Capítulo Veintiuno
Dificultades en el horizonte
EL TIMBRE SONÓ A LAS DOS Y MEDIA DE LA MADRUGADA. Nathan y yo dormíamos profundamente. Él se incorporó mientras yo me tapaba la cabeza con las sábanas. El timbre volvió a sonar.
Nathan bajó los pies al suelo. Cogió sus calzoncillos, que había colgado sobre una silla esquinera, junto con sus pantalones y su camisa.
—¿Qué pasa? —Lo miré por debajo de las sábanas. Se puso los calzoncillos y no pudo resistirse, se apoyó sobre la cama para encontrar mi boca y besarme. Yo suspiré y le mordisqueé el labio inferior.
El timbre volvió a sonar.
Extendí mis delgados y pálidos brazos y los rodeó con ellos.
—Mmm. Bésame otra vez así.
—Alice. El timbre...
—No contestes.
Con pesar, me apartó de mis brazos.
—Tengo que hacerlo. Ya sabes que soy muy de teléfonos y timbres.
Me incorporé sobre un codo y lo observé con los ojos entrecerrados mientras se ponía los pantalones y subía la cremallera.
—Vuelve pronto.
—Lo haré —agarró su camisa y se la paso por la cabeza mientras se dirigía a la puerta.
El timbre no dejaba de sonar cuando llegó. Por la mirilla vio a su hermano, con el rostro envuelto en humo de cigarrillo y distorsionado por el cristal de la mirilla. El timbre siguió sonando. Freddy debía de estar apoyado en el maldito timbre. Rápidamente, Nathan descorrió el pestillo y giró la cerradura. Abrió la puerta de golpe.
Freddy dejó de tocar el timbre. Se tambaleaba sobre sus pies. Su boca se curvó en una sonrisa tonta y burlona.
—Hola, hermanito. —El cigarrillo que colgaba de sus labios se balanceaba con cada palabra. —Empezaba a preguntarme si estarías en casa.
Nathan lo tomó del brazo y lo jaló adentro.
—¡Uy! ¿Adónde vamos? —Freddy soltó una carcajada. Nathan lo condujo al sofá, donde Freddy se despatarró de inmediato. Nathan encendió la lámpara de mesa cerca de la cabeza de su hermano. Soltó un gemido.
—¡Uy! ¡Mis viejos ojos no quieren lidiar con esto! —Miró a Nathan con los ojos entrecerrados y luego bajó la mirada, bizco mientras observaba el cigarrillo que le colgaba de la boca.
—¿Un cenicero?
Nathan llevó las pocas cenizas a la cocina y cogió un plato del armario. Regresó con su hermano.
—Toma.
Freddy dejó escapar un largo y triste suspiro y luego se frotó la mandíbula con fuerza, como para comprobar si se le había entumecido.
—Te llevaré a la habitación de invitados. Puedes dormir la mona.
—¿No quieres festejar?
—No, gracias. —Tomó la muñeca de Freddy y tiró de ella. Su hermano gruñó, pero se levantó. Nathan se rodeó el cuello con el brazo de Freddy.
—Vamos. Nathan, solo un trago.
—Sush, soy un aguafiestas. Siempre lo he sido. Nunca quiero festejar. Nunca quiero divertirme. Demasiado ocupado siendo el bueno. La gran esperanza de la familia Griffin.
Nathan echó a andar por el pasillo. Freddy murmuró y se quejó todo el camino. Cuando llegaron a la habitación de invitados, Nathan lo llevó directo a la cama y lo acostó.
—Aquí tienes. Estírate.
Guió a freddy hasta quedar boca abajo y luego encendió la lámpara. Y este volvió a gruñir. —¿Tenías que encender esa maldita luz?
—Déjame quitarte los zapatos y luego la apagaré.
—Bien. Con el daño ya hecho...
Nathan le quitó las zapatillas gastadas y también sus calcetines apestosos. Freddy lo permitió, aunque murmuró y gimió todo el tiempo.
Nathan cogió la manta extra del armario y se la echó encima.
—Emily se divorció de mí—, murmuraba Freddy. —Creo que fue el viernes. No fui a trabajar. Perdí mi trabajo. Un trabajo de mierda, de todos modos. Me importa un bledo.
A Nathan no le sorprendió ninguna de las dos noticias.
—Está bien. Podemos hablarlo por la mañana.
—No está bien. La quería. La dulce Emily me pilló. Cometiendo un error. Con otra mujer. No me creyó cuando le pedí perdón. Y fue a divorciarse de mí. Conduje desde Fresno para contártelo. Ahí es donde vivo ahora, en Fresno.
Nathan alisó la manta y la metió bajo los pies.
—Duérmete.
—¿Dormir? No quiero dormir. Te lo dije. Quiero pasarlo bien.
—¿Nathan? — La voz de Alice llegó desde la puerta. Nathan la vio allí de pie, con la bata azul oscuro que solía colgar detrás de la puerta del baño. —¿Está todo bien?
—Más o menos. —Como ella me miraba con tanta atención, explicó: —Este es mi hermano, Freddy, que se queda a dormir.
—¿Que...? —preguntó Freddy. Levantó y fijo la mirada en mi con los ojos entrecerrados—¿Tienes compañía? ¿Tienes alguna mujer aquí? ¿por eso no te vas de fiesta con tu hermano mayor?
—Mi prometida, Freddy. Así que ten cuidado. Se llama Alice. Puedes conocerla mañana. Ahora mismo, quiero que...
Pero Freddy no se callaba.
—Prometida. ¿Tienes prometida? Me estás tomando el pelo.
—No, no bromeo. Baja la cabeza y duérmete.
—¿Qué necesidad tienes de tener una maldita prometida ahora mismo? Apenas estás empezando. Y, además, tienes a las mujeres preparadas para ti. Mujeres preciosas. —Freddy me miró con más ojos entrecerrados. —Diablos. Esta ni siquiera está a tu altura. Está demasiado delgada. Y necesita un corte de pelo.
—Ya basta, Freddy. —Nathan me lanzó una mirada de disculpa. Metí las manos en los bolsillos de la bata y respondió con un encogimiento de hombros que decía que todo estaba bien.
—Lo siento. —Freddy bajó la cabeza y suspiró profundamente. —Soy un bocazas. No tengo clase. Pero tuve una mala semana. Y mi mujer acaba de divorciar de mí.
—Duérmete, ¿quieres? —Nathan apagó la luz.
—Sí. Claro. Dormiré bien... —Al instante, fuertes ronquidos llenaron la habitación oscura.
Nathan se dirigió a la puerta, donde yo lo esperaba. Me eche hacia atrás para dejarle paso. Él salió al pasillo, cerró la puerta y me abrazó.
Le permití un abrazo, pero a duras penas. Nathan maldijo la boca desconsiderada de su hermano mientras me besaba el pelo y aspiraba mi dulce y limpio aroma.