No Apto Para Matrimonio

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintidós

A LA MAÑANA FINGÍ ESTAR ENFERMA. Cuando sonó la alarma, me di la vuelta y gimió: —Ay, Nathan... me siento fatal.

Él se incorporó apoyándose en un codo y se inclinó sobre mí, con el rostro tenso por la preocupación.

—¿Qué ocurre?

—Me pica la garganta y me duele la cabeza—. Me puso una mano en la frente. —No tengo fiebre.

Intenté parecer miserable, incluso dejé escapar otro gemido.

—Solo me duele todo el cuerpo.

—¿Congestión?

—Todavía no. Pero me siento fatal.

Y Nathan dijo lo que yo quería que dijera: —Te quedarías en cama hoy.

Y con mucho pesar, estuvo de acuerdo.

—Todo... Tal vez pueda superar esto antes de que se afiance.

Nathan se levantó y le buscó un Tylenol en el botiquín. Se vistió, desapareció unos minutos y regresó con una jarra y un vaso.

—Toma. Agua helada. Bebe mucho líquido, ¿de acuerdo?

—Lo prometo.

Dejó el vaso y la jarra en la mesita de noche y luego se paró junto a la cama y me miró con compasión.

—No me beses—le dije actuando a conciencia. —Podría ser contagiosa.

Me tocó la frente de nuevo.

—Yo diría que no tienes fiebre.

Gemí un poco más y me removí bajo las sábanas, como si me doliera tanto el cuerpo que no pudiera ponerme cómoda. Él me miró con el ceño fruncido, preocupado.

—No te levantes de la cama a menos que sea necesario.

—Sí, doctor. —Solté un largo y triste suspiro.

—Te llamaré sobre el mediodía, para ver cómo estás.

Se me aceleró el pulso. Que él me llamara no formaba parte de mi plan.

—Sabes, en cuanto llame a Harry para avisarle que no estaré, pensé en apagar el timbre del teléfono. Descanso sin interrupciones, eso es lo que realmente necesito.

Nathan cogió el teléfono y lo apagó él mismo.

—Le diré a Harry que no trabajaras. Y volveré en cuanto termine mi ronda esta noche.

Asentí, y le regalé una sonrisa temblorosa, lastimera y enferma.

—Aquí estaré.

—Cerraré la puerta al salir. Y esta noche, entraré, así no tendrás que levantarte.

—¿Tienes tu llave? —, pregunté. Él la levantó para que la viera. Se la había dado al día siguiente de que me propusiera matrimonio, igual que él me había devuelto la llave de su casa.

—Bien—, dijo. —Nos vemos esta noche.

Y por fin se fue. Esperé hasta cinco minutos después de oír su 4x4 arrancar y alejarse.

***

Conseguí llegar a las diez y media con una chica llamada Lilli en el Salón Savoir-Faire.

—¿Qué puedo hacer por ti hoy? —, preguntó Lilli.

Una vez que me tuvo atrapada en su gran silla negra con un delantal de plástico ceñido al cuello. Miré a Lilli en el espejo. Era menuda, con un pelo increíblemente rojo cortado en estilo shaggy. Llevaba una camisa morada ajustada y una falda negra corta y también ajustada. Tendría entre veinticinco y cuarenta años. Con todo ese maquillaje, ¿quién podría decirlo con seguridad?

Sentí una punzada de aprensión. Tal vez debería haber llamado a Jess o Evelyn y pedirles su consejo. Al menos les habrían recomendado a sus propios peluqueros, pero entonces solo querrían saber por qué de repente había decidido prestar atención a su apariencia.

De una forma u otra, me sacarían la verdad. Terminaría haciendo todas sus tonterías, Inseguridades vergonzosas. Me obligarían a revelarlo todo, a entrar en todos los detalles, desde el deprimente consejo que le había dado su madre hasta la horrible escena en mitad de la noche con el hermano de Nathan, donde él dijo que estaba delgada. Y que necesitaba un corte de pelo. Y que no estaba a la altura de Nathan en absoluto.

Luego me sonsacarían cómo Nathan había intentado en realidad hacerme sentir mejor mintiéndome. Que me había mirado fijamente a los ojos y me había dicho que era hermosa.

Hermosa.

Todavía me sentía fatal cada vez que pensaba en eso.

Luego, una vez que me obligaran a contarlo todo, me defenderían.

Dirían que me veía bien tal como estaba. Que mi madre veía lo peor en cada situación y que el hermano de Nathan necesitaba terapia. Que lo último que debía hacer era escuchar a un pesimista sin remedio y a un borracho inútil.

Y yo les diría que sabía que tenían razón. Y al mismo tiempo, en el fondo, pensaría que mi madre y Freddy Griffin podrían necesitar terapia, pero las cosas duras que me habían dicho seguían sonando ciertas.

Y yo tenía la intención de hacer algo al respecto.

Haría algunos cambios. Algunas... mejoras. Y lo haría ahora y lo superaría, antes de que me acobardara y me convenciera a mí misma de lo contrario.

A Nathan le encantaba el glamour y la belleza en las mujeres. Yo lo sabía. Había visto a las mujeres que él había salido antes de conocerme.

Yo no podía darle belleza.

Pero el glamour...

Bueno, al menos podía intentarlo. Me arreglaría el pelo y me compraría maquillaje. Me pondría algo de la ropa nueva y provocativa que había comprado el día anterior. Y me encontraría con Nathan en la puerta, luciendo espectacular cuando volviera del hospital esta tarde.

—Eh... ¿estás bien? —, preguntó Lilli. —Tienes una mirada vacía. Y no respondiste a mi pregunta.

Volví a mirar a Lilli a los ojos en el espejo.

—¿Qué pregunta?

—¿La pregunta de qué puedo hacer por ti hoy?

Tragué saliva, lo cual no fue poca cosa, con el lazo del delantal de plástico de Lilli clavándome en su tráquea.

—Quiero un cambio de imagen total y completo.

Los ojos marrones de Lilli se abrieron de par en par.

—Fuiste muy inteligente al reservar cuatro horas.

—Pensé que tomaría algo de tiempo.

—Mmm. Necesitarás un champú y un corte...

—Y una permanente. Y quiero consejos sobre maquillaje. ¿Puedes hacer todo eso?

—El pelo es mi especialidad. Pero la peluquería tiene una asesora de cosmética. Te dejaré con ella en cuanto terminemos.




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