
Sus manos rodearon la parte posterior de mis muslos y continuó besándome durante un largo rato, mordisqueando y raspando suavemente con los dientes, a través de las sedosas rayas color menta. Al final, sin embargo, no se conformó con besarla a través de sus bragas. Empujó mis vaqueros con impaciencia. Estaban atascados en algún lugar debajo de mis rodillas, impidiéndome abrir mis piernas a su satisfacción.
Aferrándose a sus anchos hombros, Liberé mis piernas, primero una y luego la otra. Tomé los vaqueros y los arrojé lejos, cerca de la estufa.
Y luego también me quitó las bragas. Tensé las rodillas, o seguramente se me habrían doblado. La sangre me resonaba en los oídos cuando él me separó con los dedos, tocándome donde ningún hombre me había tocado antes. Desesperadamente, Me aferré a sus hombros, mi cuerpo se movía sin ninguna orden consciente de mi mente.
Y entonces, por fin, su boca estaba allí, donde había estado su mano. Su lengua la encontró, acariciando su corazón húmedo y secreto. Sentí que el final se acercaba, rodando, como un manantial subterráneo, brotando a la superficie y burbujeando, por lo que temblé, me estremecí y grité de alegría.
Cuando las olas de placer se desvanecieron, mis rodillas cedieron. Me desplomé sobre su hombro. Él rió entre dientes. Y yo le golpeó suavemente la espalda con un puño débil.
—Te ríes, y puede que no vuelva a caminar nunca más.
Emitió un sonido gutural de satisfacción. Y luego, con mucho cuidado, se puso de pie, conmigo sobre su hombro.
Bajé la vista al suelo.
—Eh. Esto es lo que se conoce como el enfoque cavernícola, ¿verdad?
Las latas volvieron a sonar afuera. Nathan se giró hacia el sonido.
Y yo le dije a su hermosa espalda:
—Ni lo pienses. Llévame a tu cueva. Ahora.
Gruñó y me llevó al dormitorio.
Allí, me dejó en la cama, encendió la lámpara —una lámpara de mesa, pero aún con la obligatoria trucha saltando en la pantalla— y se quitó toda la ropa.
Y yo no pude evitar observarlo mientras lo hacía, disfrutando del espectáculo, deseando en un pequeño rincón de mi mente, ser una quinta parte de hermosa como él.
Pero a Nathan no parecía importarle mi falta de belleza. Quizás había visto tantas mujeres hermosas desnudas que disfrutaba de la variedad de tener a alguien tan común en sus brazos. Se acostó conmigo en la cama y me acarició y besó como si fuera la mujer más fabulosa del mundo.
Llevaba condones. Cuando los sacó, Lo acusé en broma: —Así que, después de todo, esperabas a alguien este fin de semana.
Él respondió: —Esperaba que apareciera por casualidad una mujer con ropa interior interesante. —Sonrió. —Y lo hizo—. Entrecerró un poco los ojos. —Y apuesto a que trajiste protección.
Asentí. Era enfermera, después de todo. Como él, médico. Ambos habían visto en carne propia lo que puede significar la falta de cuidado en cuestiones sexuales. —Usemos el tuyo primero, —sugirió.
Él accedió de buena gana, rodando el condón sobre sí mismo. Y entonces se detuvo. Me miro con ternura.
—Supongo que esto te dolerá un poco.
Y suspiré.
—Probablemente
. Fue cuidadoso y suave. Y lento. Aun así, dolió. Al principio.
Pero luego, gradualmente, al pasar tanto tiempo conmigo, sentí que mis músculos comenzaban a relajarse. Él empezó a moverse más rápido, y yo lo rodeé con mis piernas y me dejé llevar.
El dolor regresó, él me penetró con tanta fuerza. Parecía haber olvidado la delicadeza, mientras su propio placer lo dominaba. Gemí y me aferré, consciente de tanto a la vez, la sensación de su poderoso cuerpo aplastándome. El olor de su piel. Su amplio pecho, cubierto por una ligera capa de crujientes vellos dorados, se apretaba con fuerza contra mis pechos.